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Basta de decirnos que tenemos que aceptarnos

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Foto: Pexels

Mujeres

En su columna, Ana Laura Perez reflexiona lo tóxica que puede ser la positividad respecto a los cuerpos.

En 2018, la actriz y cantante argentina Jimena Baron, publicó una foto en bikini, de espaldas, sin usar filtros, iluminación y edición en su Instagram(en el que tiene más de diez millones de seguidores). Debajo escribió un texto en el que dijo que tenía celulitis, habló del uso sistemático de retoques en las fotos y llamó a aceptarse cada una como es.

En 2020 algo parecido hizo la también actriz argentina, Oriana Sabatini, y habló de su celulitis y también de sus estrías. Los dos posteos fueron virales, generaron notas en medios de varios países y comentarios, en su mayoría, positivos sobre la belleza real y sobre la importancia de la autoestima.

En los últimos años, ese discurso ha seguido creciendo, paradójicamente, a la par de los filtros y los retoques de fotos que tanto ellas como muchas otras siguen usando. El relato sobre la importancia de aceptarnos, de aceptar nuestro cuerpo tal como es, de trabajar en mejorar desde una autoestima sana y fijarnos objetivos realistas y saludables, ha ido volviéndose más y más importante en los medios, publicidades y discursos públicos.

“Aceptate”, “Querete como sos”, “Todos los cuerpos son hermosos”, y frases similares han empapelado los posteos de influencers, las publicidades de todo tipo de productos y las declaraciones públicas de muchísimas mujeres (y hombres).

Este llamado se ha hecho carne incluso dentro en el movimiento feminista, a partir de la idea de que la obesión por tener un cuerpo hegemónico a la medida de los deseos masculinos (también construidos por la publicidad, los medios, el cine, el porno, las series, durante décadas) es parte de liberarnos como mujeres y convertirnos en iguales.

Muy cierto. Y, ¿qué puede tener eso de malo?
Hace mucho tiempo que no puedo dejar de pensar que otra vez caímos en una trampa. Una trampa que nos hace más daño incluso que aquella en la que vivíamos en la tristeza pública de no poder tener ese cuerpo que veíamos en las fotos. Muchas mujeres nos metimos, no sin la ayuda de todos esos discursos que nos rodean, en una cárcel que ahora no tiene una sino dos capas.

Una suerte de matrioska en la que millones de mujeres que no tenemos el cuerpo que se supone que tenemos que tener, ahora tampoco podemos sufrir por eso porque lo “sano” es aceptarnos. No tenemos el cuerpo que el mundo dice que tenemos que tener, ni la autoestima o la sanidad mental que tenemos que tener para aceptarlo. Seguimos rotas, pero ahora por partida doble. 

El mandato es que tenemos que amarnos. Amarnos aunque no nos entren los pantalones. Sentirnos hermosas aunque las tiendas no tengan talles para nosotras. Disfrutar de nuestros cuerpos aunque en las redes nos digan gordas, feas, oscuras, claras, flacas, chatas, manchadas, arrugadas, viejas y tantas otras cosas. Amarnos, amarnos, amarnos.

El discurso de que tenemos que aceptarnos puede parecer positivo y empoderante y lo es, pero si es solo discurso y no viene acompañado de una cultura, una sociedad, que de verdad transmita el mensaje de que somos todos hermosos en los hechos y no solo las palabras, es solo el nuevo disfraz que encuentran los viejos fantasmas.

Tenemos que amarnos. Amarnos pero sin dejar de gastar fortunas y tiempo en cremas, champús, maquillajes, tinturas, fajas, gimnasios, dietas mágicas, ropa con relleno y un larguísimo y carísimo etcétera. Ese discurso de aceptate viene muchas veces con otro adosado. El de “si no te gusta algo entonces cambialo, si yo lo cambié vos podés, está en tus manos”.

Mentira. No todas podemos tener ese cuerpo, no todas queremos, no todas tenemos la genética, el tiempo y la plata para comprarlo. No mientas, hermana. Te queremos, pero no nos mientas. No ocultes todo el esfuerzo y las penas y tristezas por las que pasaste para llegar a ese cuerpo que ahora decís que estás aceptando. Es como salvar un examen con 12 y decir que no estabas estudiando.

Ser feminista, para muchas de nosotras, significa pensar que cada una elige lo que hace con su cuerpo. Que no juzgamos a otras por mostrarlo, por usarlo, moverlo y llevarlo a donde quieran llevarlo.

Tampoco juzgamos a aquellas que han invertido gran parte de su vida, su tiempo y su dinero en tener un cuerpo que se parezca lo máximo posible al mandato. Están en su derecho. Ni a aquellas que para poder ganar dinero, independencia y espacios en el mundo, usan filtros, luces y retoques fotográficos. Es su decisión, el camino que eligieron. No las estamos juzgando.

Pero entonces, no nos pidan a las que rodeadas de mensajes que dicen que no tenemos el cuerpo que todos quieren, sufrimos sin aceptarnos. No nos mientas, porque aunque a nosotras pueda parecernos increíble, vos también a veces llorás en el espejo porque hay algo que no te está gustando. Porque el problema, hermana, no somos nosotras. Es el mundo el que no nos está aceptando.

Conocé a nuestra columnista
Ana Laura Pérez

Ana Laura Pérez

Periodista, Gerente de Producto Digital en El País, conductora de @relatostvciudady columnista en @laletrachicatv Podés seguirla a través de su cuenta de twitter @PerezAnaLauray en su blog el Lado B de la maternidad

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