Publicidad

Historias de piel: El deseo de desear

Compartir esta noticia
EL deseo de desear

Sexualidad

El especialista en sexualidad trae una columna que reflexiona sobre cómo la sociedad moldea el deseo a lo largo del tiempo.

Desde que nacemos la educación sexual informal que culturalmente nos moldea, la misma que inocula precoz e inadvertidamente valores, creencias e ideología desde la familia, la escuela y la comunidad, no sólo provoca que nuestra identidad sexual tome forma reconocible exclusivamente a partir de modelos polares masculino-femeninos, sino que también produce y dirige el deseo erótico hacia el binariamente llamado “sexo opuesto”, como expresión no sólo de aspectos biológicos y psicológicos, sino también como manifestación de una estrategia social y política que busca formar sujetos funcionales a un determinado orden. Uno que guiona lo que cada quien debe hacer y sentir en función del sexo, género, corporalidad, rol, objeto de deseo-amor y práctica sexo-genital que se le ha asignado en base a un régimen hegemónico, naturalizado y romantizado desde el cual se concibe lo que llamamos “sexualidad normal”.

Esa cadena de ensamblaje de cuerpos, subjetividades y erotismos. Ese modo de administración estatal de las pasiones, que antes manufacturaba obedientes ciudadanos reproductores de una norma prescriptora de lo deseable (a la vez que temerosos del castigo por su posible transgresión, aunque hábiles maestros del disimulo, el camuflaje y la resistencia), hoy oculta los engranajes de su maquinaria, ofreciéndose ante un sujeto que previamente ha sido convencido de su autonomía, como un permisivo dispensador de gratificaciones individuales, emocionales y sexuales inmediatas, legitimadas desde una lógica libertaria de consumo.

Lógica que se planta como única voz autorizada para decirle al sujeto quien es, que siente y cuáles son sus derechos (sobre todo como cliente), mientras le ofrece una serie de objetos ya previamente elaborados como evidencia irrefutable de cuales son y como se expresan y satisfacen “sus” deseos. Esos que a pesar de tal evidente moldeamiento mercantil intentan pasar por naturales e intrínsecamente propios de una interioridad psíquica y deseante.

Por más “artesanal” que parezca, el modo persuasivo y estruendoso de fabricar actualmente objetos “deseables” (congelando toda posibilidad de auto-gestionar el propio deseo), no excede la mera estética “ascéptica” e impersonal de shopping, limitando las posibilidades de hacer silencio interno para contactar con la singularidad deseante. Un silencio que, como tal, no marca inmediata ni cerradamente “que desear”, sino que permite poner en juego la potencia y el poder que habilita la escucha individual, vincular y colectiva sobre el desear, no algo en concreto, sino respecto del deseo mismo, el deseo de desear. Habilitando el derecho a explorar las múltiples y complejas manifestaciones del deseo más allá de guiones y mandatos, y sin que quede obturado o cooptado por la imposición de un objeto que dice ser lo que se debe desear.

Las investigaciones del padre de la Sexología, Alfred Kinsey, en el EEUU de los años 40 (llevada al cine en la película “Kinsey el científico del sexo” protagonizada por Liam Nissen), interpeló muchas creencias que hasta el momento existían sobre la sexualidad. Con ello puso en evidencia que el desear eróticamente no se puede ser encasillado en dos meras categorías tales como “heterosexual” y “homosexual” (y mucho menos crear identidades a partir de ellas), en la medida en que los comportamientos sexuales estudiados hablaban de una complejidad inclasificable (e indómita) producto de los modos singulares e inéditos de manifestación del deseo.

Todo ello tal vez sea indicio de que el deseo de desear (y no necesariamente el desear un objeto de deseo concreto) se las tiene que ver la incompletud humana. Siempre en búsqueda por saberse inacabada, en tensionante anhelo, y sin encontrar realmente la plena satisfacción, lo cual se revela en motor vital de su verdadera potencia deseante. Potencia que se puede activar en nuevos sonidos sólo a partir del silencio y la aventura propiciada por un viaje tanto hacia lo interno como hacia el vínculo con otros. Algo que iría a contrapelo de lo que hace creer la incitación mercantil de deseos, a partir de la catarata constante de objetos “pre-cocinados” que presenta y vende como “deseables”, en tanto que fórmulas “certeras” no sólo de calmar el ansia a través de una supuesta y definitiva satisfacción, sino también “colmar” para no dejar ningún espacio vacío e “insatisfecho” que pueda llevar al sujeto a explorar/se (y producir crítica hacia el orden que se le impone como realidad) desde su propio agenciamiento y complejidad deseante.

Por tal motivo el desear mujeres u hombres, así definidos binariamente y en tanto que objetos “deseables” (al igual que determinadas prácticas, estéticas o modos de lo sexual), tal vez no sea la enunciación definitiva, global, acabada y colmada del deseo sexual y su satisfacción. Es posible que las producciones singulares del desear estén todo el tiempo cortocircuitando los mandatos normalizadores impuestos por esa educación sexual informal que actúa desde la infancia. Ese disciplinamiento que dice “quien va con quien” en términos eróticos y hasta amorosos, se enfrena a la manifestación constante de deseos disidentes (como por ejemplo hacia personas trans, u otras no son erotizadas específicamente por su sexo y género, o el hecho de desear prácticas sexuales “no tradicionales”, etc.) que no logran ser del todo cooptados por el mercado y los modos de ecorsetar las ambivalentes pulsiones que están siempre en perpetua transformación, por más que a cada paso sufran la violencia de ser moldeadas por el mandato de replicación normalizadora.

Son esas mismas disidencias que en ocasiones se animan a asomar sus bríos subversivos desde fantasías y prácticas locales, e incluso anónimas o en clandestinidad, y que en muchas otras se lanzan sin miedo a la incoherencia que implica resistir y (per)vertir el binarismo “heterosexual-homosexual”, ya no tras objetos definidos previamente como los satisfactores consagrados del deseo (y del guionado de una identidad y una vida “vivible”) a partir de sus supuestas características binarias de “hombre-mujer”, o “lindo-feo” o “sexy-aburrido”, etc. sino más bien tendiendo a una actitud de fe y confianza para entregarse al nómade deseo de desear, tal y como lo ha planteado el filósofo Gilles Deleuze. Tal vez también como esperanza de generar potencias creativas que nos permitan navegar en los mares de incertezas impuestos por los acontecimientos globales actuales y venideros, siempre desde redes vinculares que dotan de sentidos posibles a esa exultante y genuinamente libertaria manifestación de vida que implica desear.

Conocé a nuestro Columnista
Ruben Campero
Ruben Campero

Psicólogo, Sexólogo y Psicoterapeuta. Docente y autor de los libros: “Cuerpos, poder y erotismo. Escritos inconvenientes”, “A lo Macho. Sexo, deseo y masculinidad” y “Eróticas Marginales. Género y silencios de lo (a)normal” (Editorial Fin de Siglo).

Fue co-conductor de Historias de Piel (1997-2004, Del Plata FM y 2015 - 2018,
Metrópolis FM). Podés seguirlo en las redes sociales de Historias de Piel: Facebook, Instagram y Twitter y en su canal de YouTube.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad