Por Maite Beer
No hay tantas cicatrices visibles en Dolores. En la Plaza Constitución, el corazón de la ciudad, solo hay dos edificios que materializan la desgracia: una casona vieja que tiene su segundo piso destruido y un terreno baldío donde se ubicaba un supermercado muy concurrido. Aquel 15 de abril de 2016 el tornado atravesó la localidad en diagonal, arrasando con 150 cuadras y llevándose consigo las pertenencias e historias de cientos de familias.
Hoy varias palomas se posan sobre los escombros de la casona gris de postigones de madera y personas en bicicleta pasan por allí sin voltearse a ver las tablas de madera con las que tapiaron la planta baja de la vivienda. La familia no tuvo el dinero suficiente para remodelarla. La edificación herida ahora mira a un pueblo que se sigue recomponiendo y les recuerda la tragedia que sufrieron hace siete años.
Es cierto, al recorrer Dolores no son tantos los escombros y roturas que se ven y, si las hay, los vecinos se han ocupado de dejar las estructuras prolijas para que pasen desapercibidas. Como la Iglesia Evangélica Valdense de San Salvador, que voló en pedazos: ladrillos, chapas, restos de madera y alambres desparramados por el suelo, así como si una máquina demoledora hubiera destruido todo y una gran batidora hubiera mezclado los escombros después.
En donde se construyó la iglesia hoy hay seis filas de bancos de cemento al aire libre que están dispuestos sobre un piso de pedregullo. Los asientos están rodeados por un muro de ladrillo de medio metro, que representan el comienzo de paredes que hoy ya no están. Lo único que permanece después del tornado es el frente de la iglesia, una pared de unos cuatro metros de color rosa viejo, de donde cuelga una cruz de madera con dos frases a sus costados: “Dios es amor” y “Dios es espíritu”.
Las cicatrices no se evidencian tanto en las calles, pero sí en la mente de los doloreños. Si bien se consideran un pueblo fuerte, resiliente, que mira hacia adelante y no vuelve la vista atrás, su memoria les juega una mala pasada. Cada vez que se oyen truenos, lluvias o vientos fuertes, su mente viaja hacia aquel 15 de abril y el terror aparece: ancianos que no salen ni a hacer los mandados, cientos de madres que no dejan que sus hijos vayan a la escuela ni al liceo y comercios que prefieren que sus empleados se queden en casa.
En los niños, quienes tienen un recuerdo más vago del tornado, la desgracia igual permanece a flor de piel. Y, según narraron las enfermeras del sanatorio CAMS, sigue sucediendo que cuando los niños ven nubes negras a lo lejos, ya no quieren ni ir a los cumpleaños de sus amigos.
Y es que el tornado azotó a Dolores de una forma espeluznante. Destrozó un tercio de la cuidad, mató a cinco personas y dejó más de 200 heridos. Las casas precarias del barrio los Altos de Dolores, el más pobre de la ciudad, prácticamente se extinguieron y las complicaciones se acrecentaron producto de las inundaciones que hubo a la semana siguiente.
La reconstrucción de las casas y comercios tardó varios años y, a pesar de que cientos de voluntarios de todo el país llegaron a Dolores para ayudar a los damnificados en las semanas posteriores al desastre, hubo miles de donaciones y el Estado destinó fondos para la reconstrucción de unas 200 casas, la mayoría de los afectados tuvieron que sacar el dinero de sus bolsillos.
Según la escala Fujita, que se utiliza para medir tornados y que va del 0 al 5, el tornado en Dolores estuvo en el tercer nivel y se cataloga como “severo”. Al tener en cuenta los daños que generó, se calcula que la velocidad del tornado fue de entre 250 y 330 kilómetros por hora.
“Hay gente que quedó muy mal psicológicamente”, cuenta el director del Hospital de Dolores, Gerardo Mezquida. Sin embargo, a nivel de salud no existe ningún estudio que haya analizado las consecuencias del desastre natural, como datos en cuanto al incremento de asistencia psicológica o psiquiátrica. Ni siquiera se tienen contabilizados los heridos que fallecieron meses o años después a causa de las complicaciones que les provocaron las lesiones por el tornado.
Ese es el caso del esposo de Amanda Alegrietti, una mujer de 83 años que se encontraba en su casa cuando vio esa masa de aire gigantesca que cada vez estaba más cerca. A lo lejos observaba supuestas palomas y pedazos de papel que revoloteaban adentro de la nube negra, pero poco a poco el ruido que parecía el de una turbina de avión -como lo describen la mayoría de los doloreños- se fue intensificando y Amanda se dio cuenta de que eso que veía entre las nubes eran pedazos de chapas, de autos y ramas enteras. De un segundo a otro, sus vidrios explotaron.
Fue tal el pánico que le produjo a Amanda ver el tornado, que no recuerda el momento en que atravesó su casa y la destruyó por completo. Su mente se pone en blanco cuando le preguntan qué hizo para salvarse. Lo siguiente que recuerda es ver a su esposo, que estaba en silla de ruedas, sobre un charco de sangre.
Amanda salió a la calle a buscar ayuda y se encontró con una ciudad devastada, con autos y camiones dados vuelta, árboles atravesando las calles, personas que lloraban ensangrentadas y otros que corrían gritando sin poder creer lo que veían. La anciana reconoció a una vecina y se abrazó a ella para llorar desconsolada.
Ese mismo día internaron a su esposo y parecía que un mes después se había recuperado. El tornado levantó al señor por los aires y al bajar se pegó en la panza contra la punta de una mesa, luego los escombros lo aplastaron y esto produjo una hemorragia severa. A los tres meses del tornado, falleció. El hombre no tenía ningún problema de salud, salvo por la artrosis que le impedía caminar, y ella asegura con la voz entrecortada que él hoy estaría vivo si no fuera por esa desgracia.
“Estuve 30 años casada con él y cuando murió fue un alivio para mí porque lo veía sufriendo. Yo soy muy fuerte y soy realista, sabía que cada vez iba a empeorar más y lo asumí”, dice Amanda. “No me achico”, resume la mujer que solo le teme a las tormentas eléctricas.
Primer golpeado
Los primeros afectados por el tornado fueron los funcionarios de la fábrica Cadol, que trabaja con granos. Luis Villalba, uno de los funcionarios fue el que filmó el video más visto sobre el desastre.
Ayuda
Cuando circuló la noticia de que un tornado había azotado una pequeña cuidad de Soriano, cientos de uruguayos se pusieron en marcha para recolectar donaciones y otros incluso viajaron al lugar para ayudar.
35 millones
Se estima que el tornado de Dolores generó daños por 35 millones de dólares. La ciudad se volvió a levantar, pero hoy varios residentes están endeudados por préstamos que pidieron para reconstruir sus casas.
Sobrevivientes
Todos los residentes de Dolores repiten lo mismo: podría haber muerto mucha más gente. Como dicen, fue una desgracia con suerte, porque al ver el estado en que quedó la ciudad a las 16:23, cuando el tornado ya se había ido, todos pensaron que había decenas de muertos.
Al calmarse el viento, madres y padres corrieron por la ciudad en busca de sus hijos y otros pidieron auxilio para que los ayudaran a rescatar a quienes estaban atrapados debajo de los escombros. Pero este tornado tuvo una particularidad. Algunas de las personas que se encontraban trabajando en el centro de la ciudad fueron lo más rápido que podían hasta sus casas para ver cómo estaba su familia y descubrieron que su viviendas estaban intactas y sus hijos ilesos. El tornado tocó ciertos puntos de Dolores porque fue en una dirección específica, y allí ocurrieron los destrozos.
Uno de los sectores afectados fue la intersección en donde se enfrentan cuatro comercios: el icónico restaurante El Retorno, la mueblería Andriolo, el almacén El milagro y la tienda de ropa Urban Haus. Gloria Rodríguez, dueña del comercio de muebles y electrodomésticos, acababa de llegar de comprar un café cuando sintió que el viento era cada vez más potente y decidió hacer fuerza para cerrar las puertas de vidrio de su local. Pero no lo logró, el viento las abrió de golpe y segundos después explotaron.
