He sido lector compulsivo de libros sobre la realidad. Poco de ciencia ficción. Por razones de espacio me he ido quedando solo con textos que quiero tener siempre cerca. La revolución digital me encontró ya grande. Y, en los últimos años siento es increíble el poder que tengo a mano. No hay materia en el planeta a la que no pueda acceder. Y, a través -en mi caso de Copilot de Microsoft- si lo pongo en el sistema de conversación oral, tengo charlas extensas con interlocutores amables. Que encima ante algunas preguntas que formulo me felicitan por mi inquietud. Y, todo lo que conversamos queda a su vez escrito y si quiero lo puedo imprimir… Después uno escucha una explicación ininteligible del presidente Orsi, o una opinión económica de Fernando Pereira, o quiere entender la compra de un campo que terminará en una aventura de 40 millones de dólares sacados del bolsillo al pueblo y tirados a la calle, o al ¡Ministro de Trabajo! Castillo alentando una huelga de la pesca que le cuesta al sector productivo y al país otros 50 millones de dólares, todo sin criterio y perjudicando a necesidades nacionales acuciantes y… siente la existencia patética de otro mundo. El del revés.
La realidad virtuosa comentada es perceptible viene acompañada -a su vez- por una contracara de otro sello. También avasallante: la sustitución de puestos de trabajo por servicios robotizados.
No es casualidad que la puesta en marcha de estos “mágicos” sistemas de comunicación haya partido de Occidente. Con los Estados Unidos de América a la cabeza. Desde internet a las principales plataformas tecnológicas, Facebook, Amazon, X, Microsoft, y demás. Surgieron y se desarrollaron merced a la libertad, la iniciativa privada, la economía libre, el derecho de propiedad y el funcionamiento del sistema capitalista. Prácticamente todo el progreso que ha revolucionado en la era moderna y contemporánea a la humanidad en ciencia y tecnología es de igual origen. En situación competitiva aparece actualmente China “comunista”. Un país de 1.500 millones de habitantes que durante la era del comunismo duro de Mao Zedong, al comienzo de su revolución a mediados del siglo pasado conoció hambrunas y represión social generalizadas. Y, que, tras su muerte cuando Den Xiaoping le pasó a conducir como Líder Supremo, en 1978, le encaminó hacia una economía de mercado, que de socialista y comunista no tiene absolutamente nada. Cambió los paradigmas ideológicos con una máxima a la que hizo célebre: “Lo importante no es si un gato es blanco o negro, sino que cace ratones”.
Acá la “izquierda” -monumento a la mediocridad y la chatura cultural empachado de envidia- sueña con poner impuestos para hacer” justicia social”. Lo que termina en América Latina incluso por acá con abigarrados acomodos de familiares y amigos, y estados quebrados de los que hoy Bolivia es un rampante ejemplo más. Son “pianta inversiones”. Se quedaron con Fidel Castro en Sierra Maestra.
Respecto de la riqueza en el mundo hay personas y grupos dominantes que la tienen muy “grossa”. En el Occidente que encabeza Trump, en la Rusia de Putin y su guardia de oligarcas que exhiben una acumulación material infinita y en la China de Xi Jinping, abundan billonarios en dólares monumentales. Lo que lleva a concluir es porque son gente que hace que las cosas relevantes pasen. Lamentablemente entre ellas están la tiranía y la guerra. Siempre fue así.