Una serie de ceremonias y celebraciones pautarán la jornada de hoy como parte de lo que será la asunción del nuevo gobierno. Más allá de las fórmulas tradicionales con cierto colorido que implican estos actos, ellos tienen especial significado y sirven para afirmar los valores de la convivencia en democracia y en libertad. Valores que hoy, en buena parte del mundo están siendo muy cuestionados.
El juramento del nuevo presidente y traspaso de la banda, pese a responder a una viejo ritual de larga tradición, recobra vigencia cada cinco años para recordarnos que detrás de todo, está el peso de las instituciones, algunas independientes entre sí, que garantizan nuestro Estado de Derecho y por lo tanto, nuestras libertades personales.
El primer acto de la jornada ocurrirá esta tarde en el Palacio Legislativo, con la llegada del nuevo presidente Yamandú Orsi y la vicepresidenta Carolina Cosse.
En ese momento el presidente quedará instalado como tal, a partir de su promesa ante la Asamblea General, es decir ante los representantes del pueblo, de todo el pueblo y no de una parte. Allí estarán los legisladores de los partidos que votaron por Orsi y también de los que no lo votaron. Ante ellos, el presidente se comprometerá por su honor a desempeñar lealmente el cargo que se le confió y a guardar y defender la Constitución de la República.
Asimismo, ante esa asamblea dará su primer discurso, un hito importante porque es cuando le habla al país entero. Hubo ocasiones en que el flamante presidente optó por dar un segundo discurso más tarde en el día y frente a una fervorosa multitud.
Lo hizo, por ejemplo, Tabaré Vázquez cuando asumió su primera presidencia, con un largo mensaje pronunciado desde lo alto de las escalinatas de un Palacio Legislativo profusamente iluminado. Fue un acontecimiento significativo, en parte por lo vistoso de la escenografía, pero no tiene el mismo valor que el pronunciado ante la Asamblea. Uno se da solo ante la militancia, ante “la hinchada”, mientras que el primero es cuando asume ante todos los uruguayos, a través de sus representantes, su compromiso y su agenda como gobernante.
Es en esa parte de la ceremonia que está en juego la relación entre los poderes de Estado. El presidente como titular del Ejecutivo, hace su promesa ante la Asamblea General (o sea ante el Poder Legislativo) y en un lugar destacado, presencian la ceremonia los ministros de la Suprema Corte de Justicia.
Luego de trasladarse desde el Palacio Legislativo a la sede de la Presidencia, un momento de genuino “baño popular” porque la gente sale a la calle a saludar su paso, se inicia la segunda etapa, que es el traspaso de la banda presidencial.
El temor al mal tiempo hizo que se dispusiera del auditorio Adela Reta para una ceremonia que normalmente se hace o en el Palacio Estévez o en un gran estrado sobre la Plaza Independencia.
Este acto es más simbólico que efectivo, pero refleja una hondura institucional innegable. Cuando el presidente saliente pasa la banda al que viene, está señalando la llegada de un nuevo gobierno que traerá su propio programa, con cambios sin duda, pero dentro de una dinámica de continuidad. Esa es la esencia de la democracia y el traspaso simboliza la permanencia de las instituciones y de las reglas de juego más allá de los cambios. Se aplicarán nuevas políticas, sí, pero no habrá (ni deberá haberlo) una “refundación nacional” o un radical comienzo desde cero.
En tiempos como los que corren, recordar el significado de este gesto no es un asunto menor, cuando tantos presidentes de los más diversos rincones del mundo, elegidos por las urnas, optan por pisotear las normas constitucionales, saltearse los procedimientos y decidir por antojo y decreto.
Uruguay hoy es uno de los 24 países con democracia plena. Es decir que desde el punto de vista del funcionamiento de las instituciones y del respeto a las libertades, es posible afirmar que vivir acá es un privilegio. Y vaya si lo es.
Uruguay tiene muchos disfuncionamientos que a veces hacen hervir la sangre. Pero no justamente ese, lo cual no es para despreciar.
Llegaron delegaciones de todo el mundo para participar de los actos, reconocer al nuevo presidente y celebrar algo que para los uruguayos es parte de su identidad.
Algunas representan a países democráticos, otros a países que no lo son y otros a países que parecen serlo, pero solo en forma difusa e imperfecta. Eso ha hecho que los uruguayos miren con desconfianza la presencia de esos tiranos y celebren que el saliente presidente Lacalle Pou se haya negado a enviar invitaciones a los tres más emblemáticos dictadores del continente. De ese modo, hizo valer la arraigada tradición uruguaya de respetar la convivencia democrática.
Por lo tanto las ceremonias de hoy importan para dejar marcado a fuego que pese a que es muy seductora la tentación de dejar de lado el trillo de la buena democracia, hay que seguir luchando para que ello no ocurra.