OPINIÓN
Nuestro país ha crecido durante varios años. En los últimos dos crece por el consumo privado —de personas y empresas— y de las exportaciones.
Prácticamente no ha habido contribución de la inversión, castigada por un ahorro que con presión impositiva en alza financia el gasto fiscal que es mucho menos productivo y, además, transitorio.
Así, el intento por mejorar la equidad se acompaña de menor empleo: con menor inversión, más sectores se han ido plegando al núcleo de los que ven estancarse y caer a su producción que lleva a la persistente declinación del empleo. Leve pero creciente la tendencia del desempleo sería aún más pronunciada si no declinara también la oferta de mano de obra. En resumen, crece el desempleo —que tal vez lo haría a un ritmo mayor todavía de no ser por el gran empleador en que se ha convertido el sector público en los últimos doce años— y declina el empleo
Perspectivas.
Se ha reiterado que las razones de la reducción del empleo se asignan al cambio tecnológico ahorrador de mano de obra y a otros motivos por los cuales se adoptan esas innovaciones: nivel del salario real por encima del valor de la productividad marginal del trabajador y reducción de la competitividad de sectores de producción de bienes y servicios transables. Ante la tendencia declinante del empleo, lo que agrega preocupación es la perspectiva que se presenta hoy y que no es de reversión. Frente a los reclamos que hay y las nuevas pautas salariales que se manejan a nivel de los representantes de los trabajadores, la teoría económica nos dice que difícilmente habrá mejora cuantitativa del empleo. Podrá aumentar el ingreso real de los trabajadores que logren mantenerlo, pero es probable que se reduzca la masa salarial ante caídas proporcionalmente mayores de las personas empleadas.
Sería entonces difícil que el consumo privado —componente mayoritario de la demanda agregada que es a la que responde la oferta nutrida por la producción local y por las importaciones— mantenga su aumento en el resto de este año y al menos, en la primera mitad del que viene. También es improbable por la menguante capacidad de financiamiento con ingresos propios, que el gasto público pueda usarse como instrumento de política fiscal expansiva. Además los problemas climáticos vividos se reflejarán en la actividad de varios sectores en el segundo semestre del año y caerán los montos vendidos al exterior en relación a lo que fueran en el segundo semestre de 2017.
Por si lo comentado fuera de poca importancia no se puede negar que en la segunda mitad de 2018 habrá una fuerte presión recesiva que desde ya impone la realidad poco contributiva a nuestros intereses de los dos países limítrofes. En Argentina, hasta hoy, siete días antes de publicarse esta columna, el valor del dólar ha subido 32% en cuatro meses y medio y aunque alta en ese lapso, la inflación ha sido sensiblemente menor por lo que habrá una merma considerable en las ventas uruguayas de bienes y de servicios al país vecino. Aunque la situación económica viene en leve mejoría, en Brasil el mercado cambiario sufre un fuerte impacto alcista por la situación política pese a los buenos resultados comerciales y de cuenta corriente de balanza de pagos. Con bajísima inflación la devaluación del real de 16% en lo que va del año ha dejado a nuestro país, también, con problemas de competitividad.
Desacople.
Desde hace algunos años y por impulso de bajísimas tasas de interés y del dólar y altos precios internacionales de materias primas, autoridades y algunos analistas económicos han negado aquella dependencia de Uruguay de los países de la región que por contagio llevara a las crisis económicas y financieras de 1982 y de 2002. Por otra parte, las autoridades intentan formar las expectativas cambiarias del público con una política cambiaria que se dice que se aplica para evitar variaciones bruscas del tipo de cambio. Hoy cualquier observador extrae conclusiones y forma sus expectativas sobre lo que se anuncia pero realiza además su análisis sobre la coherencia entre lo que se anuncia y la realidad. Ya intuye que ni las propias autoridades creen verdaderamente —aunque digan lo contrario— que Uruguay se ha "desacoplado" de lo que ocurre en la región. Ni tampoco que el Banco Central interviene en el mercado de cambios para atenuar fluctuaciones del valor del dólar, como dijeran que era su objetivo. El peso se ha devaluado 7% en menos de dos semanas reflejo de lo que ocurre en la región, frente a devaluaciones mucho menores en la Eurozona y en otros países como en Chile y hasta apreciaciones como han ocurrido con el won, el yuan y otras monedas.
La conclusión tras lo que viene sucediendo en el mundo, en la región y en nuestro país, no es difícil de extraer. Las consecuencias se verán en el corto plazo: desconfianza en alza; presiones adicionales a las actuales sobre el tipo de cambio que obligarán a subas en las tasas de interés y del costo del crédito; mayor inflación y, lamentablemente, un magro crecimiento económico. La actividad económica poco dinámica, estancada en el resto del año, es difícil que provea los recursos necesarios para abatir un déficit fiscal ya alto que se alejará de las optimistas proyecciones de organismos internacionales y que compromete el mantenimiento de una buena calificación de riesgo.