El ascenso de Yamandú Orsi, un hombre tranquilo que llegó al poder armando equipos y evitando los conflictos

Este sábado asume como presidente un profesor de Historia que sus familiares y amigos casi no han visto enojarse ni perder la compostura, y que llega a la Torre Ejecutiva luego de un largo camino que pocos imaginaron.

Yamandú Orsi.
Yamandú Orsi.
Foto: Ignacio Sánchez/Archivo El País.

Como está entre las nubes, el sol parece no quemar, pero el calor es tan agobiante que aplana el pasto reseco. Antes, en los años 60, este terreno estaba copado mayormente por viñedos que bordeaban dos ranchos. Uno era el de Jesús Badán Orsi y otro de Pablo Orsi, su primo hermano, y el padre de quien, 58 años después, se convertiría en presidente de la República.

Todo era, además, movimiento. Un espacio en el que la vida de ambas casas formaban su cotidianidad común, que implicaba no solo compartir la cosecha, sino muchas veces también el pan horneado y las carneadas. Hoy, en cambio, la vida parece detenida. El silencio, ahora, en este perdido paraje rural de Canelones, solo es interrumpido por las pisada intrusas que desatan de a poco pequeñas y lentas reacciones: el canto quejoso de algunos pájaros, el balido de una oveja y, sobre todo lo anterior, imponiéndose a cualquier otro sonido accidental, el mugido de las vacas, que se mueven molestas por la presencia humana.

Jesús BadáJesús Badán Orsi, tío segundo de Yamandú Orsi, en su casa de La Paloma, Canelones.n Orsi, tío segundo de Yamandú Orsi, en su casa de La Paloma, Canelones.
Jesús Badán Orsi, tío segundo de Yamandú Orsi, en su casa de La Paloma, Canelones.
Leonardo Mainé.

En el rancho en el que nació Yamandú Ramón Antonio Orsi Martínez el piso es de tierra y bosta. Entrando, en el fondo, se encuentra un antiguo horno. Más nada. Y en la habitación de adelante, más pequeña, hay un televisor apoyado en el suelo, cubierto de polvo y mugre de muchos años, contra una pared que, arriba, empieza a resquebrajarse. En este cuarto, enfrentado al rincón donde este lunes descansa el viejo aparato, entre una cama y un ropero que ya no están ni pueden siquiera imaginarse, debajo de una ventana que sí permanece y que cuesta abrir, existió un refugio pasajero e improvisado de quien desde hoy será el presidente de la República. Tenía no más de cinco años: lo encontraron en cuclillas —lo habían buscado por todos lados—, con los ojos abiertos en una expresión que María del Luján cree seguir viendo en su hermano cuando hoy le asalta cierta curiosidad temerosa. Aquel día, lo había asustado la ambulancia que entró a esta tierra perdida del paraje de La Paloma para llevarse a su padre, derrotado de dolor por una hernia de disco.

El lugar fue fotografiado ya muchas veces, y varios convoyes de autos oficiales han llegado ya tantas otras para cortar la tranquilidad de Jesús y su esposa, Teresita, que siguen viviendo al lado, en una pequeña casita bien cuidada, desde la que casi no se ve el viejo rancho gris semiderruido.

***

Yamandú Orsi ya se ha bajado del auto oficial, se ha acomodado, lento, el cuello de su camisa, y se ha puesto el saco, aún más lento y por pura formalidad, porque febrero hace arder el asfalto de Canelones. Ya ha conversado unas palabras con Francisco Legnani. Lo ha hecho en una actitud de afabilidad que todos valoran como una de sus cualidades más positivas. Se puso las manos en los bolsillos y aflojó la nuca para escuchar mejor y más cómodo a su interlocutor —que no es otro que su mano derecha, amigo personal, su sucesor político en el departamento.

