“Quienes quieran ganar la elección tienen que pensar en llegar a los menos politizados”, dice Ignacio Zuasnabar

En entrevista con El País, el director de Equipos habló sobre la popularidad de Lacalle Pou, la situación del gobierno y lo que se puede esperar para las próximas internas.

Ignacio Zuasnabar.
Ignacio Zuasnabar.
Foto: Francisco Flores

Ignacio Zuasnabar el director de Equipos Consultores, donde trabaja desde 1992. Es, además parte del consejo directivo de la World Association for Public Opinion Research, donde además preside el comité de estándares internacionales. En entrevista con El País habló sobre la popularidad de Luis Lacalle Pou, la situación actual del gobierno, lo que se puede esperar para las próximas internas y también del rol que a su entender deben cumplir las encuestas. “Pronosticar los resultados no es nuestro desvelo”, dijo.

-Luis Lacalle Pou ha tenido altos niveles de aceptación. ¿Qué tanto lo han afectado las polémicas suscitadas últimamente, como ser los casos Astesiano, Marset o Penadés?

-Lacalle Pou tuvo al principio niveles de apoyo extraordinariamente altos. Fue una larga luna de miel. Esto tuvo que ver fundamentalmente con el manejo de la pandemia. A no ser momentos puntuales, donde posiblemente pudiera haber más dudas sobre algunas de las políticas aplicadas, hubo un respaldo fuerte a su accionar. Luego su imagen se enfrentó a dos fines de ciclo, el primero con el fin de la pandemia, y el segundo con lo que fue el referéndum contra la Ley de Urgente Consideración (LUC). Hasta este último momento la polarización que se generó con el Frente Amplio ayudó a mantener cohesionada a la coalición. Pero ya sin pandemia y sin el desafío de defender la LUC, se empezaron a suceder las primeras caídas de la imagen presidencial. La primera tuvo que ver con el incremento de precios, el shock inflacionario, el aumento de los combustibles; y la segunda con el caso Astesiano. Entre octubre y diciembre de 2022 hubo una caída de 10 puntos en la aprobación de la imagen presidencial. Los números más bajos se dieron en diciembre, con un 39% de desaprobación.

-¿Cuál es la situación actual?

-Ya en febrero los niveles habían vuelto a su normalidad, y en abril estos datos se confirmaron. Entonces, en definitiva, ese momento duro, se corrigió. Hoy lo que podemos decir es que el presidente tiene unos niveles de aprobación que lucen razonablemente buenos en una perspectiva comparada. No hay muchos presidentes de América con niveles de aprobación parecidos a los de Lacalle, y tampoco los hay en el mundo.

-¿Cuáles son sus niveles hoy?

-En la última medición que hicimos, que es de abril, nos dio un 45% de aprobación y un 34% de desaprobación. Los números son exactos a los de febrero. Podemos decir que está en una fase de estabilidad, tras recuperar los 6 puntos que había perdido en diciembre. Tiene un nivel de aprobación parecido al de Tabaré Vázquez en su primer gobierno, aunque Vázquez tenía menos desaprobación. Lacalle Pou tiene una estructura de opinión más polarizada, parecida a la de José Mujica en 2013.

-¿Los niveles de aprobación se trasladan a todo el gobierno?

-En general, la imagen del presidente y la imagen del gobierno son sinónimos. Tenemos una cultura en América Latina muy presidencialista, por tanto es difícil que la gente sienta que hay un presidente que gobierna bien y un gobierno que funciona mal, o a la inversa. Eso no significa que esa buena evaluación se transmita a todo. Por supuesto que la gente puede discriminar, pensar que hay áreas que funcionan mejor y otras peor.

-¿La caída que tuvo Lacalle Pou en diciembre se relaciona directamente con el caso Astesiano?

-Está claro que hubo una afectación por Astesiano. Pero fue una afectación menor. Podríamos concluir que no fue un evento que generara un golpe fuerte. Y el caso Marset pasó mucho más desapercibido.

-¿Y el caso Penadés?

-Es algo que está en proceso y todavía no tenemos mediciones que permitan analizar repercusiones. Obviamente dependerá mucho del desenlace que eso tenga en la Justicia. Está claro que no va a ser una situación cómoda para el gobierno. Ni para el presidente, porque ha habido declaraciones suyas y también del ministro del Interior. Más que las cosas que ya dijeron, las posiciones que ellos tomen de ahora en adelante pueden terminar siendo decisivas.

-¿Estás situaciones pueden afectar de alguna manera al Partido Nacional o a sus socios en la coalición?

