El Estado de torcido

Siempre que el ser humano busca los orígenes universales termina en la idea de un algo de naturaleza divina. Ha sido así desde los primeros ancestros y luego en el sucederse secular de las civilizaciones. También en el campo científico más encumbrado, Einstein -teoría de la relatividad- o Hawkings -teoría del espacio- tiempo que sostiene el tiempo no tiene principio-, por citar referentes calificados, dejan la sensación en una osada interpretación ciudadana de conceptos racionales sofisticados, que terminan atribuyendo a la evolución de la realidad natural, los poderes que otros atribuyen a la divinidad.

Por estos días en “Lo desconocido la máquina del tiempo cósmica”, documental disponible en Netflix, se consideran aspectos sobre estas consideraciones metafísicas, de forma muy distante con la mera especulación. Allí se trata la notable experiencia que viene llevando adelante el telescopio James Webb, un proyecto impulsado por la Agencia Espacial Europea, la Agencias Espacial Canadiense y la NASA. Lo citado trata de la etapa actual de las pesquisas que llevan decenas de años, en las que han participado miles de científicos hasta el día de hoy.

La nave del tamaño de un edificio de seis pisos está actualmente a 1.5 millones de km. de la tierra. Nunca se había llegado a esa distancia en investigaciones previas. Entre lo que a un lego sorprende es que se afirma fundadamente que según las leyes de los grandes números debe concluirse que hay vida inteligente en algún otro lado del infinito, lo que hasta hoy probadamente no se ha constatado. Y, que viajando merced al mencionado telescopio entre astros, galaxias y demás, es mágico el plástico y colorido equilibrio de enormes las masas de materia que por allí giran y circulan en inestable armonía.

A esta experiencia se le invoca -para ilustrar con su sola mención la existencia de hechos que implican avances científicos y tecnológicos monumentales que le hacen posible- y, se inserta en la historia del conocimiento de la humanidad, pero de forma esencial en la evolución de la civilización occidental. Del pensamiento griego, la institucionalidad romana, de los valores judeo-cristianos, de la libertad como principio y de los estados nacionales como base de su organización internacional, conceptos éstos y otros, responsables de avances notables. A partir del respeto -con aciertos y errores- por la persona humana en todos los órdenes. Y, que en lo más prosaico ha abatido al hambre y la enfermedad planetaria contundentemente, azotes crueles en la multitudinaria existencia de la especie.

En un mundo de confusión y caos como el actual esta realidad de principio, debe reafirmarse y defenderse día a día, sus fundamentos son los que en lo nuestro, han hecho de Uruguay una república latinoamericana sin par. Asentada en el Estado de Derecho. En los derechos humanos, la democracia y la vida libre y socialmente responsable. Somos Occidente. Del otro lado están el nazismo y el comunismo, el expansionismo de Putin, la China aunque capitalista, políticamente totalitaria, el expansionismo radical islámico; y las narco-tiranías latinoamericanas, una realidad tan depredadora la última como hambreadora y policial. Por decirlo en otras palabras está el “Estado de Torcido”. Sin más reglas que las que imponen los gobernantes. Regidas como decía el célebre Cicerón por “el derecho de las bestias”. Que -entre nosotros- tiene abundantes adeptos.

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