El próximo sábado 10 de setiembre, se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Aparicio Saravia. Había sido herido previamente en campos de Masoller enfrentando al ejército comandado por el presidente colorado José Batlle y Ordóñez.
Eludiendo el detalle del hecho recordaré que en esencia movilizaba al ejército popular del caudillo, la conquista del derecho de todos los ciudadanos a participar en la administración del Estado nacional. Aunque fuesen opositores al gobierno.
Un distinguido líder popular de Cerro Largo fallecido, que recorrió en vida todos los andariveles del servicio público -Jorge Silveira Zabala- gustaba repetir en la tribuna que la de Saravia era una revolución única en el mundo. Porque no se hizo por una organización política para conquistar para sí el poder. Sino para lograr que hubiera libertad para que todos los orientales -desde el gobierno y desde la oposición- pudiesen ejercer las libertades públicas. Piedra angular de la República que nos caracteriza con digna excepcionalidad en América Latina.
Mencionar a Batlle y Ordóñez en la hora actual es evocar a una figura de caracteres propios, cuya histórica actividad gubernamental ha tenido influencia ineludible en la institucionalidad política, económica y social del país. Derrotado Saravia, su quehacer revolucionario y el de su corporación cívica, fueron impulso decisivo para la Constitución uruguaya de 1918, elaborada por colorados y nacionalistas. La que reformó al primer texto magno oriental de 1830, y asentó conquistas; entre las que no era la menor el sufragio universal, que suplantó al voto censitario anterior que reservaba este derecho a quienes poseyesen propiedades inmuebles y supiesen leer y escribir. Dio paso -además- a la coparticipación de los partidos en el poder; y como decía Luis Alberto de Herrera, permitió sustituir desde entonces “a las tacuaras por las urnas”.
En relación con los derechos laborales y la inquietud social los partidos fundacionales fueron sembrando históricamente iniciativas que se multiplicaron y llegan hasta nuestros días. Expresión de ello es que Uruguay desde el establecimiento por la Organización de las Naciones Unidas en 1990, del Indice de Desarrollo Humano, es vanguardia en América Latina en educación (hoy severamente dañada por años recientes de sostenida depredación), en índice de mortalidad infantil, en expectativa de vida al nacer y renta per cápita.
La inmigración particularmente de españoles e italianos registrada a fines del 1800 y principios del 1900, trajo por un lado personas que llegaban con una mano atrás y otra adelante y que se empeñaban en superarse con trabajo denodado y emprendimientos empresariales; y otras que venían imbuidas de ideas internacionalistas. Anarquistas primero, marxistas y socialistas y comunistas después, quienes a partir de graves abusos en el campo laboral propios de una época primitiva, derivaron su acción protestataria hacia la destrucción de la incipiente República y el Estado. Con simpatías inocultables por experiencias totalitarias que ayer y hoy bajo formas diversas son fundamento de crudas dictaduras y el estigma universalmente institucionalizado de los derechos humanos y la democracia.
Nutrirnos en la Historia y los grandes hombres que nos precedieron es un mandato para preservar la vida vigorosa de la Nación y la República.