El sistema educativo uruguayo es peculiar. Primaria nace como avanzada civilizatoria, llevando la escuela laica, gratuita y obligatoria a todo el territorio del S.XIX. La Secundaria surge dentro de la Udelar, como vestíbulo propedéutico, cubriendo brechas de conocimiento. Gracias a la creación de los entes autónomos en 1917 y su consolidación en 1934, Primaria, Secundaria y Udelar crecen durante todo el S.XX con mucha independencia entre sí. Esto permitió que llegáramos al S.XXI con tres subsistemas tan especializados como divergentes: una Primaria universal, una Secundaria filtrando estudiantes hacia la Udelar, y una universidad cogobernada y autónoma con limitada cohesión interna.
La independencia entre subsistemas causó problemas desde los años 40, cuando Julio Castro ya señalaba dificultades de articulación entre Primaria y Media. Este diagnóstico fue repetido por Antonio Grompone desde el IPA en los 50s, la CIDE en 1965, impulsando en los 70s la creación de la CONAE (proto ANEP) para integrar Primaria y Media. La CONAE fue resistida por violar la autonomía, y durante la dictadura no produjo avances reales. Con la democracia, la Ley de Educación de 1986 terminó recreando un espejismo romántico del modelo anterior, ignorando diagnósticos técnicos históricos, cediendo a otros varios reclamos gremiales históricos. Por eso la CEPAL, la UMRE de ANEP, y muchos académicos en los 90s, repetían versiones de lo que se había dicho varias décadas atrás Julio Castro, Grompone, y la CIDE.
No obstante, los resultados educativos parecían buenos. En los 40s teníamos 14% de analfabetismo frente al 20% en Argentina y casi 60% en Brasil y Chile. En 1986 éramos el tercer país latinoamericano en finalización educativa obligatoria. En los 90s universalizamos Primaria, casi erradicando el analfabetismo.
En 2003 éramos líderes regionales en pruebas PISA. Pero cuarenta años después, ocupamos la cuarta peor posición regional en acreditación obligatoria, solo superando a Guatemala, Nicaragua y Honduras. Tampoco mejoramos en PISA. Logramos incluir, pero no que se aprenda más y mejor.
Y no, el problema no fue el FA. El problema es que el sistema educativo no ha cambiado. En 2025, tenemos 97% de acreditación de Primaria, 72% de Ciclo Básico, 37% de Media Superior, 13% de terciaria y 1% de posgrados. Un embudo perfecto, funcional en un mundo de oficios con baja calificación, donde nadie usaba una computadora para pesar fruta, pagar compras, o configurar una app.
Por eso en 2008 se extendió la educación obligatoria, pero 20 años después, el 52% de jóvenes entre 18 y 30 no logra acreditar. Esto incluye al 50% de los hogares no pobres: el sistema de filtro está intacto y afecta incluso a quienes no debería.
Tenemos problemas de diseño estructural. El hogar de origen no es una condición necesaria ni suficiente para dejar la Media. Estos problemas de diseño, que tiran a los que no deberían caer, afectan 10 veces más a los más pobres. Por ejemplo, la escasa utilidad laboral del bachillerato explica parte del problema. Secundaria, que concentra el 70% de matrícula en Media, vive una tensión entre su viejo rol de filtro, y su nueva obligación de incluir.
Este mandato exige revisar objetivos institucionales. Pero ¿tiene calidad educativa un bachillerato que excluye al 50%? No. Y bajar el nivel no es la solución. Pero ¿qué es bajar el nivel? ¿con respecto a qué? ¿Vamos a seguir midiendo la calidad por la eficiencia del filtro preuniversitario? ¿De verdad el objetivo final de nuestra educación obligatoria es un nivel que no es obligatorio?
Es mejor una Media que incluya, que permita: i) un mayor flujo hacia la Educación Superior; y ii) una población promedio, al menos el doble de escolarizada. Hay que dejar de elogiar lo sofisticado de discutir grandes conocimientos en una Media donde el 18% de los jóvenes de entre 12 y 18 ya no están, y el 52% de entre 18 y 30 no acreditó. ¿De qué sirve leer clásicos para pocos? ¿De qué sirve filosofar cuando 28% no pasa Ciclo Básico?
La Media del S.XXI que necesitamos: i) no distingue Secundaria y UTU, porque las actividades manuales también tienen traducción teórica; ii) no divide el conocimiento en asignaturas, porque las disciplinas como compartimentos estancos están en retirada; iii) no es preuniversitaria exclusivamente, porque por ley hay que incluir, no filtrar; iv) no evoca facultades en sus bachilleratos: la Superior ya no requiere ese esquema; y v) es una Media discutida por todos, no solo validada por ANEP y las ATD. Eso es pan con pan.
Todos debemos poder discutir “educación para qué”, sin estar condicionados por el rompecabezas de las horas docentes y los lobbies gremiales. Participar es nuestra responsabilidad como ciudadanos de una república.
¿Una recomendación? Es más importante que el 100% pueda distinguir entre información y opinión, que seguir empecinados en que solo una élite lea a Homero -porque alguna vez- eso tuvo sentido en la Udelar del 50.
* Este artículo es parte de un contrapunto sobre el rol de la educación media en Uruguay, junto con el que se publica al lado, firmado por Jonathan Schol.