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Los dilemas de un cambio de época post globalización

Europa no es un esbirro de EE.UU. en el conflicto en Ucrania, sostiene José Antonio Sanahuja. "Y le ha ganado la guerra energética a Rusia", afirmó.

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José Antonio Sanahuja – Dr. en Ciencias Políticas, Director de la Fundación Carolina (España), asesor en la Comisión Europea.
<b>José Antonio Sanahuja</b> – Dr. en Ciencias Políticas, Director de la Fundación Carolina (España), asesor en la Comisión Europea.<br/><br/>
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Luis Custodio

La globalización, como estructura histórica, ideológica e institucional, llega su término, según el cientista político españolJosé Antonio Sanahuja, para quien el mundo entra en una época que define como “interregno”, con algunos puntos de contacto con la época en que Gramsci acuñó dicho término. Para el intelectual español, las derechas están aprovechando mejor el momento de descontento social a nivel global, donde aparecen liderazgos con propuestas inimaginables hace poco tiempo. Sanahuja, director de la Fundación Carolina, dijo a El País en Madrid que Europa presenta varios dilemas que, de acuerdo con su definición, no le son ajenos al resto del mundo. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Estamos ante un cambio de época,como le gusta definirlo a Enrique Iglesias?

—El modelo de organización global del trabajo se agotó; las cadenas de suministro ya han dado de sí todo lo que podían en términos de incremento de la productividad, y aparecen nuevas formas de organizar la empresa, las cadenas de suministro y la economía internacional, basadas en plataformas digitales; es un cambio profundo, un cambio estructural. Pero se le añade otro factor, que es la irrupción de la geopolítica.

El economista francés Pisani-Ferry señala que la geopolítica ha llegado a la economía. La globalización se caracterizó por una separación, donde la política va por un lado y la economía por otro. Pero eso se ha terminado, ha llegado la geopolítica y está desarticulando completamente las cadenas globales de suministro, de tal manera que ninguna empresa hoy puede confiar en que la economía va estar separada de los vaivenes de la política internacional

Es decir, hay actores políticos que irrumpen en la economía global y la desarticulan. El trumpismo es un ejemplo de ello; las guerras comerciales y el proteccionismo que surge con el Covid-19, y la guerra en Ucrania es el puñetazo en la mesa. Y antes y durante, el cambio tecnológico; entonces, todos estos factores hacen que las fuerzas materiales estén reorganizándose de una manera diferente a como lo han estado en los 40 últimos años.

—¿La globalización ha terminado como etapa histórica?

—Considero que sí. La globalización entendida no estrictamente como un fenómeno económico, sino con una estructura histórica. Hay todo un sistema de reglas y de normas que fue funcional a la globalización, desde el libre comercio, los acuerdos regionales de comercio, las normas de protección de inversiones, que hoy están en cuestión. Desde países que deciden irse de los acuerdos regionales, hasta un menor apetito por los acuerdos comerciales, con la OMC en crisis. Y una impugnación en nombre de la política industrial, en nombre de la transición ecológica, de las reglas de protección de inversiones; incluso en Europa estamos poniendo en cuestión el tratado de la carta de la energía, un tratado que ha sido pieza clave del mundo liberal en el que se basó esa Europa inserta en la globalización en los últimos años. Y además tenemos un enorme vacío regulatorio para la economía digital, lo que permite que haya free riders, plataformas tecnológicas que estén actuando prácticamente como en el Far West, fiscal y normativamente.

—¿Desde lo ideológico también?

—Desde luego, porque el consenso liberal de la posguerra fría tampoco está vigente hoy. Desde quien dice que los modelos autoritarios son más eficientes produciendo bienes con seguridad y orden —como algunas economías asiáticas— hasta el propio mundo occidental, donde hay crecientes dudas sobre vigencia del liberalismo económico y político.

