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Economía del descarte

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Foto. Pixabay

Experimentamos una presión importante para consumir cada vez más y descartar lo viejo —incluso a las personas viejas—, pero no es un buen negocio.

Unos días atrás, The Economist daba a conocer el trabajo de una ONG llamada Now Teach. El esquema es sencillo: en el Reino Unido no hay suficiente cantidad de docentes, entonces Now Teach sale a cazar talentos jubilados. Busca adultos retirados que pueden ser buenos enseñando matemáticas y los motivan con la idea de ayudar a las nuevas generaciones, abandonando el sillón y la tele, e incorporándose a un centro educativo como profesores, asistentes de clase o docentes de apoyo para los alumnos más rezagados. Puede ser una buena idea para nuestro país: en Uruguay se cuentan por miles las horas de clase no dictadas por la falta de docentes.

Nueva cultura.

En un artículo en la Harvard Business Review ("Time to retire the retirement"), Ken Dychwald, Tamara J. Erikson y Bob Morison señalan que cada vez que alguien se jubila, se escapan por la puerta habilidades, conocimiento, experiencia, y red de contactos. En su estudio describen cómo se pueden retener las habilidades de las personas aún mucho después de la tradicional edad de retiro. Es preciso moverse desde un modelo rígido donde el trabajo cesa a una cierta edad hacia un modelo más flexible donde las personas pueden seguir aportando su capital humano durante toda la vida.

Señalan los autores que el "retirarse", como se entiende corrientemente, es un fenómeno reciente. Durante casi toda la historia de la humanidad, las personas trabajaban hasta que tuvieran fuerzas para caminar. Durante la Gran Depresión, los trabajadores jóvenes, los gobiernos, los sindicatos desesperadamente intentaron hacer espacio en el mercado laboral e institucionalizaron los planes de jubilaciones. En los comienzos, la edad de retiro coincidía con la esperanza de vida, pero hoy la esperanza de vida ha aumentado mucho más que la edad de retiro.

Las personas no quieren una vida de puro ocio. Dychwald, Erikson y Morison citan una encuesta a los baby boomers en Estados Unidos. La mitad de los jubilados se manifiestan aburridos e inquietos. Les encantaría encontrar unas mezclas de tiempo apropiadas: trabajar tres días a la semana, por ejemplo, o seis meses al año. Y el dinero no es el único motivo, por más que algunos lo necesiten. Las personas tienden a identificarse fuertemente con su trabajo, con su disciplina, con su carrera. Muchos, señalan los citados investigadores, quieren aprender más, crecer, probar nuevas cosas, y ser productivos indefinidamente, combinando la labor remunerada, el trabajo como voluntario, y objetivos familiares. Disfrutan sentirse que valen y convivir entre sus pares, contribuyendo a un negocio o a otra institución. Para algunas personas, el lugar de trabajo es la afiliación social primaria. Por esta razón, concluyen los autores, la noción de retiro como se practica tradicionalmente, un suceso que marca el fin de la vida de trabajo y el comienzo del ocio- ya no tiene sentido.

En movimiento.

Desde hace un par de años, con economistas y colegas —nacionales e