Ahora, luego de ser recibido con un aplauso cerrado en el auditorio Politeama, centro de Canelones, ve desfilar por la pantalla un compendio de lugares comunes sobre su vida: la historia del profesor de Historia que sin darse cuenta fue escalando en el poder político de Canelones —hasta llegar tan lejos que en su familia no lo cree nadie. Son imágenes de estos últimos 20 años: José Mujica caminando a su lado, Tabaré Vázquez hablando a su lado, Marcos Carámbula sonriendo a su lado, sus padres aplaudiéndolo, él devolviendo un aplauso desde un estrado, recorriendo alguna obra en curso, cortando una cinta, hablando como presidente electo.

El breve video, en ocasión de un homenaje particular que le hizo el lunes 10 de febrero la intendencia que gobernó dos veces consecutivas —ganó las elecciones en 2015 y 2020—, pero que conocía a fondo desde 2005, cuando Carámbula lo llevó como secretario general, lo conmueve.

El aplauso cerrado vuelve a caer sobre él, pero Yamandú no quita los ojos del escenario, en cuyo fondo se proyectaron las imágenes, como si creyera que aflojando algún músculo de su cara podría permitir el derrumbe del llanto.

Y así, en ese centro del péndulo emocional, sin mostrar mucho por fuera lo que le corre por dentro, aun cuando está por tomar decisiones importantes, es como suele mostrarse, incluso con los que más le importan: sus familiares.

—Yo muchas veces me he planteado: ¿Yamandú será capaz de enojarse con alguien? —dice, sorprendida de pronto, su hermana.

Tampoco lo vio nunca angustiado o nervioso.

—Yo lloraba todo el tiempo. Él no. Él no demostraba. Él más bien calmaba.

***

Es miércoles por la tarde, no hace el calor de dos días antes, pero María del Luján tiene la ventana abierta para que corra la brisa.

Recuerda una madrugada aciaga por lo helada, por los nervios de los dolores de parto que despertaron a la familia, pero también por la carga supersticiosa: era un martes 13 de junio 1967 y ya comenzaba con problemas: su padre luchaba para que arrancara el motor de su Ford A, cuyos pistones finalmente vencieron el frío tras la ayuda de su tío abuelo y los primos que trajeron un “tractor” en rescate.

María del Luján recuerda aquella cachila alejándose por el camino de pedregullo, en una noche cerrada, y la incertidumbre que duró un par de días, cuando volvieron sus padres con el bebé —que, para su desilusión, era varón.

Rancho abandonado ubicado en el paraje La Paloma, Canelones, donde Yamandú Orsi vivió sus primeros años de vida.
Rancho abandonado ubicado en el paraje La Paloma, Canelones, donde Yamandú Orsi vivió sus primeros años de vida.
Leonardo Mainé.

En el rancho gris vivieron hasta 1971, cuando la enfermedad de Pablo Orsi hizo insostenible su vida de agricultor, y la familia se trasladó hasta el barrio Tres Esquinas, también de Canelones, donde Yamandú viviría el resto de su infancia, su adolescencia, y su adultez temprana, hasta que se casó por primera vez.

De esa etapa que iniciaría en la capital del departamento que hoy forma parte de su identidad política —él, sus amigos y allegados dicen sin ambages que es un “presidente de Canelones”, y hay quienes aspiran, como Legnani, a que su gobierno priorice el desarrollo de los canarios—, el almacén que puso su padre en José Batlle y Ordóñez y Javier de Viana marcó gran parte de su anecdotario. Y fue el corazón de una vida que no conocía el concepto de “licencia”, que comenzaba todos los días a las seis de la mañana para terminar a las nueve de la noche, y en la que la única “vacación” conocida era, algunos domingo, una excursión familiar hasta la playa de Atlántida.

Lo marcó eso y una rutina caracterizada por un fuerte arraigo barrial que lo llevó, entre tantas otras cosas, a hacerse también hincha del Darling Atlético Club, institución que le regaló una camiseta en agradecimiento en el homenaje de la intendencia.

—Los amigos de esa época era de llamarlo a escondidas para ir a jugar al fútbol a la hora de la siesta, pateando piedras —cuenta Pablo Zeballos, amigo de la infancia, que le hizo entrega del premio en el Politeama.

Nadie recuerda una pelea o un intercambio fuera de tono con quien fuera. Sí su vocación de desafiar a las maestras —“las porfiaba y para muchos sabía más que ellas”, recuerda Alba Gimeno, que coincidió con él en quinto y sexto año en la escuela 110—, su disposición a distraerse porque terminaba mucho antes las tareas que sus compañeros y entonces “se ponía a conversar” y, como solo rememora su hermana, la única vez que cometió una agresión casi involuntaria: frustrado porque María del Luján no pudo cumplir con el paseo prometido de ir juntos a visitar la planta procesadora de botellas de la ciudad —porque estaba cerrada—, Yamandú tomó una piedra y se la arrojó a la cara con la fuerza furiosa de un niño que no podía tener más de siete años. La consecuencia la arrastró durante años: le partió parte de un diente.

—La penitencia que le dio mamá… —sonríe, con la distancia del tiempo, su hermana.

Cuarto donde dormía Yamandú Orsi en su infancia, en el paraje La Paloma, Canelones.
Cuarto donde dormía Yamandú Orsi en su infancia, en el paraje La Paloma, Canelones.
Leonardo Mainé.

Salvo su hermana y sus amigos más cercanos, nadie recuerda, sin embargo, nada muy preciso de Yamandú Orsi; o, mejor, de la idea de Yamandú Orsi. Sí nociones generales, como que es un hombre que —ya se dijo— no puede separarse de la idea de Canelones y de la vida social —o en comunidad— de la ciudad y el departamento.

—Te lo encontrabas en todos lados, en todas actividades sociales o culturales —dice Wilmer Sánchez, parado en José Batlle y Ordóñez, a metros de las tres casas en las que vivió Yamandú en la ciudad en su adolescencia y a media cuadra de donde alguna vez estuvo el almacén de Pablo Orsi.

—Era como lo es ahora, igual —sigue diciendo Wilmer—. En eso no ha cambiado absolutamente nada. Dicen que es medio acanariado para hablar. Fue siempre igual. Sigue siendo el Yama.

***

A principios de 2019, cuando ya hacía varias semanas, meses, que el sistema político manejaba su nombre como una posibilidad bastante seria de ser precandidato a la presidencia, Yamandú Orsi, con el método pausado y tranquilo de toda su vida, decidió que todavía no estaba pronto —esa es una lectura— y que tenía que buscar otro período al frente de Canelones —esa es otra.

—Yo me acuerdo clarito: fue el 16 de enero de 2019, me había recién reintegrado de la licencia. Me dijo: “Mirá, tengo el planteo de correr ahora. No me lo esperaba, voy a pensarlo un poquito”. Y en una semana lo bajó. Me dijo: “Todavía no estoy pronto, necesito estar cinco años más en Canelones”.

Que no se sentía preparado lo había comentado en el ambiente familiar. Su padre, poco antes de morir, pensaba igual que su hijo y se lo comentó. Su madre, que acompañó gran parte del crecimiento de la candidatura presidencial —hasta su muerte en 2023— que sí se consolidó en el siguiente período, llegó a decir, según se acuerda María del Luján: “No sé por qué este chiquilín no se presentó”.

***

Las cualidades humanas y políticas de Yamandú pueden ser recitadas por sus amigos y adversarios, porque las diferencias residen en qué puesta en valor se hace de esas mismas características.

Todos ven en él su templanza en el carácter, su condición de dialoguista y su porte de hombre llano, representante del uruguayo promedio. Pero no todos creen que esos rasgos sean positivos por sí mismos.

El politólogo Adolfo Garcé, por ejemplo, en declaraciones a la BBC a fines de noviembre del año pasado, dijo que la “adaptación a las circunstancias” y a su vez la “flexibilidad de un invertebrado” que no tiene una “columna vertebral ideológica” eran claros componentes de su personalidad humana y política, pero que por lucir “débil” iba a ser objeto de presiones “de todos lados”.

Quienes lo conocen de cerca entienden que no. Que Yamandú puede escuchar, articular, escuchar de nuevo, dudar. Pero que luego él decide. Dice si el camino “es por acá” y no por allá, y lo señala, aunque no domine la complejidad del tema que lo embreta.

Yamandú Orsi. Foto: Prensa Yamandú Orsi
Yamandú Orsi.
Foto: Prensa Yamandú Orsi

Y que tiene virtud que muchos ven como clave relevante de su éxito político: saber rodearse. O sea, elegir con estudio y precisión las piezas que lo acompañarán: “Te preciso acá al lado”, es una frase que ha dicho, por ejemplo, a la hora de conformar el equipo que lo acompañará en la Torre Ejecutiva.

La pregunta que para mucha gente —especialmente en filas de la nueva oposición— está en el aire en estas horas previas al comienzo de su gobierno es si en su lista de virtudes está la de ser un líder.

En el Politeama, en el momento edulcorado de los discursos cargados de emoción de quienes trabajaron con él en Canelones, surgió ese concepto. De hecho, Gabriela Garrido —quien fue varias veces intendenta interina en los últimos meses—, dijo convencida que Orsi era un “líder”, lo que llamó la atención incluso entre el equipo de asesores del presidente electo que la escuchaban en el auditorio.

Si es un líder —y Garrido agregó “indiscutido”— es, también, faltaba más, paciente. Y sin apuro.

“Es el que puede tener la sencillez de ir a comer al mediodía con su mamá y su papá en Canelones; el que se puede hacer un tiempo para buscar, como los buscaron con Laura (Alonsopérez, su esposa), con todo ese amor, a esos dos mellizos, Victorio y Lucía; pero también es el que puede estar reunido con Lula y puede recibir a las más altas y encumbradas autoridades del mundo”, enumeró Garrido.

Si es un líder, dirá también Legnani, días antes, es uno que “no presume todo el tiempo la calidad de tal”. Y si es un líder, vuelve a decir Garrido, es uno que mantiene una “cercanía” con la gente, construida a partir de “escuchar e interpretar la realidad en cada barrio, pueblo y rincón” del Uruguay,

—Tengo una profunda identificación con lo que nos pasa en la vida cotidiana y con la vida normal de nuestra gente —diría él mismo en el estrado del Politeama, en su discurso de agradecimiento.

—Hace poco escuché que Mujica dijo que el defecto que podía tener Yamandú es que es muy bueno —reflexiona María del Luján, seria, en su casa—. Sí, ese puede ser su defecto.

El fútbol

Peñarol, la única pasión que lo hace enojar

“Aaaah, ahí sí se le acabó la paz”, dice, en broma pero bastante en serio, María del Luján, que cruza los brazos como pidiendo basta, rendida ante la realidad.

Yamandú Orsi se hizo hincha de Peñarol por razones que no todos tienen del todo claro. Él mismo ha dicho que lo marcaron los goles de Fernando Morena, y su hermana recuerda que también se ha sostenido la versión de que fueron los amigos del barrio lo que lo llevaron por el camino amarillo y negro. Por la familia es seguro que no fue, porque su padre era hincha de Nacional.

Lo cierto es que, según cuentan sus allegados, Yamandú intenta organizar su agenda de tal manera que, al menos, pueda sacar su celular y mirar los partidos. Se hizo viral un video en que un militante, en la victoriosa noche del 24 de noviembre, en la rambla, tras salir del búnker a abrazarse con los suyos, le pidió ayuda para que Peñarol retuviera al futbolista Leo Fernández, y él, con una abierta carcajada, dijo que pondría “todos los esfuerzos del gobierno” en esa empresa.

La misma carcajada largaría tres meses después, cuando los saludos con las obligadas selfies no le daban un segundo libre, debajo del escenario del Politeama, al reparar en un detalle que repite uno de sus asesores más próximos desde hace tiempo y que hasta ahora no había pensado: que tiene un “quinquenio” de elecciones ganadas y que eso lo acerca aún más al equipo carbonero.

“Eso es lo único”, dice María del Luján, que no completa con palabras pero sí con los gestos: es lo único que lo hace enojar. E incluso golpear “caliente” la mesa, como hizo durante tantos clásicos que supo ver junto con su padre ya fallecido, en tardes que caían en el Día de la Madre. Nunca, sin embargo, por este y otro tema, padre e hijo discutieron.

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