Se ha puesto de moda el término policrisis, y resulta útil, porque habla de distintas crisis interrelacionadas y de la retroalimentación negativa que se genera entre ellas, que además impide que podamos aplicar soluciones parciales. Es un concepto que me resulta acertado, pero tiene un pequeño problema: no aclara porqué se producen simultáneamente y si hay un hilo invisible estructural que las que las vincula.

—Usted identifica esta etapa histórica como “interregno”. ¿Por qué?

—El interregno debe ser visto con una etapa histórica en sí misma, que se caracteriza precisamente porque no hay una estructura hegemónica dominante, no hay poder estructurado, Entonces, hay mucho espacio para la agencia humana, para la acción colectiva. Yo no veo la hegemonía en los actores, la veo en las estructuras socioeconómicas e ideacionales. En un momento en el que el poder estructural se ha debilitado. Emergen actores que hacen apuestas políticas que en otro momento no hubieran sido posibles, no entraban dentro del horizonte de posibilidades.

Un momento global en el que los sistemas de partidos políticos están saltando por los aires. El Partido Republicano de Estados Unidos es hoy irreconocible, donde un patán tremendamente disruptivo como Trump llegó al poder. El partido Conservador británico, un partido de gente de orden, de repente se convierte en una especie de partido populista que hace apuestas como la del Brexit y del que surgen líderes como Boris Johnson o que duran menos que una lechuga, como Liz Truss. El sistema de partidos en Francia saltó por los aires, lo mismo en Italia; en Alemania está ocurriendo algo impensable, como el surgimiento de un partido de extrema derecha como alterativa. El bipartidismo en España está en cuestión, en medio una creciente fragmentación política y así podemos seguir por otros muchos países. Y en América Latina el fenómeno de la fragmentación política, de la desafección ciudadana, de la crisis de partidos, ha llevado al hartazgo ciudadano y el relevo en las distintas instancias electorales.

—¿Encuentra puntos de contacto con otros momentos de la historia?

—El término interregno lo acuña Antonio Gramsci en los años 30 del siglo pasado; no estoy diciendo que sea lo mismo, pero ese fue también un periodo de crisis estructural, de cambio productivo profundo, de crisis de la democracia liberal. Ahora, hasta las potencias medias hacen apuestas geopolíticas para reordenar el mundo o su entorno cercano. Pasa con Arabia Saudí, Turquía en el Mediterráneo oriental, claramente China en su espacio. Y Rusia, que hace una apuesta geopolítica muy equivocada.

—¿Liderazgos que buscan reorientar el mundo?

—Es lo que caracteriza el interregno. El escenario está abierto y los actores ven la oportunidad para decir, “voy a reordenar el mundo a mi manera”, pero lo hacen sobre unas premisas que creen sólidas y no lo son; se equivocan de medio a medio.

Por otra parte, esta etapa de crisis de la globalización e interregno, trae consigo el ascenso de las ultraderechas, que ven una oportunidad de ascender, en un mundo donde hay una fuerte crisis de confianza. Tenemos los indicadores de confianza ciudadana en la democracia más bajos de los últimos 25 años, no solo en América Latina, en todo el mundo.

—Pero esas oportunidades de ascender a las que usted refiere, ¿no se abren también hacia las izquierdas e ultra izquierdas?

—Sí, claro, pero de hecho, quienes están aprovechando mejor este momento de descontento, son las ultraderechas. Son las fuerzas más dinámicas y en ascenso, alzándose con el poder —vía elecciones—, condicionando muchas veces a la derecha y la centroderecha. Podría decirse que en algunos casos no ha sido así, que Lula ganó en Brasil, pero el bolsonarismo está consolidado como una fuerza muy importante; lo mismo el trumpismo en Estados Unidos; Macron ganó por un estrecho margen, también.

José Antonio Sanahuja
José Antonio Sanahuja
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—Si a este momento histórico lo definimos como una etapa en sí misma, ¿hacia dónde nos lleva?

