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Explican aumento de violencia por droga, rapidez policial y “maldad”

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Entierro de la comerciante Ivonne González. Foto: Fernando Ponzetto

El riesgo cotidiano

El fiscal Gómez dice que víctimas entregan el dinero y no se salvan de recibir un disparo.

Juan Gómez tiene la difícil tarea de enfrentarse con la muerte casi a diario. Y muchas veces como producto de una rapiña. Y particularmente a comerciantes, como en el último tiempo. Gómez, uno de los dos fiscales especializados de Homicidios, es entonces el último eslabón para discernir la trama de la violencia: cuando el o los rapiñeros se bajaron de una moto o de un auto, entraron al comercio con los cascos puestos o a cara descubierta, y apuntaron a comerciantes y clientes. Y apretaron el gatillo.

Gómez cree que el aumento de la violencia de las últimas semanas no representa una escalada, sino que lo ve como un fenómeno ocasional. “Es circunstancial dentro de una realidad donde, lamentablemente, el delito está presente. Es muy poco tiempo para hablar de escalada. A veces ocurre un cumulo de hechos en tres o cuatro días y después desaparecen”.

-¿Por qué hay un incremento de la violencia en las rapiñas?

-Es por maldad. No reparan en la vida de los demás. A ver, no reparan en su vida, menos van a detenerse en la de los demás. Es un fenómeno estructural. Y esa realidad es la que debemos enfrentar (los operadores judiciales) con la mayor determinación. No solo la droga puede llevar a cometer tantos atropellos en perjuicio de gente inocente. Un comerciante dice: ‘Acá tenés todo’ pero igual termina con un balazo.

En la mañana del 29 de enero de 2019, un rapiñero asaltó a Fabiana, de 41 años. Atendía el almacén “Don Domingo”, en San José de Carrasco.

Fabiana le entregó el dinero, pero el rapiñero disparó. Se le escapó, tiró para amedrentarla, o simplemente falló. La bala le rozó la oreja y Fabiana cayó desmayada.

Foto: Fernando Ponzetto
Foto: Fernando Ponzetto

El domingo 10, un rapiñero asesinó de varias puñaladas a Alicia Álvarez (68), comerciante de Toledo, Canelones, para robarle dos perfumes que costaban $ 60. El asaltante, de 32 años, fue capturado y acusado judicialmente por el crimen. Tenía antecedentes penales por varias rapiñas.

El alcalde de Toledo, Álvaro Gómez, dijo que “se han perdido límites, valores y códigos”. Y que da la sensación “de que se mata por el placer de matar”. Opinó en el programa Así nos va, de Radio Carve, siguiendo la misma línea argumental del fiscal Gómez.

El abogado penalista Marcos Pacheco también abona la tesis de gente en las calles que no se interroga sobre el sentido hondo de la vida y de la muerte.

Y arriesga a señalar que el consumo de droga no es el principal motivo que lleva a los delincuentes al gatillo fácil. “La mayoría son jóvenes, temerarios y no dudan en tirar. No les importa su vida ni las de los demás. Viven el día a día. Balear a un comerciante les da ‘estatus’ en el barrio y en la cárcel”.

El martes 5, Ivonne González, de 53 años, falleció tras tirotearse con rapiñeros que asaltaron su local de cobranzas en Delta del Tigre. Estaba en su casa, lindera al comercio, cuando vio que los asaltantes encañonaron a su hija. No dudó: tomó un arma y trató de defender a su familia. Recibió siete tiros. En la última semana, cuatro rapiñeros fueron ultimados por policías. En principio, todos los casos descartan una acusación para los uniformados.

Perversión.

Las fiscalías de Flagrancia y de Adolescentes son la primera línea en la “trinchera” del sistema judicial contra delitos violentos, como rapiñas y copamientos.

Fiscales de esta materia creen que el incremento actual de la violencia es multifactorial: menor tiempo de respuesta policial a las rapiñas por patrullaje en zonas periféricas, aumento de consumo de drogas, facilidad de acceso a las armas, desintegración familiar y marginalidad.

Hace 10 días, el hoy fiscal de Flagrancia Gilberto Rodríguez investigaba delitos cometidos por menores.

Rodríguez también alerta que hay una mayor violencia en las rapiñas cometidas por adolescentes. Y agrega que las razones de ello es que exis- te un menor tiempo de “negociación” entre el delincuente y el comerciante, porque se achicó el tiempo de respuesta policial.

“Como hay un menor tiempo para ‘transar’, el delincuente ejerce una mayor presión para obtener una respuesta rápida del comerciante. Es la percepción que tengo”, dice.

Rodríguez señala que la droga tiene “un punto de conexión” con el incremento de la violencia: muchos delincuentes cometen atracos bajo los efectos de estupefacientes y roban para consumir.

El fiscal de Flagrancia Carlos Negro dice que se constata un crecimiento de los delitos de rapiña y aclara que su opinión no se basa en estadísticas sino en lo que ve día a día en la calle. “Lo advierto por las carpetas de casos (que debe investigar junto a su equipo). Eso responde a una sociedad que, aparte de violenta, esta armada”.

Fiscal Carlos Negro. Foto: Francisco Flores
Fiscal Carlos Negro. Foto: Francisco Flores

-¿Hoy hay más violencia en las rapiñas?

-Eso se verifica cuando hay una muerte de un comerciante. El problema es el acceso a las armas. En este país cualquier persona tiene facilidad para conseguir armas. Hay que revisar eso como política pública.

Para el también fiscal de Flagrancia Diego Pérez es una realidad palpable el aumento de la violencia contra comerciantes. “Es evidente. La violencia, la agresividad y el tipo de lesiones que se causa a las víctimas son notoriamente más graves de lo que eran habitualmente”, afirma Pérez.

El fiscal observa este fenómeno no solo a nivel de los comerciantes sino también en los atracos a taximetristas.

Es decir, se pasa de una amenaza -un medio típico del delito de rapiña- a una muerte.

Según Pérez, ante el mínimo atisbo de defensa o resistencia de las víctimas, el rapiñero no duda en disparar.

“Eso esta objetivado por la realidad que vivimos. También incide el consumo de drogas”, remarca.

Dos jerarcas policiales que se encargan de investigar delitos en la zona periférica, coinciden con los fiscales: el uso de drogas es un factor que desencadena asaltos que terminan con lesiones o muerte.

Un comisario, jefe de un departamento de investigación de delitos en la zona periféri-ca, dice que el delincuente que empuña un arma está jugado a todo y dispara sin miramientos.

En esa misma línea, el fiscal Gómez recuerda la vieja máxima de que la violencia siempre engendra violencia.

Y advierte que la raíz del problema se funda en el interrogante sobre cómo la sociedad puede generar individuos con “tal grado de perversión” que no reparan en la vida de los demás.

Tatuaje

El estatus del “cañero” en la cárcel y en el barrio

Dentro de las cárceles, el rapiñero -conocido allí como “cañero” en alusión al caño de un arma- se identifica generalmente por tatuajes en el abdomen. Así, cuando se saca la camisa en el patio de la cárcel, los otros presos saben que, durante un atraco, corrió grandes riesgos de ser muerto a tiros por el comerciante asaltado, guardias de seguridad o la Policía, o caer preso. Otros “cañeros” lucen en sus brazos tatuajes de una virgen con un niño en brazos. Esos tatuajes no solo se ven en las cárceles sino también en hogares del Instituto de Inclusión Social Adolescente (Inisa), según el abogado Marcos Pacheco.

Aquellos reclusos que se enfrentaron a tiros con policías tras una rapiña obtienen un “puesto alto” en la escala jerárquica dentro de las cárceles. “Son considerados los ‘antirratis”, explica Pacheco.

Ese poder les otorga ganancias en el día a día dentro de la cárcel. Les permite, por ejemplo, amedrentar a otros penados y pedirles “peajes” (amenazas a cambio de dinero, alimentos o ropa). Es decir, según Pacheco, en la cárcel se muestra poder a través de la violencia. Y relata que el preso que no reacciona a un insulto y no pelea a cuchillo (cortes carcelarios) queda condenado al ostracismo y a sufrir desmanes de otros internos quienes le sacan el teléfono y alimentos.

En esa escala jerárquica, el individuo que cayó preso por robar a una anciana o una adolescente es golpeado a menudo.

Lo mismo le pasa al que acostumbra a robar en su propio barrio.

Jerarcas policiales coinciden con fiscales penales sobre que el incremento del consumo de drogas es uno de los factores del aumento de la violencia en las rapiñas. En el pasado, los investigadores conocían a los delincuentes denominados “pesados” en la jerga del mundo del delito.

“Hoy cualquier bobo se mete dos líneas de cocaína, agarra una pistola, un chaleco antibalas y arranca a rapiñar”, dice el jefe de una unidad encargada de investigar delitos violentos en la periferia de la ciudad.

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