Hace unas semanas escribí en este suplemento un artículo titulado "¿Que le Pasó al Liberalismo?" intentando compartir reflexiones acerca de los motivos por los cuales la revolución liberal de los setenta-ochenta parece haberse agotado y esbocé la tesis de que el Liberalismo (bien entendido, claro está) con frecuencia no atrae por ser muy exigente. Al basarse sobre el ser humano y no sobre construcciones antropológicas ficticias, como la ciudad de los clásicos, la nación de Hegel, la raza de Hitler, la clase de Marx o el partido de Lenin, (o el cocktail de los tres últimos hecho por Stalin), el Liberalismo (verdadero), nos deja con pocas excusas para explicar los problemas.
Con el tema aún rondándome la cabeza me topé en Buenos Aires con un libro llamado "El Liberalismo y la Virtud" del profesor Peter Berkowitz y, para rematarlo, en El País con una nota acerca del Mensaje de Año Nuevo del Santo Padre, en uno de cuyos pasajes sostiene: "La comunidad internacional, que desde 1948 posee una carta de los derechos de la persona humana, ha dejado de insistir adecuadamente sobre los deberes (destacado mío) que derivan de la misma".
La sumatoria hizo irresistible el impulso por volver a volcar razones y sentimientos en otro artículo.
Nuestro país parece haber llegado a un punto de fisión de derechos.
Reclaman los jubilados por los suyos, los ahorristas se movilizan, exigen los deudores que se privilegien derechos sobre obligaciones, los funcionarios municipales quieren forzar la realidad para saciar sus derechos contractuales, los médicos defienden con su poder sobre la salud el derecho económico a ganar mejor ....
Derechos, derechos y más derechos. Vivimos la era de los derechos.
Esto, se supone, es un progreso. Cuando primero los franceses, en el punto más sublime de su revolución y luego las Naciones Unidas, proclamaron declaraciones de derechos, el mundo sintió un calorcito de satisfacción. Se estaba progresando.
Pero, entonces, ¿cómo es que ahora, con tanto derecho proclamado y legislado, hay tanta insatisfacción, tanta queja?
Y, yendo al tema del Liberalismo: ¿por qué esa profusión de derechos, que de ser fuente de optimismo ha venido a ser causa de descontentos, también se ha convertido en el peor enemigo del Liberalismo? Porque es efectivamente así: en la vida política contemporánea, liberal es aquel insensible que sólo quiere un Estado juez y gendarme.
¿Cómo llegamos hasta este mundo "patas para arriba"?, ¿dónde fue que se nos cayeron de la caja las obligaciones?, ¿qué relación hay entre eso y el aparente fracaso (o, por lo menos, deslucimiento) del Liberalismo?
En el libro mencionado más arriba, Berkowitz dice algunas cosas muy interesantes. Dice en primer lugar, que la virtud forma parte de la realidad del ser humano y que es una premisa básica para las formas de vida en común. Si uno repasa los escritos de pensadores, tanto filosóficos como más puramente políticos, desde Aristóteles a los Padres Fundadores de la democracia norteamericana, encontrará en todos ellos la noción clara de que las formas de gobierno deben tomar en cuenta la fragilidad del hombre y la necesidad de la virtud; de donde surgen largas disquisiciones y discusiones acerca de cuáles son las formas que más favorecen el ejercicio de las virtudes y más dificultan el desenfreno de las debilidades humanas.
Pero eso, dice Berkowitz, el Liberalismo moderno y contemporáneo lo ha olvidado, se le perdió.
"...tres temas merecen mayor atención. Primero, la operación y mantenimiento de la democracia liberal —esa forma de democracia en que la voluntad del pueblo está sustentada y acotada por los derechos individuales— dependen del ejercicio de virtudes morales e intelectuales que, según las premisas del liberalismo, caen fuera de su supervisión estricta, y que no sólo se abstiene de invocar sino que, incluso, desalienta o socava. Segundo, las fuentes extraliberales o extraoficiales donde el liberalismo abrevaba en el pasado para alentar las virtudes necesarias para su mantenimiento —sobre todo, la familia, la religión y las asociaciones de la sociedad civil— han sufrido transformaciones sustanciales y ya no pueden utilizarse del modo en que aconseja la tradición liberal clásica. Tercero, los principios liberales parecen generar vicios característicos, vicios que están entrelazados con las virtudes liberales y amenazan la capacidad de los ciudadanos para sostener instituciones libres y democráticas".
Lo que en definitiva quiere expresar Berkowitz es que el liberalismo abandonó o perdió sus raíces, sus premisas fundamentales y al hacerlo ya no tiene armas para encarar la realidad, argumentos que desnuden los errores que están llevando a nuestras sociedades por el camino de la desazón, el pesimismo y la disolución.
(continúa el autor), "... la modernidad implica una nueva comprensión de la condición humana basada en el rechazo o la drástica revisión de las ideas heredadas acerca de Dios y la naturaleza".
"... al cuestionar la creencia en un orden natural o divino que se podía conocer mediante el ejercicio de la razón, la filosofía moderna, sin prisa pero sin pausa, parecía revelar que la excelencia humana era un invento humano. Y la virtud, una vez que fue entendida como invento humano, o como designación general de las cualidades de mente y carácter que la gente de determinada sociedad valoraba y alababa, perdió gran parte de su esplendor y dejó de ser reconocible como tal. Pues, si los seres humanos carecían de una naturaleza, función o vocación, también debían carecer de virtud en el sentido preciso, dado que la virtud implicaba la perfección de una naturaleza ..."
"Para preservar la paz y el orden, se argumentaba, el gobierno debía ser limitado, tanto en sus fines legítimos como en los medios o potestades que usara para alcanzar esos fines. El objetivo del gobierno no era cultivar la virtud, como enseñaban los filósofos antiguos, sino mantener la paz, proteger los derechos individuales y promover la prosperidad material. Por cierto, una cosa es decir que no es cuestión del gobierno cultivar la virtud y muy otra es afirmar que la virtud es irrelevante para el mantenimiento de la paz, la protección de los derechos individuales y la promoción de la prosperidad material ..."
"... la presunción moderna de haber superado totalmente la fe religiosa y la filosofía tradicional, advierte Taylor, ha sido una causa de los excesos y locuras cometidos por los campeones de la modernidad, y esta tendencia hoy amenaza los logros obtenidos ..."
"... la negación de un bien supremo es compatible con la visión de que hay virtudes que el gobierno debería promover. Gobierno limitado no significa gobierno neutral, y la neutralidad en los actos de gobierno, como Mill observó hace más de un siglo, es imposible porque, como él aclara en Sobre la libertad al comentar el impuesto a las bebidas alcohólicas para promover ’el interés del agente’, toda acción gubernativa impone costes y beneficios. El principio del gobierno limitado no requiere que el gobierno esté atado y amordazado: el liberalismo no solo impone límites al gobierno sino también a las limitaciones del gobierno".
"Los principios liberales que se apartan de la perfección humana y desalientan al gobierno de participar en la formación del carácter de los ciudadanos no significan que la formación del carácter sea totalmente indiferente a los regímenes liberales, ni una cuestión de la que deban abstenerse. En la tradición liberal clásica, empero, existe el consenso de que las virtudes necesarias para sostener órdenes políticos liberales se deben buscar principalmente en fuentes extraliberales o no gubernativas".
"Sin embargo, los tiempos cambian. El liberalismo de hoy ya no tiene fácil acceso a las creencias, prácticas e instituciones en que los forjadores del liberalismo moderno podían delegar el sostén de la virtud".
"... y el prolongado ataque contra estudios clásicos en las universidades, el carácter cambiante de la sociedad civil, la distancia del gobierno respecto de la vida de la mayoría de la gente en las democracias liberales de hoy, así como el colapso de la familia, han debilitado seriamente las fuentes que para Mill podían alentar las virtudes apropiadas para las exigencias de una vida de libertad".
"El liberalismo mismo, debemos reconocerlo, tiene no poca responsabilidad por el duro desafío que enfrenta. Pues la institución o realización de los principios liberales contribuye a debilitar las fuentes extraliberales o no gubernativas de virtud en los órdenes liberales ..."
"... así la realización de los principios liberales y el ejercicio de las virtudes liberales puede marchitar las raíces del liberalismo y erosionar el suelo donde se nutren los principios y virtudes liberales".
"... la libertad no acontece espontáneamente ni surge necesariamente; es creada y mantenida por seres humanos, y para realizarla los ciudadanos y funcionarios deben ejercer una gama de virtudes básicas. Más aún, dadas las limitaciones que el liberalismo impone al estado, los regímenes liberales requieren virtudes que, librados a sus propios medios, no pueden convocar fácilmente ni cultivar con vigor".
Resumiendo: el Liberalismo, si bien nace de la tolerancia entre los extremos dogmáticos tanto políticos como teológicos, mantenía sus raíces en premisas filosóficas generales que le venían de antes y de afuera. Para algunos pensadores, esas premisas eran las de su fe cristiana (Locke), para otros de esquemas filosóficos racionales o iluministas (A. Smith, F. Hayek). Pero, andado el tiempo, la reacción contra las universalidades sea de origen teológico o filosófico, llevó bien a pretender su sustitución por otras piedras filosofales (Bentham, Mill, Rawls, etc.) —sin éxito— o a lo que Berkowitz llama modernidad: ese fenómeno contemporáneo que confunde cultura con filosofía y experiencia con principios y que ha redundado en el descubrimiento, gradual o repentino según los casos, de que si no creemos en Dios o en un orden de la naturaleza (inclusive la humana), no podemos sostener criterios y normas básicas de conducta social y política. Si el principio general pasa a ser el de la libertad para satisfacer mis derechos (la llamada Me First Generation), no quedan fundamentos para la vida en sociedad, el gobierno, el Estado, etc.
Ya lo había percibido Hobbes hace varios siglos, concluyendo en la necesidad del poder absoluto. ¡Ojo!