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El año de la madurez

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PABLO DA SILVEIRA
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El año 2019 podrá ser recordado como el año en el que la democracia uruguaya alcanzó su madurez.

El primero de abril de este año se cumplió una fecha histórica: ese día se cumplieron 34 años y 31 días de funcionamiento ininterrumpido de las instituciones democráticas, lo que representa el período de continuidad institucional más prolongado de toda nuestra historia (el lapso más extenso hasta esa fecha había durado 34 años y 30 días: desde principios de 1899 hasta principios de 1933). Nunca antes los uruguayos habíamos vivido un período de estabilidad tan largo.

En segundo lugar, este año se celebraron las octavas elecciones consecutivas desde el año 1984. Todas esas elecciones se realizaron en el momento previsto por la Constitución, porque todos los presidentes electos desde el retorno a la democracia concluyeron normalmente sus períodos (algo que no ha ocurrido, por ejemplo, en Argentina, ni en Brasil, ni en Paraguay, ni en Bolivia). Como en todos los casos anteriores, estas elecciones se celebraron en un clima de libertad política y de respeto de las reglas vigentes.

Este año dimos también otro paso, que era de algún modo la última asignatura pendiente de la democracia uruguaya. Desde el año 1985, tres partidos políticos habían ejercido la titularidad del Poder Ejecutivo. Sin embargo, uno de ellos todavía no había pasado por la experiencia de perder las elecciones y aprestarse a entregar el gobierno. Esa era una experiencia conocida para el Partido Nacional y para el Partido Colorado, pero desconocida para el Frente Amplio. Ahora, los tres principales partidos del país han tenido que enfrentar esta circunstancia. Y todo indica que el cambio de mando se hará sin tensiones, en un clima globalmente caracterizado por el respeto de las instituciones comunes y por el espíritu de colaboración.

Hubo todavía otra muestra de madurez política en este año que termina. Por primera vez desde el retorno a la democracia, el candidato derrotado se negó a reconocer el ya irreversible triunfo de su adversario. Por primera vez en casi medio siglo, los uruguayos se fueron a dormir sin saber con certeza quién sería su próximo presidente. La Corte Electoral demoró cuatro días en realizar el conteo que terminó con cualquier especulación. Y esos cuatro días transcurrieron en perfecta paz y normalidad, lo que fue toda una exhibición de madurez y de responsabilidad cívica.

Los uruguayos podemos sentirnos legítimamente orgullosos de todos estos logros. Eso no significa, sin embargo, que no haya más desafíos ni más razones para estar alertas ante lo que pueden ser nuestros propios errores y claudicaciones. En el año que comienza, el nuevo oficialismo deberá aprender a gobernar en un esquema de coalición que hasta ahora no ha sido practicado en el país, y la nueva oposición deberá aprender a hacer su tarea política sin ignorar una voluntad popular que se pronunció a favor de un cambio de rumbo. El gobierno deberá gobernar con eficacia y respeto hacia quienes no lo votaron, y la oposición deberá vigilar y criticar, sin ignorar la legitimidad de decisiones que eventualmente no comparta.

Ya ocurrió en el pasado (allá por los años sesenta y setenta del siglo XX) que los uruguayos creímos tener una democracia invulnerable y sin embargo terminamos perdiéndola. Será responsabilidad de todos que nada parecido vuelva a ocurrir.

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