Cinco surfistas uruguayos que esperaban encontrar grandes olas en las islas Mentawai del Océano Indico (Indonesia) fueron sorprendidos por un mar embravecido que volcó su embarcación, pero lograron salvarse y rescatar a otros cuatro tripulantes gracias a sus tablas de surf, informó ayer la agencia AFP en un escueto cable fechado en Yakarta.
EL PAIS pudo reconstruir la odisea de los cinco surfistas —Matías y Sebastián Temesio, Esteban Giménez, Martina Lorenti y Philipe Paullier— a través de las informaciones que enviaron a sus familias en Montevideo, cuando ya se encontraban a salvo en Bali.
El grupo había llegado a Padang (ver mapa) el pasado 28 de junio para dirigirse en barco a las islas Mentawai, uno de los lugares donde se congregan habitualmente los amantes del surf.
Entre las distintas opciones para trasladarse por mar, los jóvenes descartaron arrendar el "Africa", una embarcación pequeña e incómoda para los cinco, y se decidieron por el "Otik Do Mulana", que contaba con aire acondicionado, freezer y motor nuevo... Pero les esperaba una sorpresa.
PELIGRO EN LA NOCHE. El 30 de junio, a las 4 de la tarde, zarparon de Padang. La embarcación llevaba a los cinco surfistas y a cuatro tripulantes: el capitán, un cocinero, un mecánico "y otro indonesio" del que no se refieren más datos relevantes.
"Fuimos pescando las primeras cuatro horas hasta que oscureció", relató uno de los jóvenes, de acuerdo con los testimonios familiares. El barco iba bien cargado, con tres barriles de gasoil de 500 litros atados en la proa, 30 bidones de 20 litros de agua potable a cada una de las bandas, y en la popa grandes tanques con agua dulce para la limpieza.
"El barco se movía bastante, pero eso es normal por acá", relató uno de los jóvenes. "El cocinero decidió no cocinar porque el balanceo no cesaba, así que nos fuimos a dormir".
"Después de un rato —no teníamos idea de qué hora era—, mientras tratábamos de conciliar el sueño, se empezaron a escuchar gritos. La gente corría. El barco comenzó a llenarse de agua y quedó escorado 90 grados".
"Salimos desesperados para la cubierta —porque el cuarto estaba debajo del nivel del mar—, nos pusimos todos sobre la otra banda hasta que logramos enderezarlo, pero ya estaba lleno de agua".
"Desatamos las tablas rapidísimo, porque pensamos que el barco se iría a pique enseguida. Entonces saltamos los cinco al mar arriba de las fundas con las tablas de surf. Por suerte se veía con la luz de la luna una isla que parecía no muy lejana, y eso nos dejó más tranquilos".
Con rapidez, los jóvenes ataron las cinco fundas para forma una balsa más grande y no separarse. Los cuatro tripulantes estaban en un techito en lo alto de la embarcación y los surfistas lograron asirse a un cabo para mantenerse unidos al casco que permanecía a flote.
NOCHE DE LUNA. La luna llena se había formado poco antes del crepúsculo. Y a esa hora, por la altura en la que se encontraba, debían ser las 3 de la madrugada y faltaban otras cuatro horas para que amaneciera.
"A los pocos minutos de estar en el agua, empezaron a aparecer flotando las mochilas, botellas de agua, latas de Coca Cola, frutas... En las mochilas estaban todos los pasaportes (el bien más preciado para un uruguayo que se encuentra en Indonesia).
"No lo podíamos creer, pero estábamos tranquilos, se veía la isla bastante cerca y había luces".
"Tratamos de dormir flotando sobre las tablas. Teníamos apenas un poco de frío porque el agua estaba caliente, pero tampoco queríamos estar mucho en el agua. En un momento comenzó a llover, pero paró al rato".
Ninguno de los cinco lo mencionaba, pero en sus pensamientos rondaba la imagen que más temen los surfistas: los tiburones.
Cuando comenzaba a clarear, alguien divisó unas aletas.
Eran delfines, afortunadamente.
AMANECE. Cuando el sol asomó, se percataron que la isla no estaba tan cerca como habían pensado.
"Decidimos esperar a que pasara algún barco. Estábamos en las Mentawai y hay muchos barcos en la vuelta. La corriente, por suerte, nos mantenía paralelos a la costa, no nos estábamos alejando".
Cuando habían transcurrido un par de horas desde que había amanecido, apareció bastante cerca una chalana a motor.
"Le hicimos señas como loco, pero no nos vio".
Cuando comenzaba a cundir la preocupación, uno de los jóvenes decidió hacer una corta expedición remando sobre la tabla. El viento soplaba suave en dirección a al tierra.
"Me pareció que lo mejor sería irnos remando hacia la costa, pero no estaban todos de acuerdo así que esperamos un rato más, quizás una hora, y finalmente decidimos salir".
Debían estar a unos ocho kilómetros de la costa. Les entregaron tablas a los cuatro tripulantes, que se mostraban algo inquietos ya que no parecían muy aficionados al surf, menos en esas circunstancias.
Los hermanos Temesio partieron primero, tratando de llegar antes a un islote cerca de Sipora para pedir ayuda.
"A la media hora de remar —contó uno de ellos—, al ver que no nos acercamos mucho, decidí abandonar la funda grande con una tabla y las dos mochilas con todos los papeles de las compras, el teléfono celular, los pasajes, etc. Me quedé sólo con una riñonera con los pasaportes y la plata. Saqué de la funda las patas de rana y empezamos a remar. Había dos puntos equidistantes, decidimos remar al más interior pensando que podía haber corriente en el extremo de la isla, ya que los canales que separan islas grandes podían tener corriente fuerte. La corriente fue cambiando, pero por suerte el cambio nos ayudó bastante. Como a las tres horas, llegamos a una playa desierta en un canal que separa las dos islitas que hay al norte de Sipora. Bien cerca había un casita de cocoteros con canoas con remos y una con un motor pequeño. Yo seguí hacia adentro de la isla y conseguí un chalana con un motor potente, y salimos al mar con un indonesio de la isla, a buscar al resto de la gente".
"Podían estar en cualquier parte. Se había echado un viento más fuerte y no se venía mucho. No encontrábamos a nadie... y entonces el indonesio nos dijo que se estaba quedando sin gasolina. Tuvimos que volver a la isla".
REENCUENTRO. Al llegar a la orilla, vieron que Martina Lorenti y Esteban Giménez estaban a punto de llegar también, remando en sus tablas. Faltaban Philipe y los cuatro indonesios.
"Fuimos a buscar otra embarcación rápida y volvimos a hacernos a la mar".
"Al poco rato, en una islita de enfrente, apareció Philipe con un indo que no sabía remar, y a los minutos los otros tres tripulantes que se las arreglaron solos".
Los cinco jóvenes culminaron con éxito su odisea. Regresaron a Bali con sus menguadas pertenencias, pero sanos y salvos para poder contar la historia.