OPINIÓN
En los últimos días, el mundo se ha visto envuelto en un ejemplo de libro: un shock de oferta y demanda, a la vez.
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El mundo empezó escuchar del Corona virus (Covid) en China en enero de este año. Dos meses después (siendo hoy 19 de marzo), los contagios llegan a 250.000 personas, 10.000 muertes y casi 180 países afectados. Hoy escribo esta columna desde mi apartamento en París, donde he estado sin salir (salvo para ir al supermercado o servicios esenciales) por una semana sin contacto con nadie (primero por recomendación, luego por un decreto del Presidente Macron).
Entre tanto, el lunes 9 de marzo cuando abrieron los mercados el precio del petróleo cayó 30%. Arabia Saudita dejó su –hasta entonces– alianza con Rusia para contener la oferta y mantener precios altos (dada la baja de demanda por Covid) y tomó una estrategia radical: guerra de precios. Las bolsas también se desplomaron. Por ejemplo, índices como el Dow Jones, S&P y Nasdaq cayeron un 30% entre el 20 de febrero y el 15 de marzo. Gran parte de la industria mundial ha bajado su expectativa de producción e inversión para 2020.
Y Uruguay no es excepción. No está exento del contagio ni del impacto económico. Al cierre de esta nota había 80 casos conocidos de Covid en Uruguay, las clases pararon por dos semanas, se cerraron las fronteras y se llamó a la población a reducir el distanciamiento social y a las empresas a tele-trabajar. No toda la industria puede tele trabajar, así que es de esperar que se afecte la producción, al menos de forma temporal. De forma similar, si la gente debe quedarse en su casa consume menos. Una menor demanda esperada global ya está afectando exportaciones; tendrá repercusiones en el segundo y seguramente el tercer trimestre del año. Entre tanto, el dólar continúa siendo refugio de crisis. La cotización a la venta del dólar del BROU está alrededor de $47, un 20% por encima que a principio de enero—en línea similar al resto del mundo.
Diferentes gobiernos alrededor del mundo han respondido de diferente forma (y aquí me enfoco en lo económico). Por ejemplo, Francia anunció un paquete de €300 mil millones de garantías estatales para préstamos a empresas, y un paquete fiscal de €45 mil millones que incluye seguro de desempleo y retraso de pago de impuestos y contribuciones a la seguridad social para quienes no puedan pagar. Nueva Zelanda anunció un paquete fiscal de USD7.3 mil millones (aprox. 4% de su PIB) donde casi la mitad está destinada a 12 semanas de sueldo para trabajadores de empresas que demuestran una reducción de más de 30% en la facturación en cualquiera de los primeros seis meses del año respecto a 2019 (con un tope por empresa). Otro cuarto está destinado a cambios tributarios para aumentar la liquidez de las empresas. Sí, hubiera sido ideal tener más espacio fiscal en Uruguay para enfrentar esta situación (Nueva Zelanda tiene nivel de deuda/PBI de menos de la mitad del uruguayo), pero ahora no hay que enfocarse en eso ahora.
Casi sin excepción, todos los gobiernos han sido criticados también. Lo importante es actuar, para contener la crisis sanitaria y la económica resultante.
No hay soluciones mágicas, pero sí políticas económicas que son más apropiadas para el tipo de shock, y aquí resumo tres principios. Primero, durante el distanciamiento social (o eventual aislamiento total como en París) hay que enfocarse en asegurar que, en la mayor medida posible, la gente pueda mantener su empleo. Sin empleo no hay ingresos, sin ingresos no se pueden pagar las cuentas. Los anuncios de Nueva Zelanda y Francia por ejemplo están enfocados en ayudar a empresas a que puedan mantener a sus trabajadores (retraso de pago impuestos a Pymes para detener despidos y enfrentar vencimientos de pagos dada la baja de actividad, ampliación del seguro de paro para quienes caen enfermos y quienes debieron hacer aislamiento preventivo). También fondos adicionales para apoyar a trabajadores independientes y ampliación de beneficios para sectores de menores ingresos.
Segundo, hay que diferenciar entre las políticas que se necesitan inmediatamente con aquellas que serán necesarias en unos meses. Ahora hay que enfocarse en mantener la capacidad de consumo (y potencialmente en dar apoyo específico a sectores más afectados como la salud), pero no en estímulos de demanda para grandes proyectos de inversión por ejemplo. Estos últimos serán importante luego, pero son lentos, y ahora se necesitan respuestas rápidas a temas concretos.
Tercero, hay que hacer un gran trabajo (i) técnico, porque el estímulo no será gratis y como dijo el economista argentino Eduardo Yeyati en una nota reciente: “los gobiernos deberán usar sus escasas balas sabiamente”; (ii) comunicacional, porque la economía no es sencilla y se tiene que explicar bien qué busca cada medida y cómo impacta el empleo (la falta de claridad promueve el pánico); y (iii) de transparencia, porque no se podrán salvar todos los empleos.
No podemos controlar la efectividad con la que otros países enfrentan el virus, ni tampoco el precio del petróleo, pero sí tenemos herramientas para, en cierta medida, afectar la rapidez de la propagación y, por tanto, la magnitud y duración del shock. Esto va a afectar el crecimiento, al menos de la primera mitad del año. La economía eventualmente se estabilizará, pero el odio o la hermandad, quedará. Quiero creer que primará lo segundo.