El sentido común y los diccionarios dicen que es toda abertura que permite salir de un lugar para entrar a otro. Pero todos sabemos que una puerta separa mucho más que dos lugares. Las puertas son, muchas veces, la delgada tierra de nadie entre un mundo y otro, el rectángulo limítrofe que al ser abierto permite dejar atrás lo conocido y se abre como el delta de un río al océano de lo incierto. O al revés. Porque las puertas tienen eso: son para entrar o salir, según como se mire. O para ambas cosas.
A veces, al traspasarlas, su usario quiere dejar en claro su malestar con el mundo que queda a sus espaldas. O que no piensa volver a él. Por eso el portazo, sonoro y terminante, puede anunciar el fin de una etapa. O sino, simplemente, que cada tanto hay que vivir otros mundos para cambiar o entender el que nos ha tocado. Y como hay salidas que no tienen retorno, para los más indecisos o moderados, están las puertas de vaivén, menos radicales y más conciliadoras. Más aún: los creyentes en el mito del eterno retorno, los que se quieren ir a otro lado sin dejar el lugar en que están, los fronterizos de toda clase, tienen siempre la opción de las puertas giratorias para dar la vuelta al mundo con sus dudas.
Puertas las hay de todo tipo, calidad y tamaño: giratorias, secretas, traseras, cancel, auxiliares, de servicio, principales, corredizas, de seguridad, blindadas, con visor, con sensor, con detector de metales, a control remoto, de emergencias. De todo humor: abiertas y cerradas. Y de todo honor: la puerta grande y la puerta de atrás. Y en todas está claro que al usarlas —en la mayoría su uso es gratuito, pero también hay muchas que sólo se abren previo pago de ticket, entrada o afines— se pasa a una nueva dimensión, a un escenario radicalmente diferente del que estaba tan solo unos pasos atrás.
Por todo esto las puertas concentran mucha energía, generalmente en su pestillo, picaporte o pomo, pues allí converge la voluntad firme de entrar o salir. ¿Cuanta energía dejan allí todos los días las manos que se posan firmes para volver a entrar al mundo que más quieren? ¿Cuánta incertidumbre se acumula en llamadores y timbres luego de que cientos de personas vuelquen allí sus dudas, incertidumbres y esperanzas: quién estará, qué cara tendrá, cómo me recibirán?
Aunque sean objetos inanimados y más allá de advertencias como "no pasar" o "entrada restringida", las puertas nos recuerdan la condición humana: de un lado y de otro de ellas, siempre, los que están son bastante parecidos.
Juan Miguel Petit
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