Finalmente, lo único que logró el chavismo fue magnificar el triunfo opositor en Barinas. Si hubiera reconocido la derrota que sufrió en Barinas el 21 de noviembre, hubiera dado credibilidad y resaltado las victorias que logró en la mayoría de los estados en esas elecciones regionales.
Pero hizo lo contrario. Y la artera anulación de la elección en noviembre para evitar una derrota en la tierra natal de Hugo Chávez, desembocó en una derrota aún más grande.
En la repetición de los comicios para elegir gobernador en el Estado que siempre gobernaron el padre y los hermanos del fallecido líder bolivariano, el candidato de la oposición derrotó por un margen muy superior al que había logrado Fredy Superlano sobre Argenis Chávez en la elección anulada, precisamente, para ahorrarle al oficialismo esa derrota.
Jugar sucio fue un tiro por la culata. En la elección anulada, el mayor derrotado en la cúpula del régimen había sido Diosdado Cabello, quien tiene con la familia Chávez una relación más íntima que la que tiene Nicolás Maduro.
Como Argenis Chávez y su pésimo primer mandato como gobernador es una parte fundamental de la derrota que sufrió en la elección que el Tribunal Supremo de Justicia anuló y ordenó repetir, el hermano menor del creador del régimen debió renunciar como gobernador y también como candidato a esa segunda oportunidad que los jueces supremos le dieron al chavismo en Barinas.
Esta vez, al candidato lo puso Maduro recurriendo a una figura clave de su gobierno: Jorge Arreaza, ex canciller y ex yerno de Hugo Chávez. Pero también fue derrotado y de manera más catastrófica. El candidato de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), Sergio Garrido, aplastó a la carta fuerte del régimen por una diferencia de casi quince puntos.
Primero Diosdado Cabello, después Maduro y en las dos ocasiones el oficialista PSUV, fueron vencidos en las urnas por la única dirigencia opositora que supo aglutinarse de manera disciplinada y absorber el mayoritario voto anti-chavista, que el régimen intentó desperdigar propiciando la aparición de otros candidatos supuestamente opositores.
La diferencia entre el primero y el segundo era demasiado grande para recurrir a un fraude. Además, el Consejo Nacional Electoral (CNE) ya había dado muestras de actuar correctamente en la primera elección, por eso el régimen debió recurrir a los jueces supremos para que anulen ese acto electoral. Esa trampa impresentable se concretó a pocas horas de que el CNE consagrara la victoria de Superlano, aduciendo que estaba inhabilitado, a pesar de que el candidato opositor había recibido un indulto del régimen, cuando Maduro necesitaba postulantes opositores para dar credibilidad al proceso electoral.
En la repetición de los comicios en Barinas tampoco quedaba lugar para otra anulación. Demasiado impresentable fue la primera como para que el régimen tuviera margen de repetir su trampa. Lo único que logró anulando la votación de noviembre, fue amplificar la derrota oficialista, de por si inmensa porque el derrotado era hermano de Hugo Chávez y porque el chavismo caía en la tierra de su comandante, donde desde el comienzo del proceso “bolivariano” primero gobernó su padre, Hugo de los Reyes Chávez; después su hermano mayor, Adán Chávez; y finalmente el menor, Argenis, que intentaba ser reelegido y fracasó.
No obstante, sería erróneo pensar que el triunfo opositor en Barinas fortalece a la oposición venezolana en su conjunto. A nivel nacional, el liderazgo opositor atraviesa su momento de mayor debilidad. Julio Borges intentó destronar a Juan Guaidó. Fue una embestida del partido Primero Justicia, que lideran Borges y Tomás Guanipa, contra el partido Voluntad Popular, que lideran Guaidó y Leopoldo López.
Los fracasos de Guaidó en sus ofensivas contra Maduro lo fueron debilitando. La esperanza que la mayoría disidente había depositado en él cuando se proclamó “presidente encargado”, fue decayendo ante cada embestida fallida contra el régimen. Pero Borges genera aún menos expectativas que Guaidó. Y mientras el respaldo de la mayoría que es contraria al régimen se diluye aceleradamente, en el liderazgo opositor reina la discordia, las rencillas y las intrigas.
Ese liderazgo opositor que se quedó sin estrategia ni energía, encontró en Barinas una victoria en las urnas que le da una bocanada de oxígeno para mantener signos vitales.