De algunas gotitas, a miles de tanques

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Claudio Fantini
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Lo primero que lanzó el Kremlin contra Ucrania no fueron misiles, ni tanques ni ráfagas de Kalashnikov, sino gotitas sobre una copa de champán.

Eran gotitas de dioxina que bebió Viktor Yuschenko, el líder de la oposición pro-europea que enfrentaba a los gobiernos pro-rusos. Poco después, Yuschenko se retorcía de dolor y su rostro se desfiguraba hasta quedar irreconocible.

Al envenenamiento lo cometieron agentes del SBU, aparato de inteligencia ucraniano que durante los gobiernos pro-rusos actuaba en consonancia con el FSB, servicio de inteligencia de Rusia conformado por los espías y estrategas del antiguo KGB.

No está claro si el objetivo era asesinar a Yuschenko, del mismo modo que fueron eliminados tantos enemigos de Vladimir Putin, o sólo deformarle el rostro. Si el objetivo era desfigurarlo, como de hecho ocurrió, tiene sentido porque una característica del líder de los ucranianos pro-europeístas era su aspecto de estrella de Hollywood, con rostro de galán de telenovela. La fealdad a la que lo condenaron con el envenenamiento perpetrado en la antesala de la elección del 2004, podía restarle votos en el electorado femenino. Pero la apuesta principal habrá sido sacarlo de la carrera electoral porque la dioxina le provocaba dolores insoportables, además de desfigurarlo.

No abandonó su candidatura y el pro-ruso Partido de las Regiones debió ejecutar un frade grotesco para declarar ganador a su candidato, Viktor Yanukóvich. Pero la trampa fue tan burda que detonó una ola de protestas que se conoce como Revolución Naranja y obligó a la repetición de la votación, que por cierto ganó por amplio margen Yuschenko.

El hecho es que aquel envenenamiento es una prueba de la brutal injerencia rusa en los asuntos internos de Ucrania. Los ataques empezaron mucho antes de esta escalada militar.

No fue la última visible injerencia del Kremlin. Por los roces y desentendimientos entre el presidente Yuschenko y su primer ministra Yulia Timoshenko, el partido pro-ruso pudo volver al poder con Yanúkovich como presidente. Y en el 2013, el Kremlin lo obligó a suspender la firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea (UE), haciendo estallar el “Euromaidán”, inmensa ola de protestas contra las injerencias de Moscú y la genuflexión ante el Kremlin de los gobiernos del Partido de las Regiones.

La represión de aquella protesta dejó un centenar de muertos, pero derribó el gobierno pro-ruso que encabezaba Yanukóvich. La crisis detonó la rebelión separatista en Donbáss, que contó con la asistencia de Moscú en la provisión de armamentos. En el marco de ese tembladeral, Rusia ocupó y anexó la Península de Crimea. Y cuando el ejército ucraniano intentó doblegar la rebelión separatista en Donestk y Lugansk, encontró una resistencia tan profesional y dotada de armamentos, que hacía evidente la asistencia y el adiestramiento provisto por el ejército ruso, sospecha pronto confirmada por el derribo de un avión de la aerolínea malaya que volaba de Ámsterdam a Kuala Lumpur, con un misil Buc, pieza rusa de artillería antiaérea cuya sofisticada batería de lanzamiento sólo puede haber sido provista y operada por militares rusos.

La catástrofe del vuelo MH17 es otra trágica prueba de que Putin había iniciado la hostilidad en términos militares antes de la masiva movilización de fuerzas para tender un cerco sobre Ucrania.

Esto no quiere decir que no haya razones atendibles en el reclamo ruso a la OTAN. En términos geoestratégicos, tiene lógica rechazar la expansión de la alianza atlántica hasta las fronteras de Rusia. Moscú lo vive como cerco geopolítico y considera que altera el espíritu de los acuerdos que pusieron fin a la Guerra Fría.

Fue George W. Bush quien más empujó la OTAN hacia las fronteras rusas. Y tal vez no estuvo muy de acuerdo con esa política que incorporó países que habían integrado el Pacto de Varsovia y también a los países bálticos, el presidente que había tenido roles protagónicos en las negociaciones que desactivaron la Confrontación Este-Oeste: su padre, George Herbert Walker Bush.

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