Hoy, 11 de septiembre, en coincidencia con la fecha en que se produjo el atentado a las Torres Gemelas en el año 2001, la ciudad de Nueva York celebra los 400 años de su fundación. El 11 de septiembre de 1609 el inglés Henry Hudson, al mando de un navío con bandera holandesa, fue el primero en llegar a la costa de Manhattan a bordo del pequeño barco "Media Luna" y también el primero en navegar el río que más tarde llevaría su nombre. Con la llegada el martes de los príncipes herederos de Holanda, Alexander y Máxima, comenzaron los festejos en la Gran Manzana con actividades culturales y oficiales que incluyen la fabricación de una réplica del navío "Media Luna".
ABEL GRAU | EL PAIS DE ESPAÑA
Era un puerto natural, un impresionante estuario que parecía creado para el comercio. Los primeros exploradores europeos debieron de quedar fascinados: era una isla que daba acceso a todo un continente: Manhattan, la Mannahatta de los indios, una isla que con el tiempo se situaría en el centro del mundo.
Para hacerse una idea de lo que encontraron, es necesario retroceder en el tiempo. El trazado urbano va desapareciendo de Norte a Sur y surge la salvaje vegetación original de la isla. Desde Harlem se borran las calles y los bloques de pisos, luego desaparece Central Park y las lujosas residencias del Park Avenue. Los rascacielos del Midtown quedan allanados a medida que se desdibujan las grandes avenidas que recorren la metrópolis. Hasta llegar más allá de Canal Street, atravesando Wall Street y desbrozando la jungla de gigantes de acero y cristal del centro financiero, hasta desembocar en la punta Sur de la isla, cerca de Battery Park.
Desaparecido el cemento, el acero y el cristal, el paraje es ahora una masa esmeralda, indócil y exuberante. Es un entorno con praderas, campos de fresas salvajes, rápidos arroyos, pinos, robles, castaños. Algo similar a lo que debió de encontrar el explorador inglés Henry Hudson cuando arribó a esa misma costa el 11 de septiembre de 1609, a bordo del navío Halve Maen (Media Luna), a las órdenes del imparable poder comercial holandés. Fue el acto fundacional oficioso de la colonia de Nueva Amsterdam, que andando el tiempo se convertiría en la ciudad más vigorosa, dinámica, poderosa, cambiante y caótica del mundo: Nueva York.
Hoy se cumplen 400 años de aquella hazaña, lograda de manera algo imprevista mientras el explorador buscaba un paso por el Norte hacia las Indias orientales, financiado por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales.
Para conmemorar aquel episodio, la ciudad de Nueva York celebra esta semana un programa de actividades culturales y actos oficiales, que incluye desde la exposición de "La lechera", de Johannes Vermeer, en el Museo Metropolitano, procedente del Rijksmuseum, hasta la exposición de una réplica real del navío que condujo a Hudson al Nuevo Mundo.
Incluso la Manhattan primigenia, la Mannahatta (o isla de las muchas colinas) de los indios, se puede recorrer en una recreación virtual puesta en marcha por la Wildlife Conservation Society a partir del trabajo del investigador Erich W. Sanderson. "Si Mannahatta existiera hoy tal como era entonces, sería un parque nacional", escribió Sanderson en el estudio Mannahatta: A Natural History of New York City. "Sería la joya de la corona de los parques nacionales de Estados Unidos".
También los príncipes herederos de la corona de Holanda, Wilhelm Alexander y Máxima de Orange, acudieron a la conmemoración. Los recibió el alcalde, Michael Bloomberg, y la secretaria de Estado, Hillary Clinton. De hecho, la embajada holandesa en Nueva York organizó un completo programa de actividades para celebrar los cuatro siglos de hermanamiento entre las naciones holandesa y estadounidense.
El adn holandés. El breve pero vigoroso pasado holandés de la ciudad es un capítulo que suele ocupar un par de párrafos en los libros de historia, pero su repercusión en la definición de la ciudad fue más profunda de lo que se cree. Lejos de la intolerancia religiosa y el monolitismo cultural de las colonias inglesas puritanas establecidas al Norte, alrededor de Boston, la ciudad de Nueva Amsterdam fue un enclave eminentemente comercial, abierto al intercambio cultural, racial y religioso. Ese patrimonio dual, compuesto por la intransigencia religiosa puritana y la apertura del empuje comercial, darían lugar a las contradicciones de la identidad estadounidense.
Los holandeses no llegaron para levantar comunidades religiosas fuera del alcance de las monarquías europeas para hacer negocios. Ese espíritu emprendedor y esa indiferencia hacia los credos quedaron grabados en el adn de la ciudad y en alma del país, según sostiene el periodista Russell Shorto, que ha rescatado la memoria holandesa de Nueva York en la espléndida crónica The Island at the Center of the World, que con increíble pulso narrativo y una documentación rigurosa rememora la epopeya de la fundación de la ciudad.
Shorto ha dado cuerpo narrativo a documentos históricos, traducidos por el erudito Charles Gehring, que desde 1973 ha acometido la tarea de verter una montaña de documentación procedente de la colonia de Nueva Holanda, escrita en holandés antiguo y almacenada durante siglos. De allí surgieron no sólo las historias personales de los primeros `neoyorquinos`, incluida la figura del despótico Peter Stuyvesant, gobernador a las órdenes de la Compañía Holandesa, sino sobre todo la del desconocido abogado Adriaen van der Donck, un campeón de la lucha por el autogobierno de la isla frente a los intereses comerciales de la Compañía de las Indias Occidentales.
En el metropolitan
La pintura `La lechera`, una de las obras maestras del pintor holandés Johannes Vermeer (1632-1675), regresó después de 70 años a Nueva York para celebrar los 400 años de su descubrimiento, con una exposición en el museo Metropolitan que se inauguró ayer y permanecerá hasta el 29 de noviembre.
La obra, que muestra una criada al lado de una ventana de una cocina vertiendo leche en un cuenco, viajó desde el museo Rijksmuseum de Amsterdam, y es la pintura principal de la exposición en el Metropolitan donde, aparte de otras cinco obras de Vermeer, también se muestran las de siete artistas holandeses, como Pieter de Hooch o Gabriel Metsu, la mayoría protagonizados por criadas que, en esa época, eran vistas como un símbolo amoroso.
La anterior vez que "La lechera" había estado en Nueva York fue en 1939, con motivo de la exposición universal que organizó la ciudad.