Federico Godoy es montevideano, tiene 34 años y disfruta de los deportes como hobby. Nació en el barrio Reducto, donde se encuentra el primer local de La Nueva Roma y la planta de producción de helados artesanales que le dio vida a la empresa familiar, que hoy dirige junto a su hermana y sus primos.
Se crió entre los helados y, si bien es analista en computación, hoy se dedica al 100% al negocio familiar. Destaca que el amor por la heladería fue heredado y la pasión que le inculcaron sus abuelos es lo que ha permitido que la empresa, con más de 60 años de trayectoria, continúe en el mercado e impulse un plan de expansión, que este año incluyó la apertura de dos nuevas sucursales en Montevideo.
—La Nueva Roma es una firma familiar, ¿cómo comenzó su historia?
—El inicio de la heladería se remonta a 1963, ahí fue la apertura del primer local, el de Vilardebó y San Martín. Mis nonnos emigraron de Italia y unos años antes (de abrir La Nueva Roma) apostaron por una heladería con sus hermanos, pero en el 63, por querer crecer, abrieron La Nueva Roma, y a partir de ahí el negocio empezó a crecer. Creo que ni ellos se esperaban llegar a lo que logramos hoy. Junto a mi hermana Cecilia y mis primos somos la tercera generación al frente de la empresa, y la cuarta —que ya nació y es chiquita— ya está entre los helados, las cucharas y las máquinas, acompañándonos. Eso nos pone muy felices y nos deja tranquilos de que esta historia va para largo. Mi nonno falleció, pero tenemos la suerte de que mi nonna nos siga acompañando. Festejamos su cumpleaños 87 hace un mes con la apertura del último local, en Cordón, el mismo día en el que abrieron su primera sucursal hace más de 60 años. Fue difícil para la tercera generación entrar al mando de la empresa y liderar la expansión; antes estaban mi madre y mi tío al frente. Fue duro como en toda empresa familiar salir al mercado y seguir expandiéndonos, pero era parte de nuestra meta poder seguir creciendo.
—¿Desde chico se quiso dedicar a los helados?
—Aparte de trabajar en la empresa, cada uno de nosotros tiene su profesión. Los helados son una pasión con la que nacimos, pero nuestros padres nos inculcaron que primero había que estudiar y después de recibirnos podíamos empezar a tomar las riendas de la empresa, más que nada porque el negocio siempre funcionó pero está el riesgo de que un día no lo haga. Al principio trabajábamos en dos lugares. Yo, por ejemplo, soy analista en computación y por ocho años tuve dos trabajos: estaba en producción y atención y luego me iba al trabajo a desarrollar (software). Mi hermana es arquitecta y le pasó lo mismo. Fuimos dejando nuestros trabajos de a poco. Después mi primo Martín, que es contador, y que se encarga de la parte contable, se sumó al 100%. Mi primo Sebastián es el ingeniero químico que hace el desarrollo de productos, y Nicolás es psicólogo y está encargado de recursos humanos. Ellos todavía no dejaron sus trabajos, pero la idea es que si seguimos creciendo, se vayan sumando más a la empresa, porque cada vez lleva más tiempo y dedicación. Si bien cada uno tiene su rol, todos hacemos todo, nos consultamos y apoyamos en los errores y aciertos. Pero como la empresa crece cada vez más, se necesita que cada uno esté enfocado en una cosa.
—¿Cuántas personas conforman el equipo de La Nueva Roma?
—Más de 35 personas, entre quienes trabajamos en la fábrica y los chicos que nos acompañan en la atención en los cinco locales.
—¿Todas sus heladerías se encuentran en Montevideo?
—Sí. El local madre es el de Vilardebó y San Martín, donde está la fábrica. La sucursal de Pocitos, en Bulevar España y Sarmiento, fue nuestra segunda casa. Luego abrimos en Malvín, en Estanislao López y Candelaria; en el Centro, en San José y Convención; y la última es la que abrimos en Constituyente y Jackson, en Cordón.
—¿Han pensado llevar la marca al interior?
—La idea está, pero nuestros padres siempre nos dejaron algo claro: es preferible crecer despacito. Si bien mucha gente consulta y nos han querido comprar franquicias, un poco nuestra escuela es seguir por el camino que venimos. De a poquito queremos ir viendo esas posibilidades, pero para poder llegar a eso necesitamos más tecnología y ampliación de planta, algo en lo que estamos trabajando en nuevos proyectos. Todos los años tratamos de mejorar, y cada mejora es un paso más que se va abriendo. La idea es expandirnos, pero no sé cuándo. Hoy todos los locales los operamos nosotros. La idea por ahora es no franquiciar, si bien hemos tenido interesados y reuniones por ese tema. Somos una cabeza joven que está con ganas de escuchar y siempre buscar lo mejor, pero por ahora no creemos que sea el momento.
—¿Con qué capacidad productiva cuenta la empresa?
—Ese es un número reservado, pero la verdad, estamos produciendo mucho helado. La expansión nos ha sorprendido porque cada vez se acerca más gente. Trabajamos para sacar siempre sabores nuevos. Si bien heredamos muchas recetas de nuestros padres y abuelos, estamos constantemente capacitándonos para innovar. Junto al ingeniero químico estamos siempre aprendiendo sobre desarrollo. Él hizo la universidad en Alicante —especializada en helados— y hemos realizado cursos en Argentina, y eso nos lleva a desarrollar productos nuevos y mejorar constantemente. La gente busca mucho eso; nos pasa que a veces sacamos sabores de edición limitada hasta el domingo, y a veces el stock no llega ni al viernes, porque es una locura cómo se vende. Si bien nuestro fuerte es el helado, también tenemos pastelería helada y sumamos unas minitrufas, un bocadito gourmet. La idea es seguir sumando propuestas. Siempre está en la cabeza vender en la heladería y en otros lugares, como supermercados. Estamos tramitando permisos por si esa oportunidad en algún momento se da.
