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El plan del gobierno para que los presos no queden en la calle cuando salen de la cárcel

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Manos de un hombre. Foto: Leonardo Mainé.
@maineleo

PREPARACIÓN DEL EGRESO EN EL COMCAR

La oficina que el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) instaló en el Comcar trabaja con 56 internos y quieren extender el modelo.

Franco lleva su historia estampada en la piel. Un rosario tatuado en el dorso de cada una de sus manos es el recuerdo de cuando se acercó a la religión en uno de sus pasajes por la Colonia Berro. Unos pequeños agujeritos a la altura del ojo derecho son reminiscencias de alguna que otra golpiza cuando era chico. La matriz negra y putrefacta de uno de sus pulgares evoca aquellas tardes cargando palos, en los bañados de Carrasco, para construir lo más parecido a una casa que tuvo en su vida. El acné de su rostro avisa que aún es un hombre de 24 jóvenes años. Y si no recibe la ayuda del Estado, es probable que en pocos meses sume las marcas del cuadrillé de las baldosas, esas que cargan aquellos que pasan noches enteras durmiendo en las veredas. Las marcas de la calle.

En 11 meses -como máximo, porque por su buena conducta es probable que pueda redimir su última pena- Franco estará en la calle por cuarta vez. Cuando se abran las rejas de la unidad penitenciaria número 4 -más conocida como el Comcar, la cárcel más poblada de Uruguay- tendrá que enfrentarse a él mismo para no volver a “perder”.

En la jerga carcelaria se dice “perdí” cada vez que a uno lo captura la Policía y cae preso. Franco, el cuarto de 12 hermanos -solo conoció a su madre en un breve pasaje de su adolescencia-, reconoce que cuando no está la institución estatal detrás, pierde.

El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) está trabajando con 56 personas privadas de libertad con un objetivo claro: “prevenir la caída en situación de calle de quienes están por salir”, explica Alejandro Sciarra, director nacional de Gestión Territorial. A todos ellos les quedan pocos meses para egresar. Tuvieron una experiencia de calle previa y, en su mayoría, salen sin la promesa de un trabajo y han perdido todo lazo familiar... como Franco.

El 54% de quienes dormían a la intemperie o en un refugio de Montevideo durante la noche del tercer lunes de julio del año pasado, cuando el Mides realizó el censo de personas en situación de calle, había estado preso en algún momento de su vida. El haber tenido una experiencia carcelaria es casi tan frecuente como el consumo de drogas (y muchas veces una cosa lleva a la otra: drogas-calle-cárcel-calle-drogas...).

La novel oficina del Mides en el Comcar fue inaugurada a fines del año pasado, pero su trabajo con los privados de libertad comenzó a principios de este 2021. Entre los cinco técnicos que trabajan vienen estudiando unas 300 historias de los presos más vulnerables y que están próximos a su salida a la calle. Seleccionan algunos casos, consultan si hay disposición de la otra parte a ser ayudado, y empiezan a tejer un plan.

Unidad Nº 4 del Instituto Nacional de Rehabilitación en Santiago Vázquez (Excomcar). Foto: Leonardo Mainé.
Unidad Nº 4 del Instituto Nacional de Rehabilitación en Santiago Vázquez (Comcar). Foto: Leonardo Mainé.

Con Franco están diseñando esa salida. Sin la ayuda de los técnicos es probable que el destino de este joven sea obvio: saldría con la ropa que lleva puesta (porque por códigos penitenciarios el resto de las pocas pertenencias quedan “para los que vienen”), recibiría el dinero justo para un boleto y más nada. Con suerte se llevaría una Biblia nueva que le regaló un pastor y que lee de a fragmentos cada noche antes dormirse.

Por más que la psicóloga que coordina la oficina del Mides en el Comcar lo describe como “uno de esos presos ejemplares, que no se meten en ningún lío”, es probable que casi ninguna empresa piense en él a la hora de dejar su currículum en el que el taller de electrónica y sus ganas de progresar quedan perdidas en la rueda giratoria de las cárceles uruguayas.

Franco lo cuenta con sus propias palabras: “Hasta los 12 años viví en Aldeas Infantiles y pude terminar la escuela. Recién ahí conocí a mi madre. A los 15 años, perdí. Me mandaron a la Colonia Berro. Estuve un año y medio, salí y volví a perder. Salí de mayor y fui a vivir a lo de mi madre y mi padrino. En el bañado, cerca del aeropuerto, sacaba tierra. Hacía una changuita que otra. Pero no me daba (el dinero). Entonces robaba. Me iba para la zona de la Ruta 8 y robaba para mí y para ayudar a mi familia. Hasta que un día tuve una discusión y salí como loco a robar. Ahí me toma la cámara (de seguridad) y perdí. Me daba el tiempo de correr y escaparme, pero no quise. Había hecho mal y tenía que pagar por eso”.

