El Nobel y los ultras

Cuando Adolfo Pérez Esquivel ganó el Premio Nobel de la Paz, el mundo lo celebró. Un defensor de los derechos humanos enfrentado a la cruenta dictadura argentina de los años 70, era reconocido en su lucha pacífica contra el despotismo.

Desde otro espacio, pero por una igual causa contra una tiranía infame, la venezolana María Corina Machado fue reconocida este año con el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo no todo el mundo lo celebró. Ni siquiera lo hizo el gobierno uruguayo pese a que este país supo lo que es vivir bajo una tiranía. Hasta el propio Pérez Esquivel la cuestionó y puso en duda que Maduro fuera un dictador. Una reacción mezquina de quien debería saber más. Es que el mundo cambió respecto a los años 70, cuando era fácil diferenciar una dictadura de una democracia y todos decían estar del mismo lado.

Ahora no. La democracia está siendo asediada por líderes autoritarios y populistas de extrema derecha e izquierda y que pese a ello tienen más similitudes que diferencias.

Hugo Chávez fue pionero y desde su nacionalismo cuasi religioso y filonazi, Vladimir Putin insiste en conquistar un país y someter a un pueblo, que resiste en heroica soledad.

María Corina Machado es de derecha desde una profunda visión liberal y republicana. Pelea a brazo partido contra una dictadura y quiere recuperar la democracia porque es la única manera que una sociedad puede convivir en paz y en libertad.

En Estados Unidos, entre las muchas modalidades perturbadoras desplegadas por Donald Trump, está la de llevar a los tribunales a periodistas para amedrentarlos. La fórmula no la inventó el, por cierto. Con igual ferocidad, la aplicó Rafael Correa en Ecuador. Los Kirchner en Argentina alentaron aberrantes juicios sumarios contra periodistas, organizados por las Madres de la Plaza de Mayo. Correa y Cristina pertenecían al presunto “progresismo”, Trump no.

En España se quiso imponer el relato de que un triunfo del Partido Popular sería nefasto porque debía acordar con Vox, ese sí un partido de ultraderecha, nacionalista y nostálgico del franquismo. De ese modo se aplicó la antidemocrática pauta de no reconocerle al adversario legitimidad de existencia. Con lo cual el Partido Popular, que es de una derecha entre conservadora y liberal, pasó a ser parte de la “fachoesfera”.

Se quiere evitar hacia la derecha lo que ya ocurre en la izquierda. Para atornillar a Pedro Sánchez a su silla, el PSOE aceptó pactar (había jurado que jamás lo haría) con la ultraizquierda intransigente, dogmática, frívola y tilinga de Podemos, Sumar y otros. A eso se sumaron acuerdos con el ultranacionalismo vasco y catalán, que como con todo nacionalismo extremo, aunque se perciba de izquierda nunca lo es porque predomina aquello de que la región está “uber alles”.

Así, España entró en una espiral de deterioro institucional, radicalismo inconducente y debilitamiento de su identidad como país. Se pudo evitar esa caída con una coalición entre los dos partidos de perfil democrático liberal: el PP y el PSOE. Sánchez la rechazó.

Esos descuidos fortalecen a los partidos que se ubican en los extremos. Los ultranacionalistas, antieuropeos que ante el pésimo manejo de las políticas migratorias, encontraron terreno para agitar su racismo y su xenofobia y alinearse con Putin. No difieren de los radicales de izquierda que actúan desde un autoritarismo moralista, disfrazado de un pseudo cientificismo absurdo. Para ellos María Corina Machado es parte de esa “fachoesfera” y condenan que haya sido premiada. Están con la dictadura chavista y el terrorismo de Hamás, están con la disolución de España como país. Y poco les importa la democracia.

Si bien al principio la primera ministra italiana Giorgia Meloni generó temores, al final fue más sensata y europeísta de lo que se creía. Pero siguen los Nigel Farage, las Le Pen, el partido Alternativa para Alemania y desde el gobierno húngaro Víctor Orban. Son la ultraderecha y no tan diferentes a Nicolás
Maduro, Daniel Ortega o como quisieron serlo Rafael Correa, Evo Morales y con relativa suerte los Kirchner. Y están los pichones, los que prueban ver hasta dónde llegan: Bukele, Trump, Milei.

En este contexto, no importa si el nuevo gobierno boliviano de Rodrigo Paz es de derecha o de izquierda: solo vale saber si respetará el Estado de Derecho, las libertades y el juego institucional propio de toda democracia liberal.

Tampoco importa si Corina Machado es de derecha: está peleando por algo que hoy mucha gente desprecia, pero sigue siendo crucial para la convivencia: la democracia, el acatamiento a la ley y la Constitución y el reconocimiento de derechos que nos son inalienables. Por eso merece el premio con creces y duele pensar que gente que, más allá de diferencias y matices, creíamos que en esto no tenía dudas, las tenía. El presidente Orsi decepcionó.

Duele porque quiere decir que el desprecio a la democracia sigue avanzando y no cede.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar