Argentina quiere ser un país normal

| Es curioso que Kirchner haya elegido para salir de la crisis el repertorio de ideas que hundieron a Argentina y a casi toda América Latina en el siglo XX

El presidente Néstor Kirchner ha dicho que desea que Argentina sea un país serio y normal. Magnífico. Parece una aspiración razonable. No definió qué es un país normal, pero probablemente se refería a una de esas veinte democracias estables y prósperas que hay en el planeta. Seguramente pensaba en Dinamarca o Australia, en Canadá, Holanda o Francia. Es decir, en países bien organizados, pacíficos, sin sobresaltos, en los que funciona el Estado de derecho, el valor de la moneda no se desploma cada cierto tiempo, la autoridad se transmite rítmicamente mediante elecciones democráticas, la economía funciona razonablemente bien, y el conjunto de la sociedad puede soñar con un futuro mejor.

Las dudas surgen cuando uno examina el camino elegido por Kirchner para lograr que Argentina se convierta en un país serio y normal. En primer término, se ha declarado neokeynesiano. ¿Qué es eso? Es alguien que sostiene que el motor de la economía es el gasto público y la función esencial del Estado el asistir a los más necesitados. Kirchner supone que la recuperación económica de los Estados Unidos en la época de Roosevelt fue la consecuencia de los vastos programas de ayuda social. Evidentemente, no es una persona bien informada.

Además de neokeynesiano, Kirchner es un cepalino clásico. La Cepal (Comisión Económica para América Latina) es una agencia de la ONU que a fines de la década de los cuarenta propuso la industrialización de los países de la región mediante una combinación de protección arancelaria y subsidios a los fabricantes y exportadores. El propósito era sustituir las importaciones por producción local. A principios de los sesenta, la Cepal ya había advertido que esa estrategia "desarrollista" no había dado resultados, pero los políticos permanecían encantados con ella. Les daba poder y les generaba clientes y amigos.

Pero hay más. Kirchner es un peronista. Juan Domingo Perón, a mediados del siglo pasado, y al calor de la influencia fascista que había recibido en Italia en los años treinta, se había hecho antiamericano y anticapitalista. Perón creía en la "tercera vía: ni comunismo ni capitalismo. Creía en un modelo híbrido que conservaba la propiedad privada, pero fuertemente controlada por un Estado que no sólo dirigía y planificaba, sino que también ejercía de gran empresario. Perón era un nacionalista militante en lo político y un socialista de derecha en lo económico. Kirchner también, como lo es una parte sustancial de la población argentina, que no ha roto con esa tradición.

La contradicción es grave: las naciones serias y normales del planeta no conducen los asuntos públicos de ese modo. Esos veinte países a los que Kirchner quisiera que la Argentina se asemejara, creen en el mercado, la competencia y la apertura, y en ninguno de ellos sería concebible que los parlamentarios se pusieran de pie para aplaudir la declaración de que el país decretaba la bancarrota y rechazaba el pago de la deuda externa, como sucedió en Argentina. En esas naciones suelen cumplir sus compromisos, y hay leyes severas que castigan a quienes rompen los pactos.

Tampoco existe entre ellas las que sostengan las virtudes del asistencialismo. Alemania e Inglaterra, que inventaron el welfare state en el último tercio del siglo XIX, están de regreso de esa benigna utopía. A lo largo de varias décadas de frustraciones, descubrieron que ese tipo de relación paternalista entre el gobierno y la sociedad debilita el sentido de la responsabilidad individual, genera una burocracia parásita, propende a la corrupción y al clientelismo, pudre el proceso democrático, reduce la productividad y acaba por condenar a la pobreza a millones de personas.

Por otra parte, las naciones serias y normales no son enemigas de Estados Unidos, sino aliadas. La idea de una "tercera vía" les resulta ridícula. Las genuinas democracias cooperan y se ayudan, aunque compitan en el terreno económico. Ninguna de ellas rechaza la economía de mercado ni reclama para el gobierno un rol planificador o empresarial. En todas resulta obvio que el motor de la economía es el sector privado y el elemento clave es la sociedad civil.

Es curioso que el presidente Kirchner haya elegido para salir de la crisis el repertorio de ideas y comportamientos que hundieron a Argentina y a casi toda América Latina a lo largo del siglo XX.

Pero más curioso aun es el entusiasmo de sus compatriotas con las experiencias fallidas.

Parece increíble que los argentinos, tan listos y educados como realmente son, repitan una y otra vez el mismo experimento, siempre a la espera de que los resultados alguna vez resulten diferentes.

Entre las naciones serias y normales hay una cuya historia contemporánea el presidente Kirchner debería estudiar cuidadosamente: España. Hace cuarenta años los argentinos duplicaban el per cápita de los españoles. Hoy los españoles duplican el per cápita de los argentinos. ¿Cómo lo lograron? Haciendo exactamente lo contrario de lo que Kirchner predica. Es así como se llega a la "normalidad".

© Firmas Press

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