-En Uruguay hay una larga tradición de entidades partidarias, que son muy sólidas y tienen mucha estabilidad. Y lo que hemos visto en las encuestas de intención de voto es que las coyunturas tienden a no tener tanta influencia directa. Al final del día, lo importante van a ser los procesos de construcción y selección de los candidatos. Si los eventuales candidatos, del Partido Nacional o de cualquier partido, están vinculados a temas que la gente juzgue negativamente, entonces evidentemente eso puede ser un problema.

-La elección próxima tiene una particularidad: la mayoría de los candidatos, salvo Guido Manini Ríos -y hay que esperar qué sucede con Pedro Bordaberry-, son nuevos. ¿Qué implicancias puede tener esto?

-La identidad partidaria vale mucho para la gran mayoría de la población, por eso tenemos a mucha gente que va a votar a su partido. También ahora hay una identidad de bloque con la coalición multicolor. Pero todo esto es cierto que no alcanza, porque para ganar una elección hay que pensar en los que están en el medio, que son más sensibles a los efectos de corto plazo, como lo es el desempeño de los candidatos durante la campaña. Por eso, esto de tener candidatos nuevos en la mayor parte de los partidos va a ser seguramente un factor relevante. Muchos de estos candidatos, además, aún no tienen construida una imagen pública sólida. Hay muchos signos de interrogación en cuanto a cómo son, quiénes son, qué piensan, cómo está compuesta su familia, cuáles son sus círculos de amistad, cuáles son sus orientaciones políticas. Ese es un desafío que varios candidatos tienen arriba de la mesa, y nada nos permite en principio anticipar cuáles son los que van a tener el mejor desempeño. Se necesita una buena performance a la hora de construir una narrativa, una imagen pública consistente que pueda seducir. A las incertidumbres naturales de cualquier proceso electoral, debemos sumarle la incertidumbre que implica la renovación.

-Ese grupo de electores que se ve más influido por los factores de corto plazo, ¿qué tan grande es?

-Es un 20% o un 30%.

-Y este factor adicional por la presencia de candidatos nuevos, ¿complica de alguna manera la posibilidad de obtener resultados fidedignos en las encuestas?

-Agrega más incertidumbre al contexto pero no necesariamente complica nuestro trabajo de investigación. Pero además no es del todo correcto creer que nuestra principal preocupación es tratar de pronosticar el resultado de una elección. Diría que al final del día eso le preocupa más al público que a nosotros. A nosotros no nos desvela porque sabemos que las encuestas no tienen esa capacidad de predecir un resultado. Y la verdad que la mayor parte del trabajo que hacemos no tiene que ver con eso. Tiene que ver con responder preguntas más puntuales sobre políticas públicas o sobre posicionamiento de candidatos en una interna. La otra es una expectativa mediática.

-Hoy en el Partido Nacional hay dos candidaturas que parecen claras, las de Álvaro Delgado y Laura Raffo. Las últimas mediciones dan al secretario de la Presidencia muy por encima de la economista. ¿Es una interna que se puede dar por cerrada?

-A esta altura sería muy irresponsable hablar de internas cerradas. Quizá en Cabildo Abierto y en el Partido Independiente, pero nada más. No solo por esto de que hay candidatos nuevos, por lo cual al final del día tendrán que probar en la cancha su potencial, sino también porque el pasado nos ilustra mucho respecto a cuantas cosas pueden ocurrir en este año que falta para la interna. Si nosotros vamos a junio del 2018, Juan Sartori vivía en Europa; llegó a Uruguay en diciembre y salió segundo en la interna del Partido Nacional. Ganándole por poquito a Jorge Larrañaga y generando una revolución. Ernesto Talvi estaba recién por largar. Guido Manini Ríos era el comandante en jefe del Ejército, y después sacó el 12% de los votos. Tenemos que ser muy humildes y asumir que la política uruguaya tiene una gran estabilidad en términos de competencia entre bloques, tiene una gran estabilidad en la estructuración en torno a los partidos políticos e ideologías, pero tiene también más volatilidad de la que normalmente asumimos en términos de la definición de los candidatos. Quizá lleguemos a tener candidatos relevantes que hoy ni siquiera somos capaces de imaginar.

-¿Que se hayan desdibujado tanto los sectores en el Partido Nacional (con el herrerismo y Alianza Nacional juntos, por ejemplo) afecta a la identidad que puedan generar los bloques en los votantes?

