Narró alguna vez el gran editorialista francés Raymond Aron, que desde los inicios de su tarea periodística se planteó que sus escritos debían tener sentido práctico. Esto quiere decir, no escribir desde un lugar teórico de un deber ser, sino que, con ese norte intelectual, argumentar teniendo presentes las dificultades de la realidad, del hacer del político y de las limitaciones impuestas por la coyuntura. Se arroja mejor luz analizando desde ese lugar que refiere a la ética de la responsabilidad, que escribiendo desde pretendidas cumbres solo guiadas por la fuerza de la convicción.
Habiendo sido formado en ciencias políticas por dilectos hijos intelectuales y amigos personales del gran Aron, y siendo consciente hace lustros de las rémoras estructurales que impiden al país avanzar con convicción en el camino de la prosperidad, tengo una pregunta que vuelve cada vez que se inicia un tiempo de gobierno nuevo: ¿cuán lejos puede ir el liderazgo político en el rumbo reformista sin perder en el camino, por mirar hacia adelante, el necesario apoyo que hace legítimos los cambios a ser integrados por esa sociedad que está siendo conducida?
Hay que responder lo que realmente se puede lograr con los pasos reformistas. Debe decirse si se puede ir más rápido para alcanzar antes mejores éxitos, evitando que esos ágiles pasos en realidad sean un freno, o que generen una reacción social o política que termine en una marcha atrás que nos deje en una situación peor que la inicial. Y es una respuesta que no se expide sobre el sentido del rumbo: eso es algo sobre lo que naturalmente hay disputas en una sociedad democrática, y cuya definición enlentece toda marcha, ya que se precisa dedicar tiempo y dar razones para convencer a la mayoría de ir por cuál rumbo en vez de tal otro.
Carlos Maggi me dijo una vez que parte de la genialidad de José Batlle fue su proceso reformista en etapas. Su segunda presidencia fue la que realmente avanzó a pasos firmes. Alcanza con listar las fechas de aprobadas de esas reformas, para dar razón al “pibe”. ¡Ah! También, en el camino, debía de haber un presidente como Williman, que con inteligencia cumpliera el papel de mantenerse en la senda fijada por Batlle.
Todo esto viene a cuento porque el perdurable enojo de muchos de los que en octubre 2024 votaron a los partidos Colorado, Nacional, Independiente y Constitucional Ambientalista, cuya suma fue superior al apoyo al Frente Amplio, no responde a un capricho. Refiere, en verdad, al convencimiento de que la respuesta a la pregunta anterior es: poco, si los importantes protagonistas que tenían la obligación de generar el “tiempo Williman” se comportaron, sin duda, con agobiante ineptitud.
La ética de Aron debe exigir buen liderazgo: sin corazonadas, sin manipulaciones ni mentiras, sin burradas, sin endogámicas oligarquías. Empero, ha de saberse también que es muy posible persistir, por intereses creados, en errores colectivos. Simplemente, como enseñaban los griegos, a pesar de las advertencias de Casandra la hybris conduce a los protagonistas hacia la tragedia inevitable. Ni siquiera Aquiles, endiosado por los suyos, se salvó: rodeado de convencidos en su fe, ninguno vio venir la flecha. Dio en su blanco talón. Y lo mató.