El asado de la resistencia

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francisco faig
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Leí hace poco un twit divertido que decía algo así como que, si seguimos así, ir en varias camionetas con unos cuantos amigos a acampar en algún monte para comerse un buen asado al aire libre pasará a ser un gesto de resistente revolucionario.

La gracia está en la exageración… ¿no? Bueno, más o menos. Porque resulta que hay un discurso que con el paso de los años va ganando cada vez mayor audiencia internacional y que quiere convencernos de que esas reuniones de confraternidad, tan típicas de nuestras pampas, en realidad están muy mal. Primero, porque usan vehículos individuales para moverse y por tanto son irresponsables con el medio ambiente por la polución de combustible que generan: habría que moverse, en todo caso, con algún transporte colectivo que fuera más eficiente en la relación cantidad de combustible consumido- cantidad de personas trasladadas.

Segundo, porque un asado implica quemar leña: otro factor que hace daño al medio ambiente, al gastar recursos naturales y al generar calentamiento global. Tercero, porque la ingesta de tanta carne, con sus buenas porciones de achuras, por un lado hace daño a la salud, y por otro lado es muy egoísta: el planeta entero no podría sostener un consumo tan copioso de carne para todo el mundo; y en la visión de ese discurso verde- moralista, el costo medioambiental de producir esa carne es inmenso por causa del metano asociado y de la cantidad de insumos que se precisan para engordar el ganado.

El twit no estaba entonces tan errado. Se puede escribir mucho sobre las razones más profundas de ese discurso verde- moralista- culpabilizador, del cual la pobre Greta es una suerte de enojada líder mundial. Presento aquí al menos dos hipótesis: la primera, es cierta influencia del sentimiento pietista protestante, sobre el cual se ha extendido con inteligencia Diego Andrés Díaz en la revista “Extramuros”, y que vive muy mal cualquier celebración del cuerpo y de la mundanidad -todas esas costumbres tan mediterráneas y que tanto escozor causan en el talante protestante -.

La segunda, es cierto sentimiento de culpa, de perfil cristiano, que sufre tremendamente cuando constata que el Hombre, finalmente, encuentra en la tierra sus buenos motivos para vivir momentos de felicidad sin Dios y sin paraíso; cuando, en definitiva, aquella buena vida guiada por Epicuro, embellecida por Horacio, y siempre inspirada en la realización individual íntimamente ligada a la fraternidad de la amistad que enseñaba Aristóteles, se democratiza y deja de temer en infiernos y castigos por causa del placer de los excesos.

Pero sean cuales fueren los motivos de tanto estreñimiento moral, lo cierto es que ese discurso va ganando adeptos sobre todo entre las nuevas generaciones, que muchas veces viven genuinamente angustiadas porque han sido adoctrinadas para creer en la verdad del relato opresivo, totalmente inventado, de que la inminencia del fin del mundo por causa de catástrofes climáticas es inevitable si no cambiamos, todos y radicalmente, nuestro estilo de vida.

El twit me hizo reír. Pero después lo pensé mejor y me preocupé: ojo con estos dogmáticos militantes que quieren imponernos su malhumor existencial al punto de querer hacernos creer que comer un buen asado al aire libre es un pecado mortal.

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