El modelo

El personal político entrega todos los días al público una voluminosa cantidad de declaraciones, propuestas, planteos y consignas. Esta producción diaria, ciertamente abundante pero de calidad desigual, tiene un porcentaje considerable de hojarasca, dentro de la cual aparecen frases que se repiten. En virtud de esa recurrencia, ciertas frases o afirmaciones empiezan a cobrar prestigio y algunos operadores políticos y no pocos periodistas se enamoran de ellas, las recogen y las repiten.

Una de esas frases es la referida al modelo de país. Viene en diferentes presentaciones: hay que cambiar el modelo de país, el gobierno impone un modelo de país, qué modelo de país queremos, etcétera.

Ese enfoque ocupa horas y horas de entrevistas radiales y quilómetros cuadrados de papel impreso. En ese lenguaje generalmente se mueven los que, en principio, están en contra de la situación y quieren promocionar otro modelo.

Rechazan en el presente lo que ellos han bautizado como modelo de país, sin tomarse mayor trabajo en ilustrarnos un poco sobre los rasgos concretos de ese tal modelo que condenan y tampoco esclarecen con un mínimo de detalle cómo sería el modelo sustituto.

Algunos otros se ponen a trabajar para proporcionarle un contenido más preciso al asunto y una descripción más concreta. En una primera instancia introducen el término neoliberal, utensilio multiuso, que les permite una descalificación a priori por estar infectado de ese virus, o que sería bueno estar libres de él (con o sin vacunación). Decir modelo neoliberal es ya una condena.

Los más emprendedores hablan de modelo productivo, de economía real y expresiones similares e intercambiables. Esto ya es más vistoso pero tan útil como afirmar que vale más ser rico y sano que pobre y enfermo; obviamente es mejor una economía productiva que una improductiva y una real que una irreal.

Este tipo de propuestas políticas o económicas se corona con el famoso planteo: tenemos que sentarnos a discutir francamente entre todos qué tipo de país queremos.

Pero cuando se llega a este punto culminante, todo lo anterior se hace más visible. En un país tan politizado como el nuestro y donde la injerencia del Estado es tan fuerte, la discusión sobre qué clase de país o qué modelo de país queremos no es otra cosa que un eufemismo para decir (o deliberadamente evitar decir) hacia dónde se pretende que vayan lo dineros públicos.

La discusión sobre los modelos económicos de país debería ser más explícita o más centrada en lo que realmente es: ¿a quién se va a subvencionar? ¿a quienes se va a exonerar de impuestos? ¿quiénes van a ser los destinatarios de los dineros del Estado? Y si prefiere algo más concreto, por ejemplo, ¿por qué seguir pagando el funcionamiento de una planta de portland de ANCAP, que solo da pérdidas y ningún beneficio? ¿para qué seguir produciendo azúcar caro en Bella Unión si se puede importar barato desde el otro margen del Cuareim?

Todo esto ha quedado demasiado esquemático. Prometo para el domingo que viene un desarrollo más completo, adecuado a un asunto que es de evidente importancia.

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