La peligrosa diplomacia de Zapatero

| Ahora son los propios europeos los que comienzan a observar con gran preocupación la política exterior de Zapatero

La primera consecuencia de la política exterior de Zapatero fue enfriar sus relaciones con Washington. No sólo por el apresurado retiro de las tropas españolas de Irak, y por la pública convocatoria a otras naciones a que siguieran su ejemplo, o por el gesto infantil de mantenerse sentado en un desfile, cuando pasaba la bandera de Estados Unidos. Había algo detrás de esas posturas aún más inquietante: ni siquiera existía una convicción política radical. Zapatero era sólo un peligroso demagogo.

Los colombianos no tardaron en llegar a la misma conclusión. Poco antes de la salida del poder de José María Aznar, su gobierno decidió cederle al de Alvaro Uribe seis viejos aviones Mirage y unos cuantos vehículos blindados. La España de Aznar quería ayudar a Colombia a derrotar a las narcoguerrillas comunistas y a los paramilitares, y esas armas podían ser de alguna utilidad. Pero tan pronto como Zapatero llegó al poder canceló la entrega de los equipos. El argumento utilizado fue conmovedoramente angelical: esas eran máquinas para matar y lo que Colombia necesitaba era paz y armonía.

Sin embargo, mientras Zapatero, frente a Colombia, que se desangra en una batalla terrible de cuatro décadas, librada contra los peores criminales del planeta, adopta esa dulce actitud gandhiana, simultáneamente le vende a la belicosa Venezuela de Hugo Chávez varios barcos de guerra. Esa remozada marina venezolana, junto al medio centenar de Mig-29 adquiridos en Rusia, sólo pueden tener un destino: un hipotético enfrentamiento con Colombia provocado por la vocación imperial de Chávez.

Mas ahora son los propios europeos los que comienzan a observar con gran preocupación la política exterior de Zapatero. Primero, Polonia no entendió por qué España, presionada por Chirac y Schroëder, cedió voluntariamente peso político dentro de la Unión Europea, concedido por el Tratado de Niza, en un tema en el que las dos naciones, que tienen un parecido número de habitantes —en torno a cuarenta millones— podían haber resistido exitosamente.

Pero a ese episodio, descifrado en las cancillerías europeas como una especie de entrega servil de la España actual a Francia, los veinticinco países ahora agregan otra inexplicable conducta diplomática: la feroz campaña desatada por la diplomacia zapatera para conseguir que la UE disminuyera la presión moral y política sobre la dictadura cubana, especialmente ejercida desde junio de 2003 como consecuencia del apresamiento injusto de setenta y cinco demócratas de la oposición que intentaban pacificamente difundir sus puntos de vista.

Afortunadamente, la vigorosa oposición de la diplomacia checa consiguió debilitar la proposición española hasta hacerla prácticamente inofensiva y se mantendrá una suerte de respaldo a los disidentes de la oposición. No obstante, la sensación que quedó en los medios políticos europeos era que la España de Zapatero, pese a la calidad de sus diplomáticos —que no están nada felices con las órdenes que reciben de Madrid— no era un país confiable en el terreno de los principios, y ni siquiera coherente en la definición de sus objetivos. Ser antiamericano y antiguerrerista en Irak, pero prochavista y guerrerista en América Latina, era inconcebible. Empeñarse en sacarles las castañas del fuego a Castro, tras casi medio siglo de dictadura, era imperdonable.

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