La vida de la familia Escobar, el mayor narco de Colombia

La viuda y los dos hijos de Pablo Escobar viven en Buenos Aires, donde recuerdan su pasado y su constante fuga de las autoridades | Historia. Luchó contra Estados Unidos y Colombia

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BUENOS AIRES | REVISTA DONJUAN, EL TIEMPO / GDA

María Isabel Santos, Juana y Sebastián Marroquín y su esposa María Ángeles Sarmiento son la familia más cercana de Pablo Escobar. Viven en Buenos Aires y ahora son los Marroquín Santos, pero tienen un pasado difícil de olvidar que incluye las estrategias del narcotraficante para pasar de escondite en escondite, una fogata hecha con dos millones de dólares, compras de arte y su paso por Mozambique.

Sebastián Marroquín Santos abre un diminuto closet incrustado en la pared de su estudio. Sin más preámbulos me dice: "Aquí está todo". Del piso hasta el techo hay una pila de cajas y sobres de manila con fotografías familiares de todas las épocas con su papá: fotos en las que aparecen vigilantes y empleados montados en el lomo de los rinocerontes de la hacienda Nápoles, fotos de la primera comunión y los diferentes cumpleaños de él y su hermana Manuela -hoy Juana Marroquín Santos- en la que hay un fondo de cientos de personas con una copa en la mano, fotos en la que su papá le regala su primera moto cuando tenía 12 años, fotos en las que aparecen políticos al lado de su mamá. Fotos de estudio donde su mamá posa con ropa de diseñador al lado de sus hijos y con un fondo de paredes blancas donde hay cuadros de Botero, Darío Morales y Dali. Hay -incluso-, varias cajas de fotos en el que toda la familia trata de sonreír mientras se mantienen encerrados y aterrados en una caleta después de la fuga de Escobar de la cárcel de la Catedral. En ese closet, de 1 x 2 metros, está la memoria familiar del capo más grande de toda la historia de Colombia.

-Sufrimos mucho para recuperarlas, me dice Sebastián. Mi papá tenía álbumes en cada escondite. Siempre quería estar con nosotros. Y siempre justificaba sus barbaridades por nosotros.

En las fotos siempre están los cuatro, María Isabel Henao, hoy Isabel Santos, Pablo y sus dos hijos. El resto del mundo -su mundo- está de fondo. Además de ese museo portátil apilado en cajas, el apartamento de Sebastián y su esposa María Ángeles Sarmiento, la misma mujer con la que está desde hace 20 años, tiene varios portarretratos que se empeñan en mantener viva la presencia de Escobar. En las paredes de sus 50 metros cuadrados hay fotos de Sebastián sentado en las piernas de su papá y de toda la familia y un retrato amarillento del capo cuando hacía la primera comunión que -como una sombra permanente- cuelga de un nylon en el cuarto principal al lado de su mesa de noche.

En un rincón de la sala hay un televisor de plasma y una colección de videos de Escobar, entre ellos el documental Los pecados de mi padre. En ese lugar Sebastián se sienta todos los días a las 2.30 de la tarde para ver el noticiero. "Era una costumbre que tenía mi viejo. No importaba en la situación de peligro que estuviera. En las mañanas se leía todos los periódicos de Colombia. Al medio día y en la noche, se sentaba a ver los noticieros. Jamás decía una palabra. Observaba, a veces apuntaba cosas y cuando terminaba el noticiero simplemente apagaba el televisor".

Esa monotonía, Escobar por todas partes, se rompe por la vista del hipódromo y los campos de polo de Palermo, que se ven desde un balcón en el que a duras penas cabe una persona, y por los cuadros que ha pintado María Ángeles en estos últimos años.

-Empecé a pintar por terapia, dice Ángeles mientas acomoda uno de sus cuadros en la pared.

Ángeles. Ángeles y Sebastián se conocieron en 1989 en una fiesta de colegiales. Ella, en ese entonces, se llamaba Andrea Ochoa y era estudiante del colegio Santa María del Rosario en Medellín. Él tenía 13 años y ella 17. Se enamoraron. Ella se retorcía de la rabia cuando la recogía en autos demasiado ostentosos. Le daba pena salir del colegio. A veces esperaba que todas sus compañeras se fueran para subirse al carro. Lo regañaba y le pedía que no fuera tan loco.

