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Un abrigo para quien lo necesite

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Cada producto tiene un propósito bien definido. Foto: R. Figueredo

Un grupo de padres, alumnos y docentes del Instituto Uruguayo Argentino (IUA) de Punta del Este, trabaja todos los sábados en la confección de mantas y prendas de abrigo que luego entrega a personas e instituciones carenciadas de Maldonado.

El taller funciona desde hace casi dos décadas y reúne todas las semanas a padres e hijos que se encargan íntegramente del proceso de confección: desde conseguir la materia prima hasta el planchado para darle un acabado final a las prendas.

Todo comenzó con la donación de una rueca en 1999, por parte de Camila Labandera de Montero. A partir de entonces, las autoridades del IUA se plantearon qué hacer para que aquella herramienta de trabajo, que tenía una larga historia, siguiera funcionando y no se transformara en una pieza de museo.

¿Por qué no hacer un taller de tejido en el que participen padres y alumnos del colegio? La pregunta fue la punta de un ovillo que, casi dos décadas después, sigue dando lana, mantiene andando la centenaria rueca y ha producido en todo este tiempo miles de mantas y prendas, que han abrigado los inviernos de personas necesitadas de la zona.

Cada producto tiene un propósito bien definido. Foto: R. Figueredo
Cada producto tiene un propósito bien definido. Foto: R. Figueredo

Pero el armado de un taller de estas características no se improvisa. Fue entonces que Alfredo Tassano propietario del IUA, salió a buscar a una tejedora profesional. Y la encontró en Aiguá. Se llama Zully Olivera; nació en Isla Patrulla, departamento de Treinta y Tres, donde a los seis años aprendió a tejer. Luego, previo pasaje por Tupambaé, se afincó en Aiguá, siempre con sus agujas y sus ovillos a cuestas.

Zully fue la encargada y sigue siéndolo hoy no solo de hacer funcionar las tres ruecas que hay en el taller (a la primera se le han sumado dos más), sino también de enseñar el oficio de tejer, sobre bastidor y crochet, hilar y coser.

Desde temprano.

Ni bien uno entra al enorme y bien cuidado campo de deportes del IUA, se encuentra con una edificación grande con mucha luz natural que invade el local a través de sus ventanas. Allí funciona el taller de tejidos y diseño textil. Los sábados unas veinte personas se dan cita a las 10 de la mañana para comenzar la labor.

Son madres con sus hijos, también padres y docentes que trabajan hasta las 16 horas. Hacen mantas, bufandas, ruanas y almohadones que nada tienen que envidiarles a las prendas artesanales que se pueden encontrar en la Feria de Punta del Este o en las mejores tiendas de cualquier shopping.

El salón se divide en sectores. A la entrada Paola, Stefani y Mariana tejen a crochet cuadrados de lana que luego formarán las mantas. Conversan sentadas cómodamente en el piso, mientras sus hijos pequeños aprovechan el sol, corren y juegan en el gigantesco predio circundante, donde hay desde canchas de fútbol, juegos infantiles y elementos enormes de geometría a lo largo de un largo camino bordeado por limoneros y naranjos que lleva hasta el gimnasio cerrado.

En una mesa central Alma, arquitecta y diseñadora, enseña a Martina de 8 años a trabajar el fieltro. Un poco más al fondo María Inés con sus hijas mellizas Amparo y Olivia de nueve años (una de ojos muy azules y la otra de ojos castaños) trabajan la segunda etapa del fieltro. Zully, sentada en una silla supervisa la tarea de todo el grupo. Junto a Andrea van colocando sobre una gran mesa los coloridos cuadrados que serán cosidos para formar las mantas.

Ruecas y telares.

A pedido de El País, Zully hace funcionar la centenaria rueca. Coloca vellones de alpaca que transforman en hebras, y que —previo lavado— formarán un ovillo. Detrás de ella y sobre otra mesa, María Carmen trabaja un telar con manos ágiles y diestras. Gloria y Jaqueline le dan las últimas puntadas a un saco largo. El espectáculo que esas mujeres ofrecen recuerda al cuadro Las Hilanderas de Diego Velázquez, claro que entre el retrato de aquella magistral pintura y esta escena han transcurrido más de tres siglos. A la derecha del salón, en una gran estantería de roble, van colocando las mantas terminadas y en una serie de percheros ubicados en el ala izquierda, los sacos y otras prendas.

Cada año participan un promedio de 30 personas. La actividad se inicia a comienzos del año lectivo, cuando los padres de los alumnos del colegio donan lana para que el taller pueda funcionar. Alli funciona todo por la solidaridad, la mano de obra desinteresada y el amor por lo que se hace, con el plus de hacerlo para los demás,

El año pasado llegaron a confeccionar 100 prendas entre mantas, sacos y almohadones. Para este 2017 se proponen superar el récord anterior. "Habrá que esforzarse un poco más", comenta Zully. "Ganas y manos no faltan", agrega Andrea.

Si bien hoy concurren personas vinculadas directamente al IUA, el taller está abierto a todos aquellos que deseen participar compartiendo el espíritu y el objetivo del trabajo.

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Todo comenzó con la donación de una rueca en 1999. Foto: R. Figueredo

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