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Quince años, fin de un ciclo

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Foto: El País

OPINIÓN

Mi primera reflexión es que, si bien el discurso de muchos funcionarios a lo largo de los últimos quince años tuvo un tono refundacional, en realidad no hubo la tal refundación.

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La etapa concluida, fue una más de nuestra historia y como todas las anteriores, por lo menos en el Uruguay moderno, se construyó a partir de lo que recibió, e introdujo cambios relativamente marginales.

Fue muy relevante en el inicio y su primer gobierno fue sin dudas el mejor de los tres. Primero, porque una vez desatada la crisis de 2002 con la consiguiente afectación política y electoral del bloque oficialista de entonces, había todavía un plato del menú por conocer y de ese modo, no tuvimos nuestro propio “que se vayan todos”.

Segundo, porque completó una exitosa salida de aquella crisis, junto con el muy buen manejo posterior a ella del gobierno en funciones y junto también al inicio de un ciclo positivo de los precios de las materias primas. El discurso cuidadoso en la recta final hacia las elecciones, la temprana nominación de Danilo Astori como futuro ministro de Economía y Finanzas (nada menos que en Washington) y, una vez asumidos, el mantenimiento de políticas de país relevantes en materia de deuda pública, relacionamiento con organismos internacionales y pautas para la inversión privada y extranjera, fueron decisivos para ganar e iniciar un gobierno con impulso.

Tercero, porque en aquel primer período de gobierno se concretaron las principales reformas de los quince años (y esto no implica un juicio de valor sobre ellas): la reforma tributaria, el sistema nacional integrado de salud y el Plan Ceibal. Adicionalmente, hubo políticas deliberadas para mejorar la condición de quienes habían quedado peor parados tras la gran crisis: aumentos diferenciales para los salarios más bajos y las políticas iniciales del Mides.

El segundo gobierno resultó tan caótico como quien lo lideró. Fue el gobierno de los equipos paralelos, del descontrol de las empresas estatales que maximizaron sus inversiones sin evaluar sus retornos. Tuvo el peor deterioro fiscal, por mantenerse la velocidad y el rumbo cuando empezó a cambiar el contexto externo, que empezó a empeorar, tanto a nivel global, por el final del súper ciclo de las materias primas, como a nivel regional, con devaluaciones reales en los vecinos. Quizá lo único destacable de ese período fue la aprobación, sobre su final, de la ley de inclusión financiera, la última reforma importante del Frente Amplio.

Finalmente, el segundo de Vázquez fue un gobierno con pocas luces, sin iniciativas, tratando de desfacer entuertos que le dejó Mujica, como la necesidad de capitalizar Ancap y la de hacer un ajuste fiscal en cuotas, subiendo impuestos, en contra de lo prometido en la campaña electoral anterior. Este gobierno se jugó a concretar la inversión en la tercera planta de celulosa, habiendo concedido demasiado para ello, quizá por haber mostrado temprano las cartas por la ansiedad por su concreción. En definitiva, fue un período de “lucro cesante” en el que se perdieron cinco años.

El Frente Amplio en el gobierno fue de más a menos. Pasó de ser una ilusionante tabla de salvación tras la crisis a una fuerza política desgastada por los años en el poder, sin novedad, sin ilusión, que dejó una herencia complicada a su sucesor, tanto en materia de indicadores de corto plazo (economía privada estancada, con empleo e inversión en caída; alta inflación y atraso cambiario; déficit fiscal y deuda pública en senderos insostenibles) como en relación a la cantidad de temas estructurales pendientes de reforma y actualización (enseñanza pública, sistema previsional, inserción internacional, marco laboral, entre otros).

En el período final se incumplieron todas las metas y pautas relevantes de la programación financiera: se creció la mitad de lo proyectado en el presupuesto, la inflación apenas visitó transitoriamente el rango meta, el déficit fiscal terminó duplicando a la meta quinquenal y consiguientemente la deuda pública terminó alrededor de diez puntos por encima de lo previsto entonces.

Y esto último nos lleva a Astori, “el presidente que no fue” como bien lo llamó Adolfo Garcé en su columna del 19 de febrero en El Observador. Desde aquel mediodía en Washington a mediados de 2004, Astori fue la pieza clave para los gobiernos del Frente Amplio. Para ganar (al menos en los primeros dos) y para gobernar (excepto en el segundo, recluido en la vicepresidencia, siempre inocua). Destaco su capacidad para convocar muy buenos economistas, de los que se rodeó en sus dos veces como ministro y que se mantuvieron en el equipo cuando no lo fue. Fue el líder político de un muy buen elenco de técnicos, quizá la combinación ideal para conducir el Ministerio. Creo que pudo y debió jugar más fuerte haciendo valer sus votos en el Parlamento, para conseguir e impedir cosas. Otros legisladores solitarios mostraron que se podía poner en jaque a la mayoría parlamentaria. Astori pudo y debió usar ese instrumento ante situaciones decisivas y no lo hizo.

No obstante, su conducción y su presencia en estos quince años fueron decisivas más por lo que evitó que por lo que hizo. Es imposible contar la historia no escrita (el contra fáctico) pero cada cual puede imaginarla. Y yo la imagino kirchnerista. De eso nos salvó Astori.

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