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Red Pro Cuidados, ONU Mujeres: Covid, género y cuidados

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Investigación

¿Qué cambios trajo el COVID-19 a los hogares uruguayos? ¿Avanzamos en compartir puertas adentro las responsabilidades entre hombres y mujeres?

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ONU Mujeres y Unicef realizaron una encuesta junto con Opción Consultores en abril de 2020 para medir distintas variables sobre niñez, género y uso del tiempo en el marco de la emergencia sanitaria. La Red Pro Cuidados, organización de la sociedad civil de segundo grado que viene impulsando las políticas de cuidado en el país, junto a ONU Mujeres realizaron un análisis de los resultados del estudio que evidencia las profundas asimetrías que existen en los hábitos domésticos e inserción laboral entre hombres y mujeres en las familias uruguayas, las que se vieron reforzadas a consecuencia de la pandemia.

Para hacer posible la sostenibilidad de la vida, las personas requieren de distintos cuidados en algún período de su existencia. El cuidado se considera necesario hasta que el individuo alcanza la edad de 12 años. Asimismo, la dependencia puede darse en otros momentos tanto en personas jóvenes afectadas por discapacidades como en personas mayores que hayan perdido niveles de autonomía para desarrollar sus actividades cotidianas.

Datos en pademia

En una primera instancia, conviene destacar que el estudio Encuesta sobre niñez, género y uso del tiempo en el marco de la emergencia sanitaria, publicado en mayo 2020, confirmó el aumento en el número de horas que niñas, niños y adolescentes transcurrían en sus hogares, contrastando los datos de ese entonces (última semana de abril) con los guarismos constatados en mediciones previas a la pandemia declarada el 13 de marzo de 2020. Esta situación fue producto principalmente del cierre de los establecimientos educativos, sumado a la apelación extendida a la ciudadanía de permanecer en sus casas, de manera de reducir las posibilidades de contagio. De las cinco o seis horas promedio por día que niñas/os y adolescentes se encontraban anteriormente fuera del hogar, pasaron abruptamente a tan solo 20 a 25 minutos al día. Este hecho implica indudablemente la necesidad de una mayor dedicación y cuidado por parte de las personas a cargo.

En simultáneo, en un intento de salvaguardar la vinculación con el sistema educativo y para contrarrestar la falta de clases presenciales, los centros educativos implementaron tareas domiciliarias para sus estudiantes, lo que significó un incremento del tiempo dedicado a tales menesteres de un 36% en promedio (escuelas públicas 28% y centros privados 67%). Esta nueva demanda trajo consigo la necesidad de una mayor dedicación al acompañamiento de niñas y niños.

A su vez, el apoyo familiar y/o externo, tanto remunerado como no remunerado, se vio reducido drásticamente por razones sanitarias: el apoyo de familiares en cuidado (en la mayoría de los casos son abuelas/os quienes asumen el cuidado de los menores) se retrajo en un 74% y la ayuda doméstica remunerada se redujo en un 66%. Esto obligó a las familias a resolver la situación de manera interna, lo que derivó en la implementación de nuevas estrategias de cuidados.

El estudio exhibe que existió un incremento de la dedicación de parte de las personas adultas que integran los hogares al trabajo no remunerado. La brecha de género relativa se mantuvo estable, ya que mujeres y hombres aumentaron aproximadamente el mismo porcentaje de trabajo no remunerado en comparación al que realizaban previo a la pandemia. Sin embargo, para los niveles educativos bajos, se destaca que la dedicación al trabajo no remunerado por parte de los hombres se mantuvo estable pre y post pandemia. Esto se traduce en que fueron las mujeres las que asumieron el aumento de horas de trabajo no remunerado que trajo consigo este nuevo escenario. A su vez, de esta constatación se podría inferir que en determinados niveles socioculturales los mandatos de masculinidad del varón proveedor/mujer cuidadora se encuentran más arraigados que en otros.

La pandemia visibiliza realidades y percepciones marcadamente diferentes acerca de la sobrecarga de las tareas en el hogar, ya que un 20% de las mujeres declaró sentirse muy o bastante sobrecargada, mientras que solamente un 4% de los hombres lo percibió de igual forma. Sin embargo, el 93% de los hombres y el 95% de las mujeres expresaron sentirse conformes o muy conformes con la forma en la que las tareas se habían distribuido al interior de los hogares. La incongruencia de estos datos podría estar vinculada a la predominancia de fuertes mandatos de género arraigados en nuestra sociedad, aun con una clara diferencia de conformidad, que asume la distribución tácita de las tareas con arreglo a la mera división sexual del trabajo.

Algunas conclusiones

Debido a los mandatos sociales y a la división sexual del trabajo imperante en nuestra sociedad, los cuidados han recaído históricamente sobre las mujeres. En consecuencia, culturalmente se han visto asociadas al ámbito privado y a realizar básicamente tareas no remuneradas, en contraposición a los hombres, quienes han sido impulsados a ocupar los espacios públicos y remunerados.

Con la paulatina y creciente incorporación de las mujeres al ámbito laboral se han logrado avances en su empoderamiento económico. Sin embargo, no ha sucedido lo propio en lo que a corresponsabilidad refiere, ya que una gran parte de los hombres no ha asumido aún un mayor número de tareas no remuneradas.

Esta división sexual del trabajo más acentuada en los niveles educativos bajos ha provocado una gran desigualdad entre hombres y mujeres, viéndose estas últimas afectadas en su desarrollo y ejercicio de derechos tanto en lo personal como en lo económico. Por esta razón, todo Estado que procure la igualdad deberá atender las distintas necesidades de cuidados de la población en general y buscar una mayor corresponsabilidad de género en las tareas de cuidado.

¿Hacia una nueva normalidad?

La pandemia ha demostrado una vez más que en contextos de crisis son las mujeres, en una medida superior a la de los hombres, aquellas que pagan más rápidamente el precio con mayor desocupación y por ende sufren una más pronunciada pérdida de ingresos. Como consecuencia del incremento en la demanda de cuidados, son las que han asumido más horas de trabajo no remunerado, ampliándose de esta forma la brecha entre hombres y mujeres. Se evidencia que los mandatos de género y la división sexual del trabajo continúan presentes y afloran como el primer argumento en los hogares para que las mujeres abandonen los trabajos remunerados para pasar a hacerse cargo de los cuidados a la interna de estos. Contribuye a esto, las brechas salariales existentes.

Este es también un asunto de los hombres, quienes no asumen una corresponsabilidad equitativa llegando al extremo, como lo muestra el mencionado estudio para el caso de los niveles educativos más bajos, de no asumir más horas de tareas de cuidado dentro del hogar aun habiendo disminuido ampliamente las horas dedicadas al trabajo remunerado. Este dato evidencia que el mensaje del necesario cambio cultural para la igualdad de género no logra permear algunos estratos, y en aquellos que sí lo hace no consigue alcanzar una suficiente incidencia. Avanzar en la nueva normalidad hacia una nueva masculinidad es un imperativo social.
En este escenario una cuota de esperanza proviene de la Encuesta Nacional de Adolescencia y Juventud 2018 del INJU-MIDES, donde las percepciones sobre igualdad de género mejoran sensiblemente respecto al mismo relevamiento en 2013. Entre otros índices destacan el desacuerdo a la idea de que la crianza es tarea principalmente de mujeres, que crece de 54% a 74%, al tiempo que la oposición a la idea de que las mujeres deberían elegir carreras que no interfieran con su proyecto de familia también aumenta de 51% a 64%.

Otro actor relevante en la desigualdad que genera la pandemia es el mercado laboral y las empresas contratantes. La falta de perspectiva de género y políticas de conciliación y corresponsabilidad en la gestión empresarial continúan reproduciendo las brechas entre hombres y mujeres trabajadoras. Brechas salariales, sesgos en las contrataciones, procesos de toma de decisiones sin perspectiva de género, entre otros, terminan segregando a las mujeres del ámbito laboral, resultando las más vulnerables frente a las crisis y en condiciones propensas a perder o abandonar los trabajos remunerados.

ONU MUJERES y CEPAL presentaron el pasado 19 de agosto el documento Cuidados en América Latina y el Caribe. En tiempos de covid-19. Hacia sistemas Integrales para fortalecer la respuesta y la recuperación1 que fundamenta la relevancia que tienen los cuidados para las sociedades, caracteriza la situación actual de los cuidados en América Latina y el Caribe y describe los impactos generados por la crisis del COVID-19. Este policy brief destaca el avance de Uruguay en esta línea, cuyo modelo de Sistema Integral Nacional de Cuidados, creado en 2015, emerge como uno de los ejemplos en la región.

Finalmente, el documento recomienda medidas y planes de contingencia para mitigar los impactos inmediatos de la pandemia y los planes de recuperación socio económica coloquen a las políticas de cuidados en el centro de la respuesta al COVID 19 ,ya que la nueva normalidad implicaría cambios importantes en las modalidades de escolarización y trabajo. Las medidas deberían formar y educar, con efectos perdurables en la vida adulta; crear empleo de calidad sobre todo para las mujeres de bajos recursos para que tengan oportunidades de formación y condiciones laborales adecuadas y a la vez incrementar la tasa de participación laboral de las mujeres ya que la liberación de horas de trabajo no remunerado permite a muchas mujeres su permanencia o ingreso al mercado laboral.
Ambos organismos, así como la Red Pro Cuidados, llaman a los gobiernos de la región a colocar los cuidados en el centro de sus respuestas al COVID-19, creando paquetes de incentivos y recuperación, promoviendo sistemas integrales que aseguren el acceso al cuidado de las personas que lo requieren y garantizando los derechos a las personas que se hacen cargo de este trabajo. Los principales desafíos son asegurar que los servicios de cuidados sean considerados prioritarios, permitiendo su continuidad y brindando así opciones para hacer frente al incremento de la carga de trabajo no remunerado de las familias y para el cuidado de las personas dependientes; expandir la protección de las personas que desempeñan tareas de cuidado tanto de forma remunerada como no remunerada; promover la flexibilidad a través de medidas para faciliten que los trabajadores y trabajadoras con responsabilidades de cuidado, puedan compatibilizarlas con el trabajo remunerado. Y por último, pero no por eso menos indispensable, fomentar una mejor distribución de las responsabilidades de cuidado entren hombres y mujeres, a través de campañas que promuevan este compromiso y aboguen por un profundo cambio cultural.

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