Las empleadas corrieron para esconderse en la parte trasera del comercio y la mujer se cubrió la espalda, pero los vidrios le llegaron a cortar su cara. “El techo se voló como una chapita de Coca Cola y los electrodomésticos y colchones se desparramaron unos arriba de otros en el centro de la tienda. Esto era todo una guerra”, cuenta la propietaria.
Gloria se fue caminando al sanatorio chorreando sangre. Sus manos y ropa estaban teñidas de rojo, pero no le dolía el cuerpo. “¿Qué más te puedo decir?”, dice ella y Fabiana, una de las empleadas, la interrumpe: “Que estamos vivas”. Sus ojos se humedecen y le tiembla la boca. Llora en silencio mientras su patrona continúa rememorando el desastre.
Cuando Gloria salió de la tienda se encontró con el dueño del almacén de enfrente, que estaba sentado en la vereda y se sostenía la cabeza descreído de lo que acababa de vivir. Lo habían rescatado de debajo de los escombros, el techo de su comercio se le había caído encima porque no alcanzó a correr al baño de atrás a diferencia de su esposa. Hoy los dos atienden, con gran calidez, un pequeño almacén que decidieron nombrar “El milagro”.
El día de la tragedia, Inti Torres, el mozo de El Retorno, estaba saliendo del local porque había terminado su turno y dio la vuelta a la manzana donde estaba su auto estacionado hasta que se dio cuenta de que le faltaba la matera y volvió al restaurante. Así, salvó su vida. Minutos después, el tornado golpeó el comercio y cinco personas murieron en Dolores.
Familiares de difuntos sin fuerzas para hablar
Luego de que el tornado atravesara la Plaza Constitución, la inmensa masa de aire pasó por un taller de autos ubicado a pocas cuadras. Allí trabajaba William Espantoso, de 22 años. Al ver el viento que se avecinaba salió a la calle para entrar el auto de un cliente que estaba estacionado en la puerta. El techo y una pared del taller se desplomaron cuando ingresaba. Cayeron sobre él y murió al instante.
Su hermano trabaja en un local de electrónicos llamado Inn Techno, a dos cuadras de donde era el taller -que ahora es el estacionamiento del supermercado El Dorado. Cuando le preguntan sobre su hermano, su rostro se transforma. No quiere hablar de eso.
Tenía una relación muy cercana con él, que era menor, y su trágica muerte le produjo un dolor muy grande, al punto de que por un año no quiso salir de su casa. Hoy agradece que logró volver a la vida, pero son pocos los días en los que no piensa en él.
Otra de las víctimas que se cobró el tornado fue Domingo Menge, de 49 años, repartidor de soda que estaba trabajando en el mismo instante que el tornado venía rompiendo todo. Lo vio acercarse por el espejo retrovisor. Se detuvo y bajó rápido con la intención de meterse abajo del camión. Cuando puso un pie sobre el piso un auto que venía volando por la fuerza del viento cayó dado vuelta y lo aplastó.
Su esposa es enfermera en el sanatorio Cams y se negó a contar cómo se encuentra a siete años de perder a su compañero. Este centro de salud fue un hospital de guerra el día en que el tornado tocó tierra en la pequeña ciudad de Soriano.
Por el piso de la sala de emergencia corría agua mezclada con sangre. Y aunque al principio eran los médicos los que suturaban, luego este rol también pasó a estar en manos de las enfermeras. Al final del día, civiles sin experiencia terminaron auxiliando a las víctimas porque la sala estaba desbordada.
“Acá lo que se vio fue un gran compañerismo”, cuenta Beatriz, una de las enfermeras del sanatorio.
Aclaración: En una versión anterior de esta nota se informó que luego del tornado en Dolores el Estado no destinó dinero a la reconstrucción de casas y comercios privados. Sin embargo, el municipio luego informó a El País que en su momento brindaron fondos para la reconstrucción de unas 200 casas. A los lectores y a los involucrados, las disculpas del caso.