Con la misma serenidad con que habla de “recuperar el Canal de Panamá”, de comprar Groenlandia y de “convertir a Canadá en el estado 51 de la Unión, Donald Trump anunció lo que sólo puede interpretarse como limpieza étnica y apropiación de Gaza.
Habló oficialmente ante los micrófonos y cámaras de la prensa que cubre los acontecimientos en la Casa Blanca, como si estuviera charlando a solas con Netanyahu, mientras cenan degustando buenos platos y vinos. El tono y la gestualidad con que habló lo muestran convencido de que estaba dando una estupenda noticia, cuando lo que anunciaba era una limpieza étnica, mal camuflada en el eufemismo “reubicación permanente de la población”, y la apropiación de la Franja de Gaza por parte de Estados Unidos.
Como aval de calidad para semejante idea, Trump dijo que “a todas las personas con las que hablé les pareció una idea maravillosa”. Parecía una broma de mal gusto. De concretarse la erradicación (deportación en masa) de la población gazatí, la historia habrá sumado una limpieza étnica más a esos trágicos capítulos que llenan tantas páginas, y eso fortalecerá la calificación de “genocidio” que crece en el mundo para describir la guerra de Israel contra Hamás.
Que a un empresario que amasó su fortuna con negocios inmobiliarios y la construcción de edificios le resulte tentador barrer las ruinas que dejó está guerra y reconstruir las urbes gazatíes arrasadas, es tan lógico como sospechoso, tratándose de un empresario que ahora es presidente. Lo que está claro es lo absurdo de anunciarlo como una gran noticia para el pueblo que lleva un año habitando escombros y muriendo bajo lluvias de bombas y misiles.
También está claro que Hamás sólo ha cometido crímenes aberrantes y ocasionado desgracias a los palestinos desde que, en el 2007, asumió el control tras asesinar y expulsar a la dirigencia de Al Fatah y la ANP. El sanguinario pogromo perpetrado en los kibutzim del sur de Israel para masacrar familias enteras y secuestrar cientos de israelíes, detonó esta guerra tan catastrófica para los civiles palestinos. Que hayan sido masacrados casi cincuenta mil civiles, de los cuales casi la mitad son niños, constituye un crimen espantoso del que son responsables Israel y Hamás. La organización terrorista por tener como estrategia el martirio de ese pueblo, y el gobierno israelí por prestarse a esa estrategia lanzando lluvias de misiles y bombas sobre las áreas densamente pobladas, donde los jihadistas se esconden entre los civiles para que sean masacrados.
El final de esta guerra sólo es aceptable si ni Hamás ni Israel quedan imperando sobre Gaza. Hamás debe desaparecer totalmente como fuerza militar y ser erradicada como organización política.
También está claro que la Franja de Gaza debe ser reconstruida, pero que la forma sea quedando en manos de Estados Unidos suena a contraproducente provocación a los países árabes, que son cruciales para cambiar definitivamente la vida en los territorios palestinos en beneficio de sus habitantes, y para que no queden vestigios de organizaciones terroristas anti-israelíes.
La lógica geopolítica indica que, para evitar un rompimiento en la relación de Israel y Estados Unidos con los países de la Península Arábiga, que son una de las claves para estabilizar Medio Oriente en coordinación con el Estado judío, son las ricas monarquías petroleras árabes las que deberían hacerse cargo de la seguridad, la reconstrucción y la erradicación definitiva de Hamas en la Franja de Gaza. Esa lógica también indica que Israel y Estados Unidos pueden participar en la reconstrucción, pero no en el gobierno ni en la seguridad del territorio.
Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Bahrein y Kuwait pueden convertir Gaza en una Dubai sobre el Mediterráneo, mejorando sustancialmente la vida del pueblo palestino en esas tierras. Al gobierno podría ejercerlo un comité de expertos en nombre de la ANP, con la aprobación de las potencias árabes a cargo.
Esas potencias petroleras deben garantizar también la desaparición total de Hamas y de cualquier tipo de amenaza contra Israel.
La propuesta de Trump sólo puede resultar aceptable para Netanyahu, pero en modo alguno para el reino saudita y las demás monarquías, así como tampoco para Egipto y la corona hachemita de Jordania.
Recurrir al eufemismo “reubicación permanente de la población” suena a burdo estratagema para anunciar un plan de deportación masiva de la población de la Franja de Gaza, o sea, perpetrar una limpieza étnica.