Sabía que era el hijo de Pablo Escobar, pero no le importaba. Juan Pablo, en ese momento, era el rey del mundo, tenía una colección de motocicletas -Enduros, Harley Davidson, Hondas-, se movilizaba en camionetas blindadas escoltado por un ejército de hombres al servicio de su padre. Con mover un dedo sus escoltas estaban listos a cumplir los deseos del hijo del Patrón. "No me lo va a creer, pero cuando nos instalamos aquí en Buenos Aires, no sabía qué hacer con un menú en un restaurante, por lo general, yo decía qué quería y los escoltas pedían y pagaban por mi".

En una ocasión, cuando su papá estaba preso, quería ir a una competencia de motocross, pero Pablo le pidió que no lo hiciera porque había un plan para secuestrarlo. Juan Pablo suplicó tanto (había llegado con su último boletín de notas para demostrar que se estaba portando bien), que su papá tomó un teléfono y empezó a llamar a cada una de las personas que estaba detrás del secuestro y les dijo: "mira tal por cual, si a mi hijo le llega a pasar algo, le juro que su familia, sus hijos y toda su generación no tendrán un respiro en sus vidas... Así que ya saben cómo es la cosa".

En ese momento, cuando Escobar estaba en la cárcel, Juan Pablo y Ángeles tenían 15 y 19 años y decidieron irse a vivir juntos; Ángeles pasó a ser parte de la familia y cuando Escobar se fugó de la cárcel ella se convirtió en otra perseguida.

Pablo Escobar no huía del Bloque de Búsqueda, de los Pepes y del Cartel de Cali con un ejército de sicarios de las comunas de Medellín: huía con su clan. Prefería estar cerca de ellos para protegerlos y tener la tranquilidad de que sus enemigos no iban a tocar a su familia. No quería que se repitiera la historia de la bomba del edificio Mónaco. Él no se encontraba en ese lugar en el momento de la explosión. El techo del cuarto principal se le vino encima a Juan Pablo y quedó aprisionado por una viga que su mamá todavía no sabe cómo le quitó de encima. Su hija Manuela se salvó de milagro. Ella estaba en la cuna y el ventanal del cuarto cayó adentro, partió el tetero por la mitad, pero a la pequeña no le pasó absolutamente nada.

Escondites. Para mantenerse en movimiento con su familia, Escobar había diseñado un plan de escondites que estaban regados por toda la ciudad. Eran unas 15 casas, donde sólo vivía una persona que hacía las veces de caletero. Ninguno se conocía con los otros. El único que sabía de la existencia de esos escondites era Escobar.

Siempre era así. Su seguridad se la proporcionaba él mismo. Cuando estuvo detenido en la Catedral, tenía un sistema de comunicación con el exterior bastante simple: un citófono que conectaba la cárcel con una oficina en Envigado, a casi doce kilómetros de distancia, por eso los equipos de telemetría y los rastreadores de llamadas telefónicas jamás lo pudieron escuchar.

Para saber qué forastero llegaba a Medellín compró un ejercito de taxis que operaban en el Olaya Herrera y Rionegro.

Tenía infiltrados en las Empresas Públicas de Medellín y conseguía la información de todas las llamadas nacionales que salían de la capital paisa. Un grupo de colaboradores con lupa en mano repasaban miles de hojas en busca de teléfonos con indicativos del Valle que, por a o b motivo, podrían estar en contacto con el Cartel de Cali.

Se movía cada de 48 horas, vendaba los ojos de su familia, los montaba en un taxi que él mismo manejaba y los llevaba al hogar de paso. Una vez allí, Escobar les pedía que recorrieran el sitio. Que observaran bien cada detalle y que le dijeran si podían reconocer el lugar. Si eso ocurría de inmediato cambiaba de sitio y esa propiedad quedaba eliminada como escondite.

Tenía claro que si por alguna circunstancia sus enemigos capturaban alguno de sus familiares los iban a torturar para que confesaran dónde estaban.

de cerca. Por lo general Ángeles era la que encendía las alarmas. A ella a veces le daba pena mencionar que sí sabía dónde estaban. Su relación con Escobar había sido fugaz a pesar de llevar ya más de tres años de novia de su hijo.

A partir de la fuga de la Catedral lo conoció de cerca. Al principio no sabía si decirle don o Pablo a secas. Finalmente lo llamaba por sus mil sobrenombres. Dos en especial: don Jaime o Míster. Los detalles que descubría Ángeles parecían insignificantes, pero eran claves para la seguridad de todos: la cúpula de una iglesia que veía desde alguna de las ventanas, el bullicio del parque Berrío, el color de una reja a la entrada de la casa. Escobar la escuchaba, se resignaba y decía: "tenemos que movernos otra vez".

Tenía unos protocolos estrictos de seguridad y la regla principal era que si alguno de ellos se separaba del grupo no podía volver a reunirse con el resto.

Ángeles sintió varias veces que iban a atraparlos. En una ocasión, cuando la persecución de las autoridades y de los enemigos del jefe del cartel de Medellín estaba en uno de sus momentos más implacables, Escobar le pidió que lo acompañara a la casa de su hermana.

No eran más de las siete de la noche. Se fueron en un auto normal. Sin vidrios polarizados, ni blindado ni con escoltas. Escobar solo tenía puesta una peluca. Se presentaron en la recepción del edificio, preguntaron por la hermana de Pablo y ella dijo que venía acompañada de un tío. Hasta ahí todo parecía normal.

Cuando tomaron el ascensor, dos personas lo abordaron al mismo tiempo que ellos. Ella entró en pánico y creyó que los iban a identificar. Pablo notó su nerviosismo y empezó a hablar de las vacas que habían comprado, los terneros que iba a vender, las cuentas de la finca. Improvisó una conversación. Cuando se bajaron los otros dos pasajeros le explicó que, cuando la gente habla en el ascensor, los otros bajan la cabeza por respeto. Para no sentirse entrometidos en una conversación que no es de ellos. Y con la mirada en el piso era difícil que los identificaran.

En otra ocasión le encargó una misión más importante: organizar el cumpleaños de su esposa. Le dijo que le comprara una torta y que recogiera algunos regalos que había donde una hermana de María Victoria y que le enviaba la familia. La única condición era que tenía que regresar en cuatro horas.

Con un margen de espera de 15 minutos. Si no llegaba en ese lapso, perdía para siempre el rastro del resto de la familia. Ella hizo todo lo que tenía que hacer, recuerda que tomó tres taxis, que fue de un lado para otro. Se cercioró de que nadie la estuviera persiguiendo y cuando por fin recogió los regalos y la torta de cumpleaños, se soltó un aguacero interminable sobre Medellín que convirtió todas las vías en un eterno atasco, cuando llegó a la casa nadie le abrió.

Todavía llovía y apenas podía sostener con las manos todos los paquetes, empezó a llorar y a caminar por la acera. Estaba fuera del grupo. De pronto salió una mano de la caseta de un vigilante que la cogió por el brazo.

-¿Dónde se había metido, mija?, dijo Escobar.

Esas medidas de seguridad que a simple vista parecían primarias los mantenían lejos de sus enemigos. En una oportunidad estaban escondidos en una casaquinta en una de las montañas que rodean a Medellín y la zona terminó acordonada por la policía. Estaban sin provisiones y el frío les estaba haciendo mella. Pasaron los días y el cordón de seguridad de las autoridades continuaba. Una madrugada la hipotermia comenzó hacer estragos en Manuela. En la casa lo único que había eran dos costales con dos millones de dólares y Escobar decidió hacer una hoguera con ellos para evitar que se congelara.

Juana. Manuela, hoy Juana, ha tenido varios episodios depresivos y varias veces ha intentado quitarse la vida. Hoy estudia relaciones públicas y los días en que tiene algún parcial su familia se pone en jaque porque una mala nota significa una recaída. Pero cada vez que eso pasa, María Isabel llama a Ángeles y le pide consejos, ella se pone al teléfono o sale para su casa y por lo general resuelve el problema con Sebastián.

Uno de esos momentos difíciles para Manuela ocurrió en noviembre de 1999, cuando estalló el escándalo en Buenos Aires y el mundo se enteró que la familia de Escobar, de la que no se había vuelto a saber nada desde 1995, vivía en esa ciudad y que estaba acusada de falsificación de identidad y lavado de activos. A Sebastián le costó 40 días de prisión. Y a su madre 18 meses.

Después de cinco años de investigación por parte de la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia de Argentina que rastreó sus movimientos por cuanta cuenta bancaria les fue posible, se determinó que el dinero con el que vivían en Buenos Aires era legal y que las nuevas identidades habían sido otorgadas por la fiscalía en Colombia. Manuela pasó esos días terribles de la mano de María Ángeles. Ella la cuidó en las noches de insomnio y en sus interminables horas de llanto.

En esa época ya había conocido a su mejor amiga y gran confidente en la Argentina, la pintora Francisca Miranda, y ella también fue tocada por la tragedia justo en esos días. Su casa se incendió y el 60 por ciento de cuerpo se quemó y perdió dos dedos en cada mano, con todo y eso, fue capaz de garabatear una nota para Sebastián dándole ánimo.

-Eso me sacó de la depresión, dice Sebastián.

Por otro lado, Francisca animó a Ángeles para que tomara los pinceles y empezara a pintar, "es la mejor terapia", le dijo. Y ella empezó a pintar flores. "Son el símbolo de mi ciudad, por eso las pinto". Y por eso las flores están por todo el apartamento, el estudio de Sebastián y el de su mamá.

en buenos aires. Los cuatro continúan siendo paisas. Ella y la mamá de Sebastián siempre se visten con colores vivos. Llevan 15 años en Buenos Aires y todavía su acento no se ha contaminado de los giros bonaerenses. La cárcel, en esos días, también sirvió para que Sebastián y Ángeles dejaran de ser novios y se convirtieran finalmente en marido y mujer.

Ella -que tiene nacionalidad mexicana- viajó a México con un poder de Sebastián y se casó sola en una notaría, años después, el siete de diciembre de 2003, se casarían en una iglesia en Buenos Aires, pero los únicos asistentes, además del cura, fueron Isabel y Manuela y uno que otro familiar que los visitó desde Colombia.

Líder de "extraditables" y del tráfico de cocaína

BOGOTÁ | Pablo Escobar encabezó el cartel de tráfico de cocaína más importante en los años 1980. Peleó contra ser extraditado a Estados Unidos con una violenta campaña en Colombia, ordenando bombazos -incluyendo uno que voló un avión con 107 pasajeros a los cuatro minutos de despegar- y los secuestros y asesinatos de políticos, jueces y periodistas que se interponían en su camino.

Su hijo, ahora llamado Juan Pablo Marroquín, y su esposa María Isabel, fueron acusados pero salieron librados de lavado de dinero en Argentina después de que ingresaron al país en 1994. Y un ex funcionario estadounidense antinarcóticos de alto nivel dijo que las autoridades tuvieron información de que a inicios de los 1990, Marroquín se preparaba para suceder a su padre.

Francisco José Sintura, ex vicefiscal general para la época del narcoterrorismo de Escobar, explicó que no hubo ninguna investigación contra Juan Pablo, entre otras causas porque era menor de edad. Para la salida del país en los 90, la Fiscalía emitió un salvoconducto y "fue entregado porque contra él no había ningún requerimiento" judicial.

Hijo de un granjero y una maestra, Pablo Escobar empezó su vida criminal de adolescente robando lápidas y de ahí creció hasta forjar el más grande imperio de tráfico de cocaína del mundo.

Utilizó sus ganancias para comprar popularidad y ganar elecciones en el Congreso. Cuando políticos, jueces o policías se le oponían, los mandaba a matar. En 1989, ordenó un bombazo en un avión porque pensó que el futuro presidente César Gaviria estaba entre los pasajeros.

En determinado momento se rindió ante las autoridades, aunque mantuvo su influencia desde una cárcel que él mismo diseñó. Luego huyó y volvió a ser fugitivo.

Escobar fue abatido por la policía colombiana el 2 de diciembre de 1993 cuando Marroquín tenía 16 años. Padre e hijo habían hablado por teléfono por mucho rato y las autoridades localizaron el lugar donde estaba el narcotraficante. Le dispararon en la cabeza cuando, pistola en mano, intentaba escapar por el techo de la casa de seguridad en que estaba.

Aunque el hijo del capo colombiano ofrece disculpas por los crímenes que Escobar orquestó desde Medellín, Marroquín también lo defiende porque "también fue un padre, un gran padre", señaló.

Las riquezas de Escobar aparentemente se desvanecieron. Más de 240 propiedades de Escobar fueron confiscadas por las autoridades. AP

Las cifras

240 Fueron las propiedades de Escobar expropiadas por las autoridades, que sospechan que su familia rescató algo de dinero.

1993 Año en que el narcotraficante fue abatido por el "Bloque de Búsqueda", formado por policía, ejército colombiano y EE.UU.

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