-Sí, totalmente, porque esta idea de polaridad del Partido Nacional, con el herrerismo como un tronco fuerte, y lo otro a la izquierda del herrerismo, es algo que tiene décadas. Para el votante nacionalista era más fácil ubicarse cuando existía esa polarización. Ahora es todo muy relativo, hay combinaciones cruzadas. La polaridad Larraña- ga-Lacalle Herrera, que fue el menú de las internas de 2004 y 2009; la polaridad Larrañaga-Lacalle Pou, que fue la de las internas de 2014 y 2019; eran ordenadores muy fuertes. Y hoy eso no está. Esto genera incertidumbre.

-En la elección pasada muchos votantes de centro, que habían elegido antes al FA, pasaron a votar a alguno de los partidos de la coalición. El menú de candidatos ayudó a esto, con Talvi que se decía progresista, con Mieres que se define de centro-izquierda, con un wilsonismo claramente delimitado... ¿Repetir esto es un desafío para que la coalición gane?

-Evidentemente la coalición si pretende renovar el gobierno necesita llegar a ese segmento de manera fuerte. No habría motivo en principio para pensar que no tengan esa capacidad; quizá sí alguno tenga mayor restricción que otro, pero la capacidad de los candidatos de llegar a públicos que están moderadamente lejanos a su posicionamiento ideológico puede ser amplia. Ya lo hemos visto con Mujica en 2009, por ejemplo.

-El FA también tiene el desafío de reconquistar a estos votantes…

-Los dos bloques para lograr ganar necesitan llegar a ese segmento que es mucho menos politizado, más centrista en sus posiciones, moderado. Buena parte de las estrategias de campaña estarán focalizadas en seducir a ese público que será el que probablemente termine definiendo la elección.

-En el FA hay dos candidatos que parecen correr como favoritos, Carolina Cosse y Yamandú Orsi. ¿Cuál es mejor para captar a ese público?

-Hoy las encuestas muestran que Orsi tiene mejor imagen que Cosse en un electorado externo al Frente Amplio, y que Cosse a veces tiene mejores indicadores dentro de los votantes frenteamplistas. Pero esto es muy volátil, o puede llegar a ser muy volátil en una campaña que ni siquiera inició.

-¿Cómo afectará a la coalición el aporte que puedan llegar a hacer colorados y cabildantes, que no alcanzan a superar el 10% en los sondeos?

-Cuanto más variado sea el menú, mejor. El desafío es construir perfiles distintos, consistentes, que sean capaces de captar distintos elementos del electorado. Si se ensaya un menú con posibles candidatos, donde se incluye, por ejemplo, el nombre de Manini, o el de Mieres, o incluso el de Bordaberry, lo que se ve es que los partidos pasan a mejorar su desempeño.

-¿Teniendo en cuenta el electorado que será clave, Bordaberry, que tiene un perfil más conservador, podría aportar votos a la coalición?

-Eso es difícil de responder porque la última elección en la que Bordaberry fue candidato fue en 2014. Entonces, ya van a haber pasado 10 años. Es cierto que Bordaberry es visualizado por el público como un candidato más cercano a la derecha, pero logró en distintas circunstancias llegar a seducir a un electorado de centro. Fue candidato a intendente de Montevideo en 2005 y obtuvo el 26% en un distrito electoral que no es particularmente afín a la actual coalición. Y en la candidatura presidencial de 2009 llegó al 17%, la votación del Partido Colorado más importante que se consiguió en el siglo. En otras circunstancias históricas la ideología probablemente fuera un factor más decisivo. En Uruguay lo es, pero en muchos lugares del mundo lo es cada vez menos. Empiezan también a emerger otras variables y atributos a través de las cuales los candidatos pueden conectar con el electorado por fuera de sus espacios ideológicos.

-¿Ese peso que tiene la ideología en los votantes uruguayos es lo que contiene que no aparezcan expresiones como las de Milei en Argentina?

-Eso tiene que ver, en última instancia, con la confianza en el sistema. Con la confianza en el elenco político en su conjunto, en los distintos gobiernos y en las instituciones como tales. Uruguay es un país de alta confianza, en términos relativos, en sus instituciones. Uruguay es un país con partidos políticos fuertes. Hoy no sabemos los candidatos, ni los programas de gobierno, ni empezó la campaña, y el 70% de la población ya es capaz de definir con cierta naturalidad a qué partido votaría. Eso es una rareza. Cuando los partidos políticos desaparecen, porque la clase política en general es vista como una casta llena de privilegios abusivos y despreocupada por el bienestar de su pueblo, surgen candidatos que terminan desde un discurso antipolítico desafiando al sistema entero. En Uruguay se sabe que lo que está en juego es el triunfo de un elenco político sobre otro, pero no se visualiza una misión en la cual va a estar en juego la estabilidad o la credibilidad de un sistema en su conjunto.

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