¿A dónde vamos?

Julio Maria Sanguinetti | Ex Presidente de la República

Vivimos estos días asediados por noticias sobre una situación económica que, montada sobre los mejores precios de los últimos cien años para nuestros productos de exportación, anestesia con holgura los dolores que provocan los errores gubernamentales. El Ministro va al Senado a explicar que los aumentos de algunos productos no quieren decir inflación y a la semana, dramáticamente, anuncia un plan anti-inflacionario. Nos asegura la buena calidad del repudiado impuesto a los ingresos y al Pit-Cnt le anuncia que lo cambiará drásticamente el año que viene: o sea que, al calorcito electoral, se prepara para subir el mínimo no imponible, que aumentará al día siguiente de la elección. Se enfrenta a Salud Pública y termina destinando una millonada para resolver un conflicto eternizado por la intemperancia de la tronituante Ministra, mientras dan vueltas y revueltas para que el nuevo mazazo sobre la clase media -el sistema de salud- se pueda hacer económicamente viable.

El famoso libre comercio con los EE.UU., que íbamos a lograr a "la uruguaya", ha quedado reducido a los modestos arándanos, mientras el Ministro Rossi nos quiere convencer de que está muy bien que el Estado asuma una garantía general para la compra de aviones a crédito que hace el novel socio de Pluna, titular de un 75% de sus acciones por el que hubieran colgado en la plaza pública a cualquier gobierno que se atreviera a quedar en minoría.

Todo esto va muy mal, pero mientras el mercado internacional nos siga brindando bonanza, parecería que la sangre no llegará al río. Naturalmente, desaprovechando el momento para que Uruguay diera el salto hacia un desarrollo sostenible de futuro, que requeriría grandes inversiones en telecomunicaciones, energía, infraestructura logística y educación. Y aquí llegamos al gran punto que -por debajo de las anécdotas- nos angustia, al mostrar a una sociedad uruguaya que está renunciando a su destino.

La educación es un proceso continuo y global, del cual emergerán ciudadanos no sólo con una preparación específica, sino con un conjunto de hábitos y valores que los caracterizarán. Si le miramos en su conjunto, sentimos que no estamos oteando el horizonte para incorporarnos a la civilización globalizada del siglo XXI, definida por la sociedad del conocimiento, la información al instante y una avasallante expansión científica, que empresas multinacionales trasladan a la vida diaria. De todo esto, oficialmente, nuestro sistema educativo está en contra. El mercado es mala palabra y estos días los gremios de la educación se oponen a la participación pública en los programas de DESEM, una excelente organización que trabaja con grupos estudiantiles para ayudarlos a elaborar proyectos empresariales y adquirir una imprescindible formación en la vida real a la que tendrán que incorporarse.

Esta actitud se compagina con las ideas expuestas en el famoso debate educativo, en que nada se aportó sobre enseñanza y todo lo que se recomendó es la incorporación de las gremiales al poder de la administración. Mientras tanto, la labor de retroceso prosigue, y así como se dejó sin efecto la experiencia del nuevo ciclo básico, que venía mejorando los alarmantes índices de deserción, ahora se trata de destruir la formidable creación de los CERP, que permitieron la formación docente, con gran calidad, en todo el interior del país. En un proceso de real descentralización, Rivera, Salto, Florida, Atlántida, Maldonado y Colonia formaron muchachos del lugar, así como de departamentos limítrofes, en un generoso sistema de internado que abrió posibilidades a quienes no las tenían. Esas instituciones se subordinan ahora al masificado y caótico IPA, creación de don Antonio Grompone y otrora lujo de nuestro sistema. Ya es cosa asumida la disminución de las horas de inglés e informática y que la "historia reciente" se encargue a tres profesores de idéntica concepción política, para instalar como verdad revelada el fantasioso relato frenteamplista, escamoteando el hecho de que la violencia guerrillera fue la que sacó al ejército de sus cuarteles. Hasta hemos llegado al colmo de que un manual escolar está plagado de faltas de ortografía, de las que ni se corrigen, malformando así a la juventud en el uso degradado de nuestro idioma.

Por su parte, los mensajes de las alturas - tan importantes para el desarrollo de hábitos cívicos- son el desapego a las celebraciones patrióticas, menospreciadas y tergiversadas, y el culto a la grosería y la prepotencia. El episodio del martes pasado en que un Ministro de Agricultura, en el gran acontecimiento de su ramo que es la Exposición Rural, agrede a su antecesor y después dice no arrepentirse, abroquelado en la excusa de que es "un viejo calentón" con "catorce años de cana y nueve balazos", formaliza la práctica habitual de una grosería que se usa, con total frescura, para tratar a maestros como "vejigas" o a periodistas como "nabos". Al mismo tiempo, los "niños de la calle" son abandonados por un Estado que no quiere -aunque debe- hacerse cargo de ellos y la Biblioteca Nacional simboliza el Uruguay informal, con un verdadero asentamiento, en su atrio, sobre 18 de Julio.

En un mundo que exige excelencia, acá cultivamos el facilismo, la indisciplina, el desapego a los bienes públicos. Cuando la competencia se ha hecho regla en todos los órdenes, afirmamos como doctrina oficial que el sistema educativo no puede formar gente teniendo en cuenta el mercado. En una palabra, hay que preparar candidatos para la desocupación o un frustrado enojo con el país.

La cuestión es de fondo. De concepción de la vida y del mundo. No es una mera discusión de partidos. Y si la sociedad uruguaya, como tal, no reacciona a tiempo, para retornar al Uruguay respetuoso, al que miraba hacia arriba, empinado sobre el viejo espíritu emprendedor que trajeron los inmigrantes españoles e italianos, judíos, armenios, suizos o valdenses, más vale ni pensar lo que será de este país del que, todavía, nos enorgullecemos.

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