¡Claro que es posible!

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Consideramos oportuno realizar algunos comentarios sobre el artículo publicado el pasado sábado en este medio, referido a la extraordinaria labor de divulgación que realizó, hace varias décadas, el famoso oceanógrafo francés Jacques Yves Cousteau.

Logró algo muy difícil: que un programa documental con rigor científico se emitiera en horario central en la televisión abierta de muchos países, incluido el nuestro. ¿Cómo lo hizo? Presentando una producción novedosa, interesante, entretenida, de fácil comprensión, a través de imágenes muy atractivas. O sea, reunía el ideal de la divulgación científica: difundir y enseñar entreteniendo.

Transformó de inmediato al investigador francés en un divulgador científico de fama mundial, a través de su recordado programa “El mundo submarino de Jacques Cousteau”, aventurándose en cada episodio a descubrir para el gran público las maravillas desconocidas del fondo marino. A ese impacto comunicacional le añadió difundir con énfasis una visión holística del planeta, señalando de manera didáctica la estrecha relación existente entre los ecosistemas, las especies y los seres humanos; y cómo éstos impactan en gran medida sobre el entorno -a veces para bien, a veces para mal.

Demostró en los hechos que una producción de esas características, cuando es bien realizada, es capaz de captar la atención en los hogares, y competir con productos tradicionales del entretenimiento.

Su formato se basó en la aventura de acompañar a un muy carismático investigador y su equipo de científicos, en viajes por los mares del mundo, transmitiendo imágenes nunca vistas por la gran mayoría de los televidentes, y acompañadas con breves explicaciones sobre su importancia ecológica, social y productiva, así como señalando el impacto producido por las actividades humanas, y la necesidad imperiosa de corregir lo que se estaba haciendo mal.

Cousteau subrayaba lo paradojal que era que con los extraordinarios avances del conocimiento humano logrados, supiéramos tan poco acerca de nuestros océanos. Ignoramos lo que hay en las grandes profundidades. Al mismo tiempo, ante las situaciones más problemáticas denunciadas, tuvo claro que el mensaje no debía ser apocalíptico sino de advertencia y esperanza.

Por fortuna no fue el único caso. Años después se produjo otro sorprendente fenómeno de divulgación científica. Nos referimos al programa “Cosmos. Un viaje personal” presentando por el astrofísico estadounidense Carl Sagan en la pantalla chica; también emitido en nuestro país.

Su propuesta fue mucho más audaz porque incursionó en un terreno de la ciencia bastante más árido para el público: la astronomía. Recurrió a recursos visuales y sonoros novedosos, pero a priori de resultados inciertos.

Al igual que Cousteau fue el propio Sagan el interlocutor en un viaje por la inmensidad del universo y el conocimiento pero, al mismo tiempo, se atrevió a escudriñar en temas tan profundos como el origen de la vida, el ADN, la existencia de vida extraterrestre. También incursionó en valiosa información histórica como el extraordinario conocimiento acumulado en la Biblioteca de Alejandría, o los descubrimientos de los grandes astrónomos de la historia. Logró, al mismo tiempo, transmitirnos la gigantez o pequeñez del ser humano, según en qué escala lo consideremos.

Son ejemplos extraordinarios de que si existe capacidad y lucidez suficientes, el conocimiento puede masificarse a través de los medios de comunicación. La pena es que sigan siendo la excepción y no la regla.

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