El respeto como virtud ineludible

Ana Maria Abel

Me ha sorprendido gratamente que unos adolescentes me cedieran el asiento en el ómnibus, o el paso al entrar en un negocio. ¡Y eso que no estoy embarazada! Lo cuento porque escucho también con frecuencia frases del tenor de "los jóvenes de ahora no respetan nada".

¿Por qué estas contradicciones? ¿Cómo transmitimos a nuestros hijos el buen hábito del respeto? Esa virtud por la que, al actuar, tenemos presente la dignidad y derechos de los demás como personas irrepetibles, sea cual sea su edad, sexo o cultura, sus errores o carencias, e independientemente de su situación en la vida: desde los no nacidos hasta los ya fallecidos.

Dejará huella en nuestros hijos el reciente veto presidencial de artículos de una ley que obviaba el respeto al valor de la vida humana desde el momento de su concepción. Padres y docentes no podemos cruzarnos de brazos: esta virtud que aceita la convivencia humana gratifica siempre y especialmente en las presurosas jornadas de los últimos meses del año. De nosotros depende que las nuevas generaciones tomen conciencia de que toda persona merece nuestra respetuosa consideración por ser quien es, sin importar el monto de su cuenta bancaria, si es que la tiene.

El respeto por los demás está muy relacionado con el auto respeto y la autoestima ya que quien no se siente valioso, no se respeta a sí mismo y difícilmente sabe reconocer el valor de los demás. De la conciencia elevada de "quién soy" surge el apreciar a los demás por ser "quienes son". La vivencia de sentirnos reconocidos como seres únicos e insustituibles desde la cuna, y la experiencia de que nuestras diferencias se tienen en cuenta, va decantando en el subconsciente el valor de los demás. Si en la niñez comprobamos que no se destruyen plantas sin razón ni se tiran boletos o la bolsa de papas fritas en la vereda sino que se busca un recipiente donde depositarlos, aprendemos por imitación a retener en la mano la botella vacía hasta encontrar el lugar indicado para desecharla. ¿Son nimios esos detalles? Aislados, podría ser. Vividos por la mayoría, van solidificando en la sociedad sin casi mediar palabras, una generalizada actitud respetuosa.

Los hijos aprenden esta virtud al vernos vivirla y, como son muy perspicaces con la sencilla frase "tratá a los otros como querés que traten y consideren a ti" captan que estamos diciéndoles subliminalmente: "sé lo más amable que puedas, no te burles, no critiques, no ignores a nadie, escuchá cuando te hablan que se aprende mucho de cómo piensan los demás, entendé que alguien sienta diferente a ti o le guste otra música, otra película u otro político, intentá ponerte en su pellejo antes de juzgarlo, no maltrates a un niño porque te impacienta ni desprecies a un anciano porque repite siempre lo mismo, aceptá tus derrotas en la cancha con elegancia y felicitá al que te ganó".

Los niños y adolescentes necesitan padres que les enseñen el camino de la verdad: nunca es tarde para reactualizar actitudes sencillas y respetuosas que hacen placentera la convivencia familiar y ciudadana.

Los niños deben ser conscientes del peligro que se corre en el tránsito. Ellos también son receptores de las campañas de prevención. Por eso, recordar a nuestros hijos que debemos utilizar el cinturón de seguridad es otra manera de educarlos en el respeto a las normativas.

Sonreír al marido o la mujer restablece un vínculo afectivo que quizás estaba algo dormido. Los hijos también necesitan de la sonrisa: les estamos diciendo que, aunque algunas veces los rezongamos, igual los queremos y respetamos.

Contar un cuento no es un trámite, sino un acto de comunicación entre padres e hijos. Por eso requiere un esfuerzo de atención y de interpretación. De esta manera, el padre contribuirá a potenciar la imaginación de los hijos y les transmitirá valores positivos. (Solohijos.com)