Publicidad

Batallas por Gaza en universidades

Compartir esta noticia

“Quien se solidarice con nuestros cadáveres y no con nuestros misiles, es un hipócrita”. Ese cartel, entre los tantos que colman de consignas los claustros de la Universidad de Columbia, es el más revelador de las encrucijadas que plantea la guerra en Gaza.

¿Es posible solidarizarse con los muertos por las bombas israelíes y no con los misiles de Hamás?

La respuesta es “Sí”. Es posible y necesario solidarizarse con las víctimas civiles de la Franja Gaza, sin hacerlo también con los ataques de Hamás contra blancos civiles israelíes. No sólo es necesario rechazar la segunda solidaridad reclamada en la consigna, también es necesario repudiarla. En ella, la palabra “misiles” no sólo se refiere a los proyectiles que lanza la criminal organización islamista. Abarca también ataques como el pogromo sanguinario que el siete de octubre pasado masacró civiles en kibutzim y mochavin israelíes, secuestrando además cientos de trabajadores de esas aldeas agrícolas de producción cooperativa, para encerrarlos en los túneles de Gaza.

El gobierno extremista de Netanyahu y sus socios ultra-religiosos podría recurrir al mismo estratagema de la consigna pintada en la universidad neoyorquina, para justificar los crímenes que implica su ofensiva sobre ciudades gazatíes. Aunque no lo diga de manera explícita, el gobierno fundamentalista de Israel justifica implícitamente la catástrofe humanitaria que provoca su operación militar, acusando de anti-sionismo a quienes se solidarizan con las víctimas israelíes del monstruoso pogromo del siete de octubre y con los cientos de judíos encerrados en los túneles de Hamas, sin solidarizarse con sus bombardeos y restricciones al ingreso de alimentos y medicamentos en Gaza.

La verdad es que “Sí”, se puede repudiar el cobarde y criminal asalto de los yihadistas para masacrar, violar y secuestrar en masa a los judíos de las aldeas comunitarias, y reclamar al mismo tiempo que se detengan los bombardeos que están matando a miles de civiles gazatíes, de los que un porcentaje altísimo es de niños.

Esa es precisamente la encrucijada que plantea esta guerra. Es imposible que un Estado al que muchos de los países y organizaciones que lo rodean no reconocen derecho a existir y lo atacan desde su origen con intención de destruirlo, deje sin respuesta contundente un ataque como el de Hamas el pasado octubre. Dejar esas masacres sin un durísimo castigo alentaría la repetición de actos sanguinarios contra Israel.

Ningún Estado árabe ha dejado sin castigar con masacres un ataque de disidencias internas. La última muestra está en Siria, donde Bashar al Asad superó el nivel de exterminio que había establecido su padre, Hafez al Asad, en la ciudad de Hama para aplastar la rebelión fundamentalista suní de 1982.

La diferencia es que los levantamientos populares no ponen en peligro la existencia de Siria, si no la del régimen de la minoría alauita que impera sobre los sirios. En cambio Hamás, Hezbolá y los regímenes islamistas que los financian tienen como meta la desaparición de Israel y la salida de los judíos de las tierras que van desde el río Jordán hasta el Mediterráneo.

De todos modos las innumerables masacres perpetradas por los regímenes árabes y también en países centroasiáticos, no restan criminalidad a las bombas israelíes. Que mueran y pierdan sus hogares decenas de miles de civiles entre los cuales hay decenas de miles de niños es, objetivamente, un crimen. Un catastrófico crimen del cual no sólo es culpable el gobierno que ordenó los bombardeos, sino también, incluso de peor manera, la organización que impera sobre Gaza, ya que el objetivo estratégico de los ataques de Hamás, con misiles o con hordas de yihadistas sanguinarios es, precisamente, que las respuestas israelíes arrasen vidas y hogares para que el mundo aborrezca y condene al Estado israelí y a los judíos.

Por eso el pueblo gazatí siempre está a la intemperie, sin refugios ni escudos antiaéreos, mientras los yihadistas se resguardan en sus túneles infinitos.

Por cierto, que millares de estudiantes norteamericanos y galos ocupen universidades en escenas que recuerdan las protestas contra la guerra de Vietnam y el Mayo Francés, tiene una razón lógica.

Lo desolador es la indiferencia de océanos de jóvenes hacia las masacres de judíos que perpetra Hamás y las que están causando los bombardeos israelíes en Gaza. Pero hay que distinguir entre solidaridad y empatía con el sufrimiento, y el antisemitismo que está creciendo en el mundo.

Como el sionismo es el nacionalismo judío que impulsó la creación y defiende la existencia de Israel, proclamarse anti-sionista como están haciendo muchos en todos en el planeta entero, implica promover la desaparición de ese país, único en el mundo cuya existencia es cuestionada y atacada.

Seguramente, a la mayoría de esos estudiantes franceses y estadounidenses, como a tantos en otros países, los moviliza una entendible y sana solidaridad con los civiles gazatíes. Pero es evidente que a muchos de los activistas en las universidades tomadas, los moviliza un antisemitismo que los convierte en instrumentos de Hamás.

Lo confirma el grafiti que en Columbia acusa de hipócritas a “quienes se solidaricen con nuestros cadáveres y no con nuestros misiles”.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad