Roger Berkowitz es el director Académico del Hannah Arendt Center for Politics and Humanities de Bard College, donde se desempeña como profesor de Estudios Políticos, Filosofía y Derechos Humanos. Escribe y da conferencias sobre democracia, autoritarismo, libertad de expresión, derecho y filosofía; y estudia la influencia del pensamiento de Hannah Arendt en política. De visita en Uruguay, invitado por la Universidad de Montevideo, expuso en el coloquio “Tecnología, mentira y política en América Latina”, organizado por la Licenciatura en Política, Filosofía y Economía. Entre otros temas, disertó sobre "The Paradoxical Danger and Needfor Truth in Politics" ("La paradoja del peligro y la necesidad de la verdad en política").
En diálogo con El País, Berkowitz adviritó sobre los riesgos de "confundir verdades con opiniones" en la política actual. En ese sentido, señaló que “la democracia necesita un acuerdo básico sobre lo que es real”, y afirmó que estamos ante un momento en la historia en la que el consenso sobre una verdad aceptada por cierta clase política-social está tambaleando a raíz de que, con internet, "opiniones menos convencionales empezaron a aparecer en la esfera pública".
—¿Por qué seguimos necesitando la verdad en la política si, al mismo tiempo, puede ser peligrosa, como usted sugiere?
—Creo que uno de los problemas es que hay muchas formas diferentes de entender la verdad. Pienso que hay un tipo de verdad que sí necesitamos en la política: si vamos a formar parte de un grupo político similar, ya sea una ciudad, un estado o un país, tenemos que reconocer ciertos hechos comunes y un mundo común que nos conecte. Entonces, si te digo “somos parte de Uruguay” y tú me dices que no, es difícil compartir un país. En cierto nivel, la verdad que creo que necesitamos en la política es la capacidad para dialogar entre nosotros. Tenemos que hablar un idioma que el otro pueda entender. Y tenemos que poder ponernos de acuerdo sobre ciertos hechos básicos acerca del mundo en el que vivimos. Si no tenemos eso, la política desaparece. Más allá de eso, no creo que la verdad y la política vayan muy bien juntas. Y no es simplemente porque los políticos mientan —aunque eso sucede—, a veces mienten por buenas razones, a veces por malas razones. Pero si yo te digo que el aborto es bueno y tú me dices que es malo, o si digo que no debería haber pobreza y tu respondes que un poco de pobreza está bien, esas son opiniones, no verdades. Y la política se trata de opiniones. No hay verdades en política. Por ejemplo: deberíamos estar de acuerdo en qué es la pobreza. ¿La pobreza es cuando alguien no puede comprarse un auto? ¿O es cuando alguien no puede comer? Es una gran diferencia. Son ese tipo de cosas en las que tenemos que coincidir. Ahora bien, si deberíamos tener pobreza o no, o cómo deberíamos tratar de reducirla, esas no son cosas en las que tenemos que coincidir, pero sí tenemos que hablar de ellas, y tenemos que llegar a cierto consenso o acuerdo al menos sobre el denominador común mínimo de dónde estamos parados. Creo que uno de los grandes problemas actuales con la cuestión de la verdad en la política es que muchas personas piensan que lo que creen no es solo su opinión, sino una verdad. Es realmente importante ponernos de acuerdo sobre los hechos. Eso es lo que la política necesita. Pero la mayoría de lo que hablamos hoy no son hechos: son opiniones. Y la confusión entre hecho y opinión es, creo, el lugar donde muchos de los problemas aparecen hoy.
—¿De dónde cree que viene esa confusión? Se me ocurren líderes populistas, gobiernos autoritarios...
—Bueno, la política siempre ha girado en torno a la opinión, porque el mundo está lleno de personas y las personas tienen opiniones diferentes. Pero hay períodos en la historia en los que las opiniones tienden a acercarse, y otros en los que tienden a alejarse. Después de la Segunda Guerra Mundial, en Occidente —el mundo occidental, si es que puedo usar ese término—, surgió una especie de consenso que podríamos llamar “consenso liberal tecnocrático”. En Estados Unidos, Europa y otros países del mundo, quienes dirigían el país eran cada vez más personas con títulos universitarios, maestrías e incluso doctorados. Habían leído en gran medida los mismos libros. Habían estudiado a las mismas personas. No estaban de acuerdo en todo; en Estados Unidos teníamos republicanos y demócratas, pero en general veían el mundo de la misma manera. Y durante un largo período, este tipo de consenso tecnocrático de centroderecha y centroizquierda gobernó el país. Y creo que muchas de estas personas empezaron a creer que sus opiniones no eran solo opiniones, sino verdades. Olvidamos que había mucha gente en el mundo que no estaba de acuerdo con ellas y que simplemente se les excluía del gobierno porque no se les consideraba lo suficientemente inteligentes o importantes, o lo que fuera. Y entonces sucedieron un par de cosas. Primero, internet democratizó enormemente no solo la información, sino también la capacidad de publicar información. Y entonces, diarios como el suyo, que durante mucho tiempo pudieron decir “nosotros les decimos lo que está pasando”, ahora compiten con cualquiera que pueda hacer lo mismo. Entonces, opiniones menos convencionales empezaron a aparecer en la esfera pública. Había más “competencia” de opiniones, y mucha gente del establishment quería mantenerlas afuera. Y sin embargo, surgen ciertos líderes populistas que amplifican esas opiniones, y ahí uno se da cuenta de que lo que creíamos que era verdad era simplemente una opinión.
Estamos en un período en el que ciertas “verdades” establecidas desde hace mucho tiempo están siendo desarmadas. No creo que eso sea algo terrible.
Creo que estamos en un período en el que ciertas “verdades” establecidas desde hace mucho tiempo están siendo desarmadas. Ahora bien, no creo que eso sea algo terrible. Hay períodos en los que las opiniones se aceptan tan ampliamente que se consideran verdades y, como dijo Hannah Arendt, todos están de acuerdo en gran medida con el suelo que pisamos y el cielo que nos cubre. Y creo que ese fue el caso en gran medida en Occidente hasta 2009, cuando estalló la crisis financiera. Y luego esta crisis financiera llegó y todo un grupo de personas empezó a decir: “¿Saben qué? Hemos permitido que esta verdad sea cierta durante mucho tiempo, pero no nos ayuda. Nuestras vidas no mejoran, la atención médica no mejora, la educación no mejora, los inmigrantes están tomando nuestros trabajos”. Y empezaron a decir: “Ustedes nos dijeron que esto era cierto, pero no funciona para nosotros”. Y creo que sí, que estamos en uno de esos períodos en los que la opinión consensuada establecida —que se había transformado en una suerte de verdad social— está siendo desmantelada. Esos períodos suelen ser muy agresivos, muy disputados, incluso violentos e inestables. Y en algún momento surgirá una nueva verdad, pero todavía no sabemos cuál será.
—Un ejemplo obvio es Donald Trump, que acaba de sacudir la economía mundial. Pudo hacerlo porque volvió a ser elegido en una campaña en la que postulaba sus opiniones como verdades. ¿Qué dice eso de Estados Unidos, de la democracia estadounidense?
—En primer lugar, hay muchas cosas que Donald Trump está intentando hacer. Una de ellas es terminar con un cierto tipo de sistema internacional de globalización liberal, lo que llamamos globalización. Ese sistema, creo, ya estaba llegando a su fin en cierto grado. Empezabas a ver a países como China, Rusia, Turquía, Venezuela, Irán, Sudáfrica y tal vez Brasil diciendo: “Miren, este sistema internacional no es justo. Está inclinado a favor de Occidente, de Estados Unidos y Europa”; y empezaban a cuestionar ese sistema. En muchos sentidos, Donald Trump ve eso. También ve que hay muchas personas en el mundo —y muchas en Estados Unidos— para quienes la globalización no fue un buen sistema, o al menos eso es lo que él piensa. Gente que tenía trabajos industriales bien pagos, y ahora Estados Unidos se ha desindustrializado. Y la globalización es muy buena para gente como yo: obtengo comida más barata, autos más baratos, mano de obra más barata, todo tipo de cosas. Pero para la gente que tenía esos trabajos fabricando cosas, ahora no los tienen, y consiguen trabajos de servicios con peor paga. Después está el tema de la inmigración, que para mí es algo muy bueno. Primero, porque creo en la inmigración. Segundo, porque soy inmigrante o mis padres lo fueron, y creo que este es un país de inmigrantes. Tercero, porque reduce los precios. Y cuarto, porque me gusta hablar con personas de otros países. Pero si tu trabajo es cavar zanjas, y traemos a 300 personas a tu pueblo que también cavan zanjas, el precio de tu trabajo va a bajar. Y no hay dudas de que la inmigración ha perjudicado a ciertas clases en Estados Unidos. Entonces, creo que tenemos que recordar que Donald Trump fue elegido democráticamente. No creo que sea una amenaza para la democracia. Es una amenaza para ese consenso liberal de centro-izquierda y centro-derecha, el consenso en el que yo creo. Y en muchos sentidos, mi “clase de persona” ha fallado. Hemos fallado como élites. Hemos hecho que el país sea excelente, pero para nosotros mismos. Por otro lado, creo que este es un período muy estadounidense. Ya hemos tenido momentos así antes y volveremos a tenerlos. Sobre la cuestión de la verdad, es una pregunta muy importante e interesante porque todos sabemos que Donald Trump miente. Quiero decir, miente prolíficamente. Y sin embargo, la mayoría de sus seguidores lo aman porque lo ven como alguien que dice la verdad. Y creo que eso también tiene algo de verdad.
Hemos hecho que Estados Unidos sea un país excelente, pero para nosotros mismos.

Tenemos que recordar que el centro liberal tecnocrático, centro-derecha y centro-izquierda, también ha mentido. Mentimos cuando decimos que la inmigración es buena para todos. No lo es. Mentimos cuando decimos que sabemos qué es el cambio climático y cómo detenerlo. En realidad, no sabemos qué es exactamente. El mundo se ha calentado y enfriado durante miles de años. Está volviendo a calentarse, eso es cierto. Hay buena evidencia de que una parte de ese calentamiento se debe a la actividad humana, eso también es cierto. Pero cómo detenerlo, no lo sabemos. Y siendo honestos, lo usar autos eléctricos —que requieren una minería enorme de litio y otros minerales raros en todo el mundo, lo cual consume mucha energía y daña el medio ambiente—, es difícil decir que eso es mejor para el ambiente que usar, digamos, gas natural. Estoy seguro de que alguien podría explicarlo, pero la mayoría de nosotros no tiene idea. O por ejemplo, decir que todas las personas blancas tienen privilegios blancos. No hay duda de que en nuestro país, que ha sido racista durante mucho tiempo, ser blanco otorgaba privilegios durante mucho tiempo. Pero siempre hubo una diferencia entre los blancos ricos y los blancos pobres. Y esa diferencia hoy se ha agrandado.
Los blancos pobres de los pueblos pequeños, que de repente tienen que postularse a empleos y no pueden conseguirlos porque se los dan a otros por discriminación positiva u otras políticas, ya no tienen mucho privilegio blanco en este país. De hecho, hoy en día, yo preferiría ser una persona negra de clase media que una persona blanca pobre en Estados Unidos. Y creo que eso muestra que, en ciertas clases sociales, hay hoy un privilegio de ser negro. Y esta idea de que todas las personas blancas son culpables y tienen privilegios ha sido una enorme mentira. Esto también es polémico. El punto es que hay mentiras de todos los lados. Pero hay una diferencia: Trump miente de forma más enfática y en formas más repulsivas. Y lo hace como una táctica política intencional. Está intentando romper el sistema. Esa es parte de su meta, porque él cree que el sistema es corrupto y miente. Y por eso está dispuesto a usar métodos corruptos y mentirosos para romper el sistema.
—Y hablando de esto, de que él está tratando de romper el sistema, ¿cree que Estados Unidos tiene instituciones lo suficientemente fuertes para resistir un segundo mandato de Trump?
—Sí. En mi opinión, lo que lo sostiene es su estructura federalista. Ya sé que hay otros países con estructuras federalistas, pero la nuestra es mucho más intensamente federal por diseño constitucional que la mayoría. A nivel federal tenemos al presidente, al poder ejecutivo, al Congreso y al sistema judicial. Trump obviamente controla el Ejecutivo y el aparato administrativo, y está “limpiando” la casa en ese ámbito. Y tenemos dos instituciones más de poder nacional que se supone que deben ser celosas de su autoridad: el Congreso y los tribunales. Por ahora, el Congreso no está defendiendo mucho su poder. Durante los últimos 70 años, el Congreso ha ido cediendo más y más su autoridad. Se la cede al Ejecutivo por muchas razones, en general porque no quiere tomar decisiones difíciles, porque quiere ganar elecciones.