—No sabemos cuánto puede durar ni sabemos cuál es la salida de este interregno. Pero algunas fórmulas ya las tenemos sobre la mesa. Una de las características de la crisis de globalización es la emergencia climática. Ahora surgen nuevas propuestas de política económica que a su vez plantean un modelo ambientalmente más sostenible e implican una nueva forma de entender la gobernanza global, que tiene que ver con los pactos verdes que se están planteando, que no solamente son políticas para la descarbonización, sino un nuevo modelo político social y por tanto, una nueva base de legitimidad para la democracia.

Ahora, esos proyectos necesitan de coaliciones y base social para sostenerse; el problema de los pactos sociales en general y de estos nuevos pactos verdes en particular, es que traen nuevos conflictos distributivos. Necesitamos transiciones justas.

—Precisamente, la transición energética europea, apurada por la guerra en Ucrania, tiene importantes costos…

—En Europa estamos, literalmente, en una economía de guerra. Empezamos con la pandemia. Luego dimos un paso inimaginable de emisión de deuda conjunta, para financiar una política fiscal que, por una parte tenía un efecto contra cíclico frente a la pandemia y por otra, el propósito de acelerar el pacto Verde Europeo con inversiones en lo digital. En eso llega la guerra de Ucrania y todo se complica, porque pone en cuestión la sostenibilidad fiscal, en medio de una fuerte suba inflacionaria.

—La forma de afrontar la inflación alta generó algunos dilemas en Europa…

—Hay varios dilemas hoy en Europa. Uno, las consecuencias de la inflación y la forma de afrontarla, ¿subsidios dirigidos o generalizados? Segundo, ¿respuesta colectiva o nacional?, porque con las vacunas respondimos colectivamente, pero de momento con la guerra en Ucrania y la política de subsidios de la energía, no lo hemos hecho.

Otro de los dilemas ha sido precisamente la estrategia energética de corto plazo: entre energía nuclear y renovable. Rusia le ha declarado una guerra energética a Europa y hemos respondido colectivamente, ayudados por el clima. Esa acción conjunta, le dio un nuevo empuje a Europa y a las renovables en particular. Aunque se haya prolongado el funcionamiento de algunas nucleares que se iban a cerrar, y en algunos casos, se aumentó el consumo de carbón. Pero siempre como solución a corto plazo y con la vista puesta en las renovables.

—El dilema fiscal es un capítulo aparte…

—Europa tenía en vigencia el Pacto de Estabilidad y Crecimiento; cuando llega la pandemia se activa la cláusula de escape, teniendo en cuenta que afrontábamos tiempos extraordinarios. La cláusula se activa en marzo de 2020, unas semanas después de declararse la pandemia y cuando las economías se apagan por los confinamientos. Pero esa cláusula de escape se ha convertido en la nueva normalidad. No hemos podido volver al pacto estable de crecimiento ni por la pandemia, ni por la guerra en Ucrania. Por tanto, tenemos un Pacto de Estabilidad de crecimiento al que no podemos volver, pero al mismo tiempo no podemos hacer de la cláusula de escape algo permanente. La discusión que tenemos es qué nuevo marco fiscal nos damos, porque aquella visión quedó desactualizada. El pacto de estabilización ha muerto, no se puede volver y no está claro todavía cuál va a ser el nuevo plan.

—¿Cuál es el camino?

—Hay algunas negociaciones en este momento, pero el dilema es el siguiente: por un lado, se advierte, nos estamos endeudando mucho, no hay que perder de vista la sostenibilidad de las finanzas públicas; pero al mismo tiempo se dice hay que hacer grandes inversiones para asegurar la transición digital y la transición verde y transformar nuestras economías. Ambas cosas son incompatibles en este contexto.

—¿Cómo quedará Europa después de este conflicto?

—Por un lado, la voluntad transformadora de la matriz energética y del modelo económico del pacto verde, no solamente está vigente, sino que se ha acelerado. Las cifras sobre reducción del consumo de gas e instalación de renovables en Europa de este último año son espectaculares. Por otro lado, Europa ha logrado autonomía estratégica. Algunos artículos dicen que ahora la UE es mucho más dependiente de Estados Unidos: sí y no. Es cierto que no habríamos podido enfrentar los europeos la guerra de Ucrania sin EE.UU. en dos sentidos, armas y gas licuado. Pero también es cierto que EE.UU. sin nosotros no podría haberlo hecho. El papel de Europa en las sanciones, en el frente militar, en el frente político diplomático es clave. No estamos actuando como esbirros, cipayos o lacayos de Estados Unidos, estamos definiendo nuestros intereses y lo estamos haciendo de manera autónoma.

—Hay lecturas que apuntan a que las sanciones hasta el momento han tenido efecto nulo…

—Las sanciones no son un instrumento que a corto plazo dobleguen a un a ningún actor internacional; decir que los resultados son nulos a mí me parece que es una exageración. Estas sanciones han significado la salida de Rusia de empresas de estadounidenses, europeas y de otros países, que en conjunto suponen el 50% del PIB ruso. Hay sectores enteros que han cerrado, como el del automóvil. Desde la introducción del noveno paquete de sanciones, Rusia está teniendo que vender el petróleo y el gas a precios de descuento. A Europa iba por una red de gasoductos, pero ahora tienen que exportarlo con un coste mucho mayor a través de barcos metaneros hacia China. Es indudable el impacto de las sanciones. Y le hemos ganado la guerra energética a Rusia, superando la crisis de desabastecimiento que pretendió infligirnos.

—Varios autores hablan de la irrelevancia América Latina en estas últimas décadas; ¿lo comparte?

—Totalmente. Hay causas estructurales, la pérdida de gravitación económica y política, pero hay otras más coyunturales: América Latina sale tremendamente debilitada la pandemia, mucho más que otras regiones. Hace muy poco lo reflejaba una columna del Financial Times: con la previsión de crecimiento económico 2023, América Latina habrá cerrado una segunda década perdida, y el riesgo es que se pueda estar iniciando la tercera década perdida. Entre otras cosas, necesita de sus instituciones y organizaciones de concertación y cooperación, donde poder agruparse, y dejar de lado valoraciones acerca de si son organizaciones de tal o cual color. ¿Qué es lo que ocurre en América Latina para que las nuevas derechas en ascenso entiendan que tienen que romper con las organizaciones regionales? Eso debería superarse. Por otro lado, han llegado al poder algunos gobiernos definidos como progresistas que hablan de recuperar la integración regional, pero lo que veo es que no tienen propuesta. Yo no veo un ciclo de innovación institucional, lamentablemente no veo proyectos solventes sobre la mesa. Hay algunos movimientos buscando concertación, pero hasta el momento, como observador, me declaro escéptico.

—¿El costo de la situación que atraviesan Cuba, Venezuela y Nicaragua es muy alto para la integración regional?

—Enorme, porque entre otras cosas, divide a la región entre izquierda y derechas y a la izquierda hacia su interior. No sé cómo se sale de esto. Los latinoamericanos tendrán que decidir cómo quieren abordar esas cuestiones, pero desde luego desde mi perspectiva de a ver yo no soy latinoamericano, no tengo ningún derecho, pero creo que desde una perspectiva de defensa del socialismo democrático, no, no es aceptable lo que está ocurriendo, por ejemplo en Nicaragua lo que está ocurriendo en Venezuela lo que está ocurriendo en Cuba. Ahora, ¿esto significa que hay que lanzar una ofensiva política diplomática y adoptar sanciones?, No. Significa decir las cosas con claridad, tomar una posición y procurar el diálogo, significa ser proactivos en materia de democracia y derechos humanos. Las políticas basadas en sanciones, no funcionan.

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