En todo ámbito de la vida hay un momento clave, definitorio, y algunos casos definitivo.
Ese instante preciso donde todo cambia. Ese momento para cabecear y hacer el gol, ese instante donde se forma el eclipse perfecto, esa coincidencia de factores determinantes que hace que no sea ni antes ni después. Es precisamente ahí, o no es.
El año 2022 será para el gobierno liderado por Luis Lacalle Pou ese “año bisagra”, un año crucial para las acciones fundamentales de su gobierno. Donde determinados factores pauten el rumbo y el futuro de su gestión.
A estas alturas del año analistas y políticos (de gobierno y de oposición) ensayan diagnósticos y hojas de ruta. Es uno de esos puntos donde podemos estar todos de acuerdo en lo que tiene que ver con su trascendencia.
Si tuviéramos que ensayar algunos de los elementos por los cuales el 2022 será “El año” diríamos que debemos poner sobre el tablero: la ley de urgente consideración (LUC) y su resultado, economía y empleo, relacionamiento con el Frente Amplio y sindicatos, salud de la Coalición de Gobierno.
Pero analicemos un poco estos factores, cómo han evolucionado y como entendemos humildemente que lo harán. Ahí probablemente podamos divisar un horizonte a mediano plazo.
El 27 de marzo se llevará a cabo el Referéndum que pondrá a consideración del Pueblo uruguayo si derogan o no 135 artículos de la ley de urgente consideración. Ha sido difícil (y cada vez que nos acerquemos a la fecha lo será más aún) mantener un debate claro y por la altura, sin que se convierta en un clásico Nacional - Peñarol, donde las hinchadas griten y repitan argumentos de su equipo sin considerar otros factores. Si es así, se estará plebiscitando al Gobierno en una especie de mid-term election, una elección de medio término o medio mandato donde lo que se define es la fuerza y respaldo del gobierno.
Que el Frente Amplio quiere con esto desgastar no es novedad. Que quiere hacer correr al gobierno y distraerlo, tampoco.
Pero lo que no se han dado cuenta (o sí, por recientes acciones más diplomáticas) es que a un Presidente con niveles de aprobación del 50% y con solo 28% de desaprobación (el resto tiene opiniones intermedias o no tiene opinión) tal vez no sea buena idea pulsearle. Porque se corre el riesgo cierto de “ir por lana y salir trasquilado”. Sin pecar de exceso de optimismo sino con un cauto nivel del mismo, se podría decir que la coyuntura de aprobación del Presidente y su gobierno es un factor importante a la hora de la hora.
Porque la LUC es una buena ley, es justa, es necesaria y ha dado excelentes resultados en distintos campos, pero si el gobierno estuviera con menores niveles de simpatía probablemente sería mucho más difícil la batalla para explicar sus bondades.
Si triunfa la “No derogación” triunfa el gobierno. Y va más allá de un triunfo electoral, es un triunfo político, que es más profundo ya que ganó el modelo. Significaría que los uruguayos dijeron (una vez más) que el camino es por ahí. Es por donde va el gobierno y por lo que es el gobierno. Significaría el tercer respaldo en poco más de dos años a una ley que define al gobierno, que es su esencia.
Porque si los uruguayos le dieron su respaldo en noviembre de 2019 (donde se dijo que se haría una Ley con estos contenidos), luego el Parlamento la votó y en tercer lugar la ratifica la ciudadanía en un referéndum, estaría más que claro lo que quiere la mayoría del Pueblo. El que no escuche ese mandato es porque no quiere, no lo respeta o no le importa.
Ganar esa pulseada le dará a su vez al gobierno una “espalda ancha” para avanzar en los tiempos que vienen y con un respaldo y legitimidad indiscutible. Por eso, es tan importante, por eso, será una “bisagra”, porque ese espaldarazo es un punto de inflexión.
Y por eso el Frente Amplio y los sindicatos que militan por la derogación no están dispuestos a perder la batalla electoral, porque saben que sería la prueba de que están cantando errado, que van en contra de la voz del Pueblo, ese que siempre dicen encarnar en forma monopólica, sería un tremendo golpe de deslegitimación que los dejaría desvirtuados, con una ruptura de su hoja de ruta y su consecuente resquebrajamiento interno.
Saben que ese partido del 27 de marzo es un “juego de suma cero” donde la ganancia de un actor es equivalente exactamente a la pérdida del otro.
Se juega un partido de legitimación/deslegitimación, de espaldarazo/revés, de acierto/desacierto. Todos lo sabemos. Por eso no es solo la LUC, va mucho más allá de ella.
En próximas columnas reflexionaremos sobre los otros factores en este año bisagra, pero este tema es el que se plantea en un sentido más binario
Que sea binario es una cosa, pero que sea agresivo es otra. Plantear por los impulsores de la derogación que “La LUC no es Uruguay” y desde ahí una infinidad de mentiras y falacias es, por lo menos, pobre argumentalmente.
Apelar al miedo y la hostilidad es, sin dudas, elocuente del nivel de desesperación de sus promotores y de la trascendencia estratégica que para ellos tiene esta contienda electoral.
Pero no todo vale, el fin no justifica los medios, y más allá del resultado, el 28 de marzo seguiremos siendo todos uruguayos, gane quien gane y defienda la idea que defienda.
Tal vez por eso la diferencia este ahí, en la libertad, por eso la defenderemos rumbo al 27 de marzo y más aún el día después.