—¿En qué se inspiran para desarrollar nuevos sabores?
—A veces interactuamos con nuestros clientes en las redes (sociales) y de ahí surgen ideas. Además, todos los eneros vamos a la feria más importante del mundo de helados artesanales, en Rímini, Italia —la cuna del helado—, lo que nos nutre mucho. De ahí sacamos ideas, aprendemos y vemos las tendencias que llegarán dentro de uno año o dos. Tenemos un equipo constantemente en desarrollo (de productos). Más allá de que enero es nuestra temporada fuerte, todos los años intentamos que al menos dos personas del equipo puedan concurrir a la feria, porque nos aporta mucho. Está buenísimo porque además, a nuestro público de las redes sociales, que es muy fiel, le encanta seguir lo que hacemos, el proceso de nuestros productos y la innovación, que es parte de nuestra historia y crecimiento.
—¿Cuál ha sido el sabor más innovador que han lanzado?
—El año pasado, para Halloween, salimos con una edición de calabaza con naranja. También desarrollamos sabores para restaurantes o bodegas. Lo que al cliente se le ocurra, tratamos de desarrollarlo: por ejemplo, hemos hecho helado de panceta. Tratamos también de acompañar las tendencias. El año pasado vimos en la feria de Rímini que se venía el chocolate Dubái, en febrero ya lo habíamos lanzado con nuestra propia materia prima y en agosto explotó y fue tendencia. Ahí nos adelantamos. El (helado de) Franuí también es una locura cómo se vendió cuando lo sacamos. También pasa con el pistacho. Hace años compramos la tecnología para hacer nuestra propia pasta, compramos los pistachos, los tostamos y con nuestros molinos hacemos una pasta 100% natural. Esas cosas las hemos aprendido en diferentes cursos que hemos acompañado con tecnología. Uno de los valores que no queremos perder es el del trabajo artesanal. Evidentemente da más trabajo, pero ese proceso de elegir los pistachos, tostarlos, picarlos a nuestra manera y pasarlos por el molino hasta que lleguen al punto que deseamos, es el proceso que queremos mantener. Somos fieles a eso. Y venimos creciendo, estamos recién entrando en la zafra y ya estamos vendiendo como si fuera temporada alta.
—Una de sus unidades de negocio es la venta a empresas, ¿cuán importante es eso a nivel de producción?
—Vendemos helados a restaurantes, bodegas y demás. Hacemos muchos eventos, tratando de llevar la heladería al lugar, y trabajamos para catering con propuestas diseñadas a medida. Hemos hecho desarrollos para bodegas —con sus propios vinos— y ahora estamos haciendo uno para un vermut. Son cosas que nos encantan porque es parte de seguir aprendiendo.
Los eventos son muy importantes, la gente va conociendo el producto, y nosotros no perdemos la esencia familiar. A la hora de armar todo, somos nosotros quienes estamos ahí. La lógica familiar la llevamos a todos lados y no queremos perder eso que hemos mantenido desde 1963. Mi abuela, en cada evento que hacemos, no se acuesta hasta que volvemos a casa. Uno de los puntos más grandes de crecimiento que tuvimos fue cuando decidimos armar los food trucks; en cada evento masivo la heladería empezó a estar presente, y la gente comenzó a seguirnos. La expansión se dio porque la gente comenzó a pedirnos locales más cerca de otros barrios. No tenemos un vendedor que se dedique a esa unidad de negocio, nos vienen a buscar por el boca a boca.
—¿Cuál ha sido la clave para mantener la empresa familiar?
—El amor y la dedicación que le tenemos al helado. Esta es una pasión muy grande; yo me levanto todos los días, a veces trabajo miles de horas y me acuesto con ganas de que comience otro día, porque es algo que me gusta. Lo hacemos con pasión, y eso nos ha llevado a crecer, junto con el concepto familiar y la tradición con la que seguimos escribiendo historias. Es increíble, porque hay clientes que son abuelas, que vienen con sus hijas, con sus nietos. Hay clientes que a nosotros nos conocen desde chicos, desde cuando nuestra madre y nuestro tío hacían palitos de agua y nosotros estábamos en el cochecito. La tradición familiar sobrepasa la puerta.
Helado artesanal que compite con marcas extranjeras
—¿La Nueva Roma mantiene recetas originales?
—Sí, hay muchos sabores que se mantienen, aunque hoy se consigue otro tipo de materias primas. Mis abuelos elaboraban helado con azúcar de mesa, y hoy usamos hasta cinco o seis tipos de azúcar. Pero la base es la que ellos dejaron, para que los helados siempre tengan la mejor consistencia, textura y experiencia al paladar. También hay sabores que desarrollamos y otros que retocamos para poder mejorar.
—¿Es difícil competir en el rubro con un trabajo artesanal?
—La competencia es buena, es lo que te ayuda a crecer. Uno de los saltos más grandes que tuvieron mis padres en la heladería de Vilardebó fue cuando abrieron un Grido a la vuelta. Llegaron con un modelo de heladería divina que hoy es normal, pero en ese entonces fue un susto grande. Ahí hicieron una reforma y fue escalando el negocio. Cada vez que abrimos una nueva heladería tratamos de que sea mejor que la anterior; la vara es que la nueva sucursal supere a la última. Además, tratamos siempre de darle una experiencia al cliente, para que el helado que viene a probar acá sea único, con el toque especial de La Nueva Roma.