El otro país

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Que una porción desproporcionada de la población viva en la capital, no quiere decir que la otra parte del país deba ser subestimada.

Sin embargo, los montevideanos tienen una tendencia a mirar para el otro lado cuando del “interior” se trata. No es que les cause esfuerzo saber sobre el resto del país, simplemente no les interesa.

No pasa con todos los montevideanos, pero sí con un porcentaje suficientemente alto como para convertirlo en un fenómeno social que no debiera darse.

Hace unas semanas, Diego Fischer tocó este tema en su columna. Lo hizo desde una visión política y daba a entender que si los montevideanos mostraran más interés en lo que pasaba en el resto del país, entenderían por qué actuaban de una determinada manera y no se sorprenderían de sus opciones políticas en las elecciones.

Es verdad que son tan distintas ambas realidades que ellas se hacen evidentes a la hora de votar. Pero no es solo en lo político que hay diferencias y estas no solo se dan entre la capital y el conjunto de los otros 18 departamentos. Entre esos departamentos hay también diferencias notorias en sus formas de ser, actuar y pensar.

Los esfuerzos por mostrar las diferencias, pero señalarlas a su vez como propias de una identidad y una idiosincrasia bien uruguaya, son pocos pero valorados.

La televisión por ejemplo es muy montevideana; sin embargo hay al menos un par de programas que fueron pensados no solo para el interior como público, sino para que el montevideano acceda a esas realidades. Algo similar pasa con las radioemisoras capitalinas. Algunas, muy escasas, dedican espacio a la actividad tanto rural como urbana de otros departamentos.

Un aporte valioso fue el reciente libro presentado por Ceres, que hurga en las diferentes festividades que se celebran a lo largo y ancho del país. No lo cubre todo, se necesitaría una enciclopedia de varios tomos para ello, pero sí se concentra en aquellas que son emblemáticas. Exhibe un abanico de formas de reunirse y celebrar, tanto en lo musical, lo gastronómico, lo religioso y lo tradicional. Son fiestas que mueven multitudes y que tal como se explican en este único volumen, muestran lo amplio y diverso que es Uruguay.

El libro, “Fiestas orientales”, fue concebido por Ignacio Munyo y Daniel Supervielle. La producción estuvo a cargo de Supervielle, junto a un equipo que investigó, redactó y fotografió todos estos eventos. Es un trabajo notable, bien presentado, de real calidad.

Se repasan fiestas como el día del Patrimonio, o Museos en la Noche, o el “Film Festival” de José Ignacio y la muy celebrada Noche de la Nostalgia.

Hay un capítulo dedicado al carnaval y se focaliza en tres formas de celebrar esa festividad, intensas todas pero claramente diferentes entre sí: el carnaval de Montevideo, el de Artigas y el de Melo que están de fiesta en estos días.

Se incluyen los rituales religiosos y si bien hay muchos y diversos, el libro se concentra en dos. Uno es el peregrinaje a la Virgen del Verdún en Minas, y el otro es el día de Iemanjá.

La tradición criolla y, las costumbres del campo (diferentes a las de pueblos y ciudades del interior) también están presentes a través de la Semana Criolla del Prado, la Criolla del Parque Roosevelt y la Fiesta de la Patria Gaucha en Tacuarembó, en el parque de la laguna de Las Lavanderas. Estas fiestas constan de domas, cabalgatas, payadas y otras expresiones de la vida rural. En las dos primeras es el campo que viste sus mejores galas y se presenta en la capital. Ocurre igual con la Exposición Rural del Prado.

Por último hace referencia a festividades donde la música importa y ahí elige el Festival del Olimar, con su despliegue de canto folclórico y popular, la Semana de la Cerveza en Paysandú y el Festival del Lago (“Andresito le canta al país)”, cerca del embalse de la Represa del Palmar y del Parque Bartolomé Hidalgo, con sus muy hermosos paisajes.

Este esfuerzo merece destacarse, así como el rol cumplido por dos programas con perfiles radicalmente distintos, casi opuestos, que han permitido que los montevideanos tengan acceso a lo que pasa del otro lado de la capital.

Uno ha sido “Americando”, conducido desde hace décadas, por el legendario Juan Carlos López (Lopecito) y el otro es el peculiarísimo “Súbete a mi moto” en el que Rafa Villanueva recorre el país y habla en tono de humor con quienes participan de fiestas, bailes, criollas o simplemente acampan a orillas de los muchos ríos que riegan el país. En esas conversaciones, donde Villanueva parece más rápido que sus interlocutores pero estos terminan empatando sino ganando en ingenio, se puede ver las distintas maneras de ser, pensar y vivir.

Estos aportes no solo ayudan a entender cómo es Uruguay, invitan a que los montevideanos se abran, entiendan que el país es uno y que en cada comarca, viven uruguayos con sus particularidades y su cultura.

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