Los uruguayos tenemos un problema serio con la autoridad. Un problema que ya nos está complicando el presente y que, si no enfrentamos a tiempo y con determinación, nos va a terminar costando el futuro.
Miremos en casa. A los padres uruguayos de hoy les cuesta ejercer la autoridad con sus hijos. Son amigos de sus hijos, y eso es muy bueno. Pero a menudo tienen miedo de ser también padres y de comportarse como tales. Por eso no se animan a poner límites. Y cuando los ponen, los modifican no bien el niño o adolescente de turno desobedece una orden. Las penitencias se ponen y se sacan en menos de diez minutos. Los castigos no se imponen para ser cumplidos. Así, los más chicos deciden, desde los primeros años, qué ropa se ponen, si invitan a un amiguito a la casa y dónde y cuándo se celebrará o no su cumpleaños. También determinan a qué hora se cena y qué se cena, si la televisión se apaga o no a la hora de dormir, y hasta dónde se va de vacaciones. Los padres han cedido autoridad. Saben que cuando dan una orden se exponen al desacato. Y como están cansados y no quieren problemas, prefieren evitarse un dolor de cabeza y dejan hacer. Dejan contestar mal. Dejar decir palabrotas. Y a veces hasta las festejan.
Cuando esos chicos van a la escuela o el liceo, la escena se repite. Los docentes son objeto de burlas, en su propia cara, de parte de los alumnos. Y no pasa nada. Porque los docentes y los directores no son lo que eran. Y porque también ellos han cedido autoridad. Cuando uno, como abuelo entrometido que es, pregunta qué es lo que está pasando, los docentes dicen que la falta de autoridad de los padres es lo que ha deformado a los chicos. Los padres, en cambio, sostienen que es la falta de autoridad de los docentes, que tienen a sus hijos seis y ocho horas bajo su tutela, la que está malcriando a la juventud.
En la calle pasa otro tanto. ¿Quién ejerce la autoridad? La Policía ha dejado de hacerlo. Sus efectivos tienen miedo a reprimir, pero también a prevenir. ¿Cuántos robos en la calle se evitarían si, como antes, la Policía le pidiera identificación a esa gente que usted y yo vemos caminando por un barrio que no es el suyo, esperando un descuido para hacerse de lo ajeno? ¿Cuánto delito se dejaría de producir si por la noche la Policía recorriera, patrullara, pidiera cédula a quienes deambulan por la ciudad y ejerciera la autoridad, sin abusar de ella? Pero no lo hacen, porque tienen la autoridad pero no se animan a ejercerla. Desde el poder político y la sociedad se les ha criticado tanto por haber abusado en el pasado de esa autoridad que también ellos, como los padres, se han pasado para el otro lado y prefieren hacerse los distraídos y evitar el desacato o los problemas. Optan por no tener problemas y dejan de cumplir con su responsabilidad.
No se trata de violar derechos, sino de asumir obligaciones. No hay que confundir ejercicio de la autoridad con autoritarismo. Ejercer la autoridad no es dar palo por el placer de darlo. No es detener por detener. No es cortar el pelo por cortar. No es sacar de circulación al que piensa diferente. Pero sí es reprimir cuando hay que reprimir. Sin ira, pero sin miedo. ¿O acaso no reprimen los policías de las sociedades más democráticas que conocemos?
Si alguien tiene la responsabilidad de ejercer la autoridad debe hacerlo. Sin apartarse de las normas vigentes. Sin sobrepasar los límites de lo permitido. Pero también sin olvidar que cada vez que opte por no ejercer la autoridad estará comprometiendo el futuro.
¿Estaremos los uruguayos preparados para entenderlo?