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"Son animales, bestias”: relatos de una ciudad en condiciones apocalípticas tras el paso ruso

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Ustina Ivanivna vive la guerra en Ucrania. Foto: Elisabetta Piqué - La Nación (GDA).

GUERRA EN UCRANIA

En Hostomel, al norte de la capital del país, casi todo el mundo se escapó cuando comenzó la invasión y, en medio de feroces batallas, muchos perdieron la vida en el intento.

Dos opciones

Aunque ya no se combate, en Hostomel se ven escenas de guerra. El pelotón se ha reunido en la explanada que hay frente al centro de ayuda y uno de los comandantes pronuncia una arenga ante los uniformados en fila, con kalashnikovs y otras armas en mano. El comandante felicita a los combatientes por haber defendido con valor su tierra y anuncia que, en esta nueva etapa de la ofensiva, después de la humillante retirada de los rusos de esta zona y una inminente ofensiva en el disputado Donbass, en el sudeste, hay dos opciones. Quien está en las Fuerzas Territoriales de Defensa puede seguir colaborando con este grupo de voluntarios que ha sorprendido por su tenacidad y valentía, o puede, si quiere, pasar a enrolarse en el ejército oficial, advierte el general. Aconseja, por otro lado, que como hay mucha gente armada dando vueltas que no forma parte de esas fuerzas, aumentar los controles y mantener los ojos bien abiertos, atentos ante cualquier intento de saqueo a las casas abandonadas y destruidas, que son mayoría.

En el centro de ayuda hay dos voluntarias de Médicos Sin Fronteras que, comparando sus experiencias anteriores en otros conflictos, destacan la cantidad de voluntarios -que tomaron las armas o colaboran desde otro ángulo- que ven ayudando en esta guerra en el corazón de Europa. Y aseguran que lo que más necesita la poca gente que se ha quedado en Hostomel es ayuda para superar el trauma de haber sobrevivido en sótanos, bajo tierra y bajo fuego, en medio del terror de los estruendos de la batalla, sin luz, comida, agua y calefacción, durante semanas.

“Mucha gente fue secuestrada por soldados chechenos y mucha murió por infartos”, asegura a La Nación Olena, una doctora local considerada una heroína, que fue la única médica que nunca se fue, sino que se la pasó atendiendo a los vecinos yendo de aquí para allá con su ambulancia. “Llegamos a coser a heridos de combate en medio de la oscuridad, algunos no sobrevivieron, porque operábamos en sótanos, en condiciones más que precarias”, precisa Olena, quien cuenta que al principio había más de 40 heridos por día.

Olena, médica heroína en la guerra en Ucrania. Foto: Elisabetta Piqué - La Nación (GDA)
Olena, médica heroína en la guerra en Ucrania. Foto: Elisabetta Piqué - La Nación (GDA)

“Una de mis mejores amiga, Margarita, fue asesinada junto a sus dos hijos de 12 y 14 años mientras intentaban escapar en su auto. Su marido sobrevivió y perdió una pierna”, afirma Olena, de 48 años. “Hostomel era una ciudad muy linda, aquí vivíamos muy bien, en paz y cuando llegaron los rusos fue como el Armageddon, la catástrofe”, comenta.

Mientras tanto, muestra el consultorio que dirigía, que había estrenado hacía muy poco, que fue arrasado por soldados rusos que allí se escondieron. En el lugar se ven cajas de cartón verdes de las raciones militares rusas, muebles dados vuelta, botellas de vino. “Este consultorio era como mi criatura, había ordenado cada mueble, cada escritorio, cada aparato médico y mire cómo lo dejaron”, lamenta. “Pero ahora toda mi energía está puesta en limpiar todo esto y volver a empezar”, asegura, al señalar las partes del consultorio que ya logró limpiar junto a su equipo de colaboradoras.

A pocos kilómetros de allí, en una casa que se levanta en un barrio de las afueras, en medio del campo, Ustina, mujer robusta, con un pañuelo típico en la cabeza, pantalones de lana y botas, está lejos de tener ese ánimo.

“Quisieron matarme”

“Ya no como, ya no duermo, apenas logro calentarme un poco de agua para el té, no tengo fuerzas”, dice. Su hijo, Sasha, que tenía 46 años y trabajaba como jardinero municipal de la cercana localidad de Bucha, es el tercero que se le muere en pocos años. Otros dos varones que trabajaban en Chernobyl, debido a las radiaciones de la central nuclear, murieron a los 40, el mayor, y a lo 33, el menor. Sólo le queda una hija mujer, que es enfermera y trabaja en un hospital de Kiev.

Un tanque dañado en la guerra en Ucrania. Foto: AFP.
Un tanque dañado en la guerra en Ucrania. Foto: AFP.

Ustina no vio el cuerpo de su hijo. Pero sabe que en verdad no existe, son sólo restos, porque fue aplastado brutalmente por el tanque que también lo mató, como le contó una amiga que fue a la morgue a verlo. Será enterrado cuando caven la fosa en el cementerio. Su gran preocupación, ahora, es recuperar su cadenita con la cruz de oro que llevaba al cuello -que al parecer desapareció en manos de un funcionario de la morgue-, porque se la quiere dar a su hija, Dasha, de 12 años. La niña ahora se encuentra con su madre en Polonia o en algún otro país de Europa. “No sé exactamente dónde están mi nuera y mi nieta, la hija de Sasha, lo único que sé es que no para de llorar”, dice Ustina.

¿Cuándo mataron a su hijo? “El 7 de marzo. La última vez que había hablado con él por teléfono fue el 3 de marzo y mi alma entonces presintió que era la última vez”, confiesa.

Mientras busca entre unos viejos álbumes una foto de Sasha en una biblioteca del modesto living de su casa -desordenada y donde hace más frío que afuera, un frío húmedo-, como si no alcanzara con que mataron a su hijo, el último que le quedaba vivo, Ustina cuenta que también ella fue víctima de los “animales”.

“No sé si le sacaron su documento y vieron la dirección, pero vinieron a mi casa, rompieron violentamente la puerta de entrada y cuando vieron que tenía una bandera ucraniana, que justo me habían regalado unas jóvenes para agradecerme que les doné medias de lana para los soldados, quisieron matarme”, denuncia. “Rompieron la bandera e intentaron ahorcarme con la tela, pero después me soltaron, riendo”, agrega, con ojos llenos de espanto.

“Cuando comenzaron a atacar el aeropuerto de Hostomel -sigue-, acá fue como un infierno. Había como cincuenta helicópteros y los tanques rusos pasaban por el frente. Vinieron como nueve veces acá, al principio se portaban más o menos bien, pero después el trato fue horrible, fueron como animales, monstruos”, denuncia Ustina, una mujer destruida, viuda y jubilada, que trabajó toda su vida en una compañía de tabaco. “Al único que los rusos trataron bien fue a un vecino que enseguida comenzó a colaborar con ellos, a darles comida y a invitarlos a su casa... Por supuesto su casa está intacta, no la tocaron”, acusa.

Nos despedimos de Ustina, que sigue temblando y llorando en forma intermitente y que está más sola que nunca, con un fuerte abrazo. Lo necesita.

¿Hay algo con que podamos ayudarla? “Vengan al funeral de Sasha -contesta- y díganle al mundo la clase de animales que estuvieron aquí. Nunca más nadie tiene que vivir algo así”.

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