Dramas políticos que parecen comedias

Se había planificado todo para que nada opacara el discurso del presidente en la apertura de sesiones del Congreso. Menos mal que Javier Milei todavía no privatizó el canal del Estado porque sus cámaras fueron las únicas autorizadas a registrar lo que ocurría en el hemiciclo. Ningún medio periodístico privado podía trabajar adentro del Congreso. Desde la parte interna más elevada del domo, una cámara enfocaba las bancas, pero la altura de la toma hacía imposible ver que la sala de deliberaciones estaba semivacía. Las otras cámaras internas sólo tomaban al presidente y a los funcionarios y legisladores que lo aplaudían. En esas condiciones, nada podía salir mal. Sin embargo, salió pésimo.

Cada una de las estratagemas para que todo luzca armonioso, terminó jugando en contra de Milei. Con las cámaras de los teléfonos celulares, los pocos legisladores opositores que entraron a la sala mostraron su vacuidad y lo demás que el canal estatal no mostraba: matonería oficialista contra periodistas que intentaban presenciar el acto, ninguneo a la vicepresidenta y ausencia total de relación entre ella y el jefe de Estado con quien compartió la fórmula electoral.

Mientras el presidente daba un discurso repitiendo una vez más lo que dice siempre, el presunto autor de esa fallida pieza retórica intentaba amedrentar desde el palco que ocupaba a un diputado opositor.

El radical Facundo Manes levantó una Constitución logrando el efecto que tiene mostrarle una cruz al Drácula de la novela de Stoker. El principal asesor presidencial, o sea quien se supone que trabaja para que la buena imagen de su jefe, empezó a gesticular de manera amenazante desde el palco hacia la banca donde Manes esgrimía una carta magna como si estuviera pronunciando un vade retro.

Por su inquietante gravitación sobre el mandatario y sobre Karina Milei, su todopoderosa hermana, Santiago Caputo es percibido por demasiada gente como sólo unos pocos boyardos, y demasiado tarde, percibieron la oscura influencia de Rasputín sobre la familia Romanov.

Integra el “Triángulo de Hierro” que, además de crear el “relato” que sacraliza a Milei y demoniza todo lo demás, hace rodar cabezas en las filas propias y ordena linchamientos de imagen pública de opositores y críticos.

El autor principal del estropicio fue el muchacho del cigarrillo en la comisura a lo Camus, que masca chicle como James Dean en Rebelde Sin Causa y usa Ray Ban oscuros como Mastroianni en las películas donde hizo de play boy.

El montaje escénico sirvió de poco cuando Manes alzó la Constitución como un exorcista. Caputo tuvo un brote de ira y, mostrando desequilibrio, ineptitud y un autoritarismo visceral, se abalanzó contra el diputado radical de manera intimidante.

El esmero con que la televisión estatal sólo mostró aplausos y sonrisas de legisladores sentados en sus bancas, fue barrido en los medios y en las redes por imágenes de escaños vacíos, matones apretando periodistas, Victoria Villarruel y Javier Milei sin disimular desprecio mutuo, y el principal asesor presidencial regalándole el centro de la escena a uno de los diputados que más señala el costado violento y antiliberal del gobierno ultraconservador.

A renglón seguido de haber arruinado una entrevista armada para que Milei responda sin repreguntas sobre la estafa financiera en la que quedó enredado, Santiago Caputo dejó a la vista todo lo que el presidente quería ocultar a las cámaras del periodismo.

Parecía una comedia pero la escena presentó rasgos de drama político. La versión argentina del grotesco drama transmitido desde la Casa Blanca, donde Trump y Vance tendieron a Zelenski una emboscada en la que hacían el papel de pacificadores, pero lo que vio el grueso de la audiencia mundial fue a dos forajidos de película de cowboys atacando a un forastero desarmado, por no agradecerles poner fin a una guerra obligándolo a capitular ante un villano ruso.

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