Cada vez que “perdió”, nadie lo fue a visitar. Y aunque él quiere recomponer el lazo con su madre, parte de la tarea de los técnicos del Mides es ir al territorio y confirmar si del otro lado, afuera de las rejas, hay un otro dispuesto a recibirlo.

La psicóloga Marina Guerrero, del Mides, cuenta que “con los presos más añosos, a veces, pasa que tienen miedo de salir porque sus vínculos en el afuera se han roto del todo. Nos dicen: ‘Por lo menos acá adentro soy alguien, conocen mi nombre...’”. Con los más jóvenes, en cambio, “hay más chances de recomponer los vínculos”. Pero a veces ocurre que “el privado de libertad nos dice que afuera se irá a vivir con su hermana, y cuando vamos al terreno nos enteramos de que la hermana no da bolilla. Entonces nuestro trabajo es acompañarlos en la construcción de una nueva ruta, segura”.

A Franco lo que le da más miedo “es no encontrar el ingreso para vivir”. Y eso que él es casi una excepción entre los 56 privados de libertad con los que ahora trabaja el Mides en el Comcar y los 20 que ya egresaron: jamás fue adicto a la pasta base.

Daniel -31 años, padre de cuatro hijos- consume pasta desde los 16. Hasta entonces la suya era “una vida normal”. Pero por la droga, dice, delinquió y lo perdió todo.

“Perdí mi libertad, mi juventud y mi familia: mis padres ya están muy mayores y no quieren saber de nada”.

En el módulo 4, donde Daniel pasa los últimos 21 días de su pena, las celdas apenas se abren para ver la luz solar. En el último informe del comisionado parlamentario para las cárceles se dice que en este módulo hay “tratos crueles, inhumanos o degradantes”.

Y Daniel jamás recibió una debida atención a sus adicciones. Por eso Martín, uno de los técnicos del Mides, explica que “una de las primeras cosas que se busca es que la persona logre hacer movimientos para salir adelante que antes no estaba intentando: se agendan charlas con Narcóticos Anónimos, se planifican encuentros afuera, se los acompaña a sacar la cédula, inscribirse en una clínica...”. Hasta se busca el techo.

En menos de tres semanas, cuando Daniel salga caminando y deje atrás las rejas azules, a la altura del camino general Escuela Basilio Muñoz, su primer hogar será un refugio del Mides. “Ahí estaré en las noches... en el día visitaré a mi pareja y mis hijas y saldré a buscar un laburo”.

Se lo nota convencido. Dice que hace nueve meses no consume pasta base. “Y con la ayuda de la clínica pienso dejar esa m...”.

Sciarra, el director de Gestión Territorial, reconoce que este “es un círculo perverso: la privación de libertad no solo te aleja de tus vínculos negativos, también te aleja de los positivos”. ¿Habría que extender el acompañamiento del Mides a bastantes más que 56? “Claro, esta es una experiencia piloto y sabemos que hay muchas más personas con las que debemos trabajar”.

El pequeño módulo que le aportó dignidad al Comcar

Manfred Nowak, relator de las Naciones Unidas sobre tortura, visitó las cárceles uruguayas en 2009 y publicó un lapidario informe sobre lo que se encontró. Tras ello comenzó una “reforma penitenciaria” que, según el comisionado parlamentario para las cárceles, sin importar los cambios de administraciones, continúa bajo un enfoque de humanización. Pero “el colapso del sistema, desbordado por su llamativa explosión demográfica, ha hecho muy ardua su transformación hacia la rehabilitación”.

El Comcar es la imagen perfecta de ese colapso: el año pasado había 42% más presos que camas. Fue allí que el año pasado ocurrieron 22 muertes, 19 de las cuales fueron por causas violentas. Pero fui allí, también, donde el sistema apostó a un pequeño módulo modelo para quienes están a punto de egresar.

Franco pasa allí los últimos meses de su pena. “Esto es un hotel”, dice con una sonrisa que se adivina detrás del tapabocas. Esta semana está encargado de cocinarles la merienda al resto de sus 11 compañeros de pre-egreso que, a diferencia de los casi 3.500 que habitan en otros módulos, pueden moverse con cierta libertad, trabajan y autogestionan su hogar.

La oficina del Mides está trabajando en este momento con tres jóvenes de este módulo. La psicóloga Marina Guerrero reconoce que “esta experiencia es de gran ayuda” porque, al devolverle dignidad a las personas, “se hace más plausible la construcción de un plan de vida”.

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