Bécquer, reguetón y fundamentalismo liberal

En una carta publicada ayer en la sección Ecos de este diario, Juan Pedro Arocena alude a mi posición contraria al proyecto de ley de eutanasia. Lo hace apelando a una compartible concepción liberal, que sin embargo me adelantaré en calificar como fundamentalista. Me queda claro que “fundamentalismo liberal” es un oxímoron (aquella figura retórica contradictoria del tipo “fuego helado”), porque el primero es dogmático, mientras que el liberalismo se funda en la tolerancia hacia las ideas más diversas.

Ahora bien: hay veces en que los liberales expresan tanto desprecio por la regulación estatal, que pasan por alto los contextos socioeconómicos y culturales que hacen que el punto de partida de cada uno impida su capacidad de decidir libremente sobre sí.

Es como aquella frase de George Orwell contra el comunismo, de su célebre Rebelión en la granja (“todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”), pero al revés. Según el liberalismo a ultranza, todos somos libres, pero algunos somos más libres que otros. Por eso interviene el Estado: para atemperar las desigualdades de origen. Por eso José Pedro Varela edificó nuestro civismo, universalizando la educación gratuita y obligatoria. Por eso, en un ejemplo que molesta a Arocena, existen legislaciones que desalientan el consumo de tabaco y el uso excesivo de sal o azúcar. Dogmático sería prohibir su venta: advertir severamente sobre sus peligros es, en cambio, el rol de un Estado atento a colocar un contrapeso efectivo a la desinformación y los intereses comerciales. Mi contradictor -que bien sabe de dogmatismos, porque escribió un estupendo libro sobre el nefasto Antonio Gramsci- incluye a la liberalización del consumo de cannabis entre los supuestos éxitos de la libertad. Sería bueno que consultara al respecto a los docentes que dan clase en zonas vulnerables, y se enfrentan cada día al atontamiento de chiquilines que abusan de la marihuana. O que charlara con tantos cuidacoches abandonados a su suerte, que ven pasar la vida pitando sus porritos nauseabundos. Es significativo que una ley impulsada por José Mujica provoque también el beneplácito de quienes abominan del colectivismo.

Y con el proyecto de ley de eutanasia ocurre otro tanto.

Arocena me mete en la bolsa del dirigismo marxista, pero debería apreciar que dicha iniciativa está siendo votada solo por algunos legisladores de la oposición, pero por el cien por ciento de los del Frente Amplio. Hoy la eutanasia está en la agenda de lo políticamente correcto, que tanto desvela a la izquierda, mientras que la ley de cuidados paliativos sigue sin reglamentarse. Entonces, la persona que posee los medios para solicitar estos últimos, cuenta con una opción para evitar el suicidio. Pero quien carece de ellos, no tiene otra para “aliviar su dolor insoportable” que suplicar por una inyección letal. Al respecto, lo único que dice este proyecto de ley es que al paciente “se le informará de la existencia de los Cuidados Paliativos disponibles”. Solo faltaría que agregara: “Cuidados que le asegurarían un alivio total hasta que la muerte le llegue naturalmente, pero que el Estado no está obligado a proporcionarle. Quien no los pueda pagar, no tendrá otra opción que pedir que le inyecten veneno, igual a como se sacrifica a un perro”.

En un pasaje de su carta, Arocena también me cuestiona por algunas ideas que he manifestado sobre la importancia de una política cultural estatal. Señala que “no se termina de entender que las rimas de Bécquer pueden ser más inspiradas que las del reguetón, pero eso no pasa de ser una mera opinión”.

Maravilloso: preferir “yo sé un himno gigante y extraño / que anuncia en la noche del alma una aurora” (Rima I de Bécquer) por sobre “que tengo la polla en candela / y quiero comerte ese culo” (letra real de un reguetón) no pasaría de ser una mera opinión…

Otra vez el infaltable relativismo cultural.

Es el mismo prejuicio con el que, paradójicamente desde la izquierda, se han promovido talleres de cumbia villera y baile del caño, en el entendido de que eso le gusta a mucha gente. El retiro del Estado de su rol imprescindible de contrapeso de la seudo cultura populista, equivale a que de pronto fuéramos contemplativos de las tradiciones que, por ejemplo, promueven la ablación genital femenina. (Perdón Arocena: si me mete en la bolsa de los colectivistas, me habilita a llevarlo a usted al otro extremo). O para acudir a un ejemplo más próximo, aplaudiéramos al juez que prohibió la vacunación contra el covid a menores de edad. ¿Los padres tienen “derecho” a elegir si vacunar a sus hijos o no, aunque no entiendan un pito de medicina?

En resumen: voten su ley de eutanasia si tanto les gusta. Pero lo menos que podrían hacer antes, sería promulgar y financiar debidamente la norma que garantiza los cuidados paliativos para cualquier persona, sin importar su condición social o económica. Recién entonces y sólo ahí, todos seríamos verdaderamente libres de elegir.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar