Duro nos golpeó la muerte del Cr. Nelson Sapelli, acaecida cuando estaba por regresar de un viaje familiar.
Teníamos con él una vigorosa amistad conceptual, de esas que, aun en encuentros esporádicos, se revelan profundas porque se cultivan desde conciencias que se ocupan no sólo de pasar inventario a lo que sucede afuera sino de construir por dentro actitudes básicas, con las cuales erguirse y guiarse por encima de las circunstancias.
Pero, además, Sapelli es apellido lleno de resonancias para quienes tuvimos el privilegio de gritar gol un 16 de julio como el de hoy y de proferir "Uruguay pa’ todo el mundo" sintiendo que eso era verdad no sólo en fútbol.
En la cuadra de Casa Sapelli —18 de Julio entre Yi y Yaguarón— estaban Villarmarzo —con su marca La Grandalesa—, el teatro 18 de Julio —Paquito Busto, Luis Sandrini, Blanca Burgueño y Julio Alassio—, el Café Montevideo. Enfrente estaban la Radio Ariel, el restaurante Tutankamon y El Día.
Casa Sapelli era la vidriera grande de los receptores de radio. Y el Mundial que Uruguay, contrariando pronósticos, supo arrebatarle al estupor de Maracaná, lo vivimos hace 54 años por radio: Solé y H.L., Chetto Peliciari y Semino con Badano, Duilio De Feo y Gallardo, todos eran troveros que miraban el campo de juego y revivían lo que allí pasaba como poesía convocante. Fueron miles y miles de receptores vendidos por Sapelli los que llevaron a rincones solitarios la alegría de integrar un país que se mostraba capaz de vencer su relativa pequeñez, a punta de inteligencia y voluntad.
Cuatro años después, en noviembre de 1954, Sapelli provee el primer circuito cerrado de televisión. Lo montó desde Julio Herrera y Obes hasta la Plaza Independencia para la manifestación final del "catorcismo". Después, trajo a sus vidrieras las primeras emisiones del Canal 7 de Buenos Aires. Eran décadas en que se llamaba al antenista, hoy desaparecido vía Internet.
Luego vinieron otros tiempos para el país. El apellido se nos tiñó de grandeza cívica cuando Jorge Sapelli, primo hermano de Nelson, rechazó ser vicepresidente de la dictadura decretada el 27 de junio de 1973. Jorge Sapelli se retrajo a su casa y su ladrillera. Como hemos señalado alguna vez, habría bastado que la fórmula del pachequismo hubiera sido al revés —Sapelli-Bordaberry— para que el destino del Uruguay hubiera sido otro.
Para Casa Sapelli vinieron otros tiempos también. Mudanza a 18 y Vázquez. Cierre en 8 de Octubre. Cambio del mercado, caída de ventas. Visitar bancos a esperar gerentes. Y en eso encontramos a nuestro Nelson Sapelli, bajando la cortina como comerciante, pero de pie como ser humano.
Pasar por vaivenes comerciales y dinerarios, destino de la clase media hispanoamericana: ¿acaso Amado Nervo hablaba sólo de sí mismo cuando, mirando la "vieja llave cincelada que no cierra ni abre nada", evocaba "mi antigua casa oscura que en un día de premura fue preciso vender mal"?
Pues bien. Al llevar con hidalguía el dolor de apagar los letreros luminosos que llenaron tres cuartos de siglo, este amigo encarnó lecciones que debemos capitalizar —valga el lenguaje contable. Le dio sentido a su vida en la consagración familiar y en una radical actitud de preocupación por el ajeno, redoblando su dedicación como rotario en servicio. Mostró que un hombre es más que un marketing.
Esa verdad se entronca con la tradición greco-judeo-cristiana: hasta en el más extremo de los sufrimientos, la actitud manda por encima del éxito y el fracaso —que son sólo "dos impostores", al decir de Kipling.
Y esa verdad enraíza lo mejor de nuestras esperanzas. Porque la capacidad de reconstruir sentidos a partir de las dificultades es lo que nos hace intrínsecamente humanos, nos dota de energías como nación y nos permite, a cada uno, sembrar su propia gestión de vida.
Cimiento para hacernos prósperos y felices, eso no depende de oráculos económicos externos sino de algo que muchos no quieren ver que es principal: el espíritu en obra.