Pero hay algunas personas en el Congreso que están hablando de que este debería recuperar algo de ese poder. Los tribunales han sido más celosos de su autoridad. La diferencia es que los tribunales tienen muy poco poder: solo pueden emitir fallos. Y al final, Donald Trump y los republicanos podrían eliminar tribunales —no la Corte Suprema, pero sí gran parte del sistema judicial federal. Están hablando de eso ahora. Pueden hacer juicios políticos a jueces, pueden simplemente ignorar lo que digan los jueces. Creo que si hace eso, habrá una reacción. Donald Trump no tiene una coalición mayoritaria para sus ideas más radicales. Ganó una mayoría, tuvo un partido político detrás. Sí, el 30% del país acepta todo lo que dice. Pero el otro 23% de las personas que votaron por él no quieren todo eso. Así que, si se vuelve más radical, va a perder una gran parte de su base. Pero incluso si eliminara al Congreso, y si los tribunales fueran derrotados, todavía hay 50 estados. También tenemos un país con protección constitucional a la libertad de expresión, el derecho a reunirse, y una tradición de desobediencia civil que es bastante única en el mundo. Mi esperanza es que en las elecciones de medio término, dentro de un año y medio, al menos la Cámara de Representantes y tal vez el Senado vuelvan a manos demócratas, y eso genere una resistencia. Creo que una de las razones por las que (Trump) se está moviendo tan rápido ahora es que sabe que probablemente solo tenga dos años. Y después habrá resistencia.
—Hannah Arendt dice: "Los hechos y los acontecimientos son cosas infinitamente más frágiles que los axiomas". En esta era en la que los hechos pueden ser borrados, creados por inteligencia artificial o distorsionados, ¿tiene ese concepto un nuevo significado?
—Sí, lo tiene. Quiero decir, los hechos pueden ser borrados. Ella dice que son infinitamente más frágiles que los axiomas, pero no son totalmente frágiles. Por ejemplo, es un hecho que Joe Biden ganó las elecciones de 2020. Trump ha intentado borrar eso. No ha tenido éxito. Y supongo que, aunque durante algunos años logre poner en el poder a personas que digan que creen en eso (aunque no lo crean, solo por conseguir cargos), no creo que dentro de 50 años los libros de historia digan que Trump ganó en 2020. Puedo equivocarme, pero no lo creo.
Lo que también dice Hannah Arendt es que lo que la mentira masiva tiende a lograr no es que la mentira sea creída como verdad o que la verdad pase a verse como mentira, sino que las personas se vuelvan más cínicas y reacias a creer en absolutamente nada. Ese es el mayor peligro que veo ahora. Lo que Donald Trump está haciendo no es lograr que la gente le crea. Pero sí está logrando que la gente diga: "Bueno, en realidad no sé quién ganó las elecciones". O: "Quizás hubo más corrupción de la que pensaba". Está generando una enorme cantidad de cinismo. Como dije antes, la política necesita cierto nivel de verdad. Si las personas comienzan a desconfiar de toda autoridad e institución —y nuestras instituciones hoy están muy en riesgo, como tú preguntabas—. Su ataque a los tribunales es de hecho una parte muy importante de su estrategia. Y no solo a los tribunales, también a los estudios jurídicos y a las universidades. ¿Por qué ataca esas tres instituciones? Porque se supone que son independientes. Se supone que los tribunales deben ser justicia. Los bufetes de abogados deben representar a ambos bandos y a cualquiera. Se supone que los académicos deben representar la verdad. Las instituciones independientes, si son confiables, hacen que las personas crean en la verdad, y eso hace que sea más difícil manipularlas. Entonces, lo que él (Trump) está tratando de hacer es mostrar que todas estas instituciones están sesgadas. Lamentablemente, no es tan difícil de hacer, porque estas instituciones sí han estado sesgadas y se han corrompido. En su mayoría están dirigidas por gente como yo, de izquierda.
No creo que dentro de 50 años los libros de historia digan que Trump ganó en 2020.
Y, lamentablemente, hay muchos ejemplos de sesgos muy marcados en estudios jurídicos, tribunales y universidades. Así que lo que él intenta es socavar la autoridad de estas instituciones independientes. Lo que debería hacer, en cambio, es pedirles que se reformen para restaurar su autoridad, pero eso no le interesa. Él quiere socavar esa autoridad para que la gente no sepa en qué creer y pueda influir más fácilmente sobre ellos. Y lo está logrando con bastante éxito. Y lamentablemente, las instituciones no están haciendo un buen trabajo para defenderse, porque no quieren admitir que se han corrompido. No quieren admitir que están sesgadas. Que no tienen razón. Y desafortunadamente se han vuelto parciales; el 90% de los profesores de las universidades son liberales, demócratas. ¿Cómo pueden afirmar que son una institución imparcial y que busca la verdad cuando saben que casi todos en estas universidades de primer nivel pertenecen a un partido político y tienen una sola opinión?
—Mencionó el cinismo. ¿Qué le preocupa más, el cinismo desde abajo, o el autoritarismo desde arriba?
Me preocupa mucho más el cinismo y la corrupción desde abajo. Es muy raro que las democracias se destruyan desde arriba. Puede pasar. Puede haber un ataque. Pero usualmente las democracias se destruyen cuando la gente se desconecta, pierde interés en lo público y se repliega en su vida privada. Y creo que el gran peligro hoy es que cada vez más personas digan: "Esto es solo política, yo voy a vivir mi vida, hacer mi trabajo, criar a mis hijos, y no me voy a involucrar". Y eso deja el campo libre. Ahora bien, creo que Estados Unidos tiene una larga tradición de activismo ciudadano, y espero que resurja, y creo que está comenzando a hacerlo.
Creo que Estados Unidos tiene una larga tradición de activismo ciudadano, y creo que está empezando a resurgir. Pero algo muy importante que estamos haciendo ahora desde el Centro Arendt —el centro que dirijo— es trabajar con algo llamado asambleas ciudadanas. La democracia, tal como se practicó a lo largo de la historia, desde Grecia hasta las repúblicas romanas y los sistemas medievales de gobernanza, siempre elegía a sus representantes por sorteo, no por elección. Aristóteles, Montesquieu, Rousseau, todos decían que usar elecciones para elegir representantes era una forma aristocrática, porque siempre se elige a los más calificados, que suelen ser los más ricos y mejor educados. Si realmente quieres una democracia, tienes que elegir personas al azar, por sorteo. Y uno de los verdaderos problemas del sistema político estadounidense —y no solo el de Estados Unidos— es que no hemos creado espacios institucionales para que los ciudadanos comunes participen en la política. Alexis de Tocqueville, que escribió "La democracia en América", dijo que la institución más importante para la democracia estadounidense era el jurado penal. Y dijo que no era porque el jurado tomara siempre la decisión correcta, sino porque todo aquel que formaba parte de un jurado tenía que dejar de lado sus ideas personales e intentar hacer lo justo.
—Después de tantos años leyendo, enseñando, estudiando a Hannah Arendt, ¿hay una idea, un concepto, algo que tenga en mente que le sirva como brújula en estos tiempos turbulentos?
—Cuando comencé el Centro Hannah Arendt, la gente me preguntaba: "¿Cuál es la idea central de Hannah Arendt?". Y yo decía: la libertad. Para ella, la libertad no es libre albedrío, ni simplemente hacer lo que uno quiera. Tampoco son los derechos civiles, en sí mismos. La libertad significa la posibilidad de actuar y hablar, de autogobernarse, de actuar en lo público y comenzar algo nuevo. Y una de las cosas que la libertad significa es que siempre tenemos la capacidad de cambiar el rumbo del mundo. Así que no creo que estemos condenados. No creo que haya un destino inevitable. Y creo que nosotros, como seres pensantes, podemos detener el curso del declive. Y espero que lo hagamos. He cambiado un poco mi respuesta en los últimos cinco años: sigo pensando que la libertad es esencial para ella, y creo que es una gran parte de su pensamiento. Pero también creo que, para Arendt, en el núcleo más profundo de su pensamiento está la idea de que lo que nos hace humanos es la necesidad de importar, de tener significado. Así que cuando dice que tenemos la libertad de actuar y hablar en público, agrega: de hacerlo de manera que importe. Y piensa que ese es el único derecho humano que tenemos: el derecho a ser significativos. Si me preguntás cuál es la estrella guía o la idea de Arendt que creo que debemos considerar hoy, es que tenemos que ofrecer consuelo al alma de las personas, no solo a sus bolsillos. Sí, el bolsillo importa. Y si las personas se enriquecen, muchas veces pueden sobrellevar la pérdida de sentido. Pero creo que los políticos también necesitan encontrar formas de permitir que la gente se sienta relevante. Y creo que las asambleas ciudadanas son una forma de hacerlo. Permitir que las personas sientan que su voz importa y que no están siendo ignoradas es una parte importante. Y por eso creo que los políticos deben empezar a tratar a las personas como seres humanos completos y ciudadanos, y no solo como votantes que pueden ser comprados o persuadidos. Espero que haya algún cambio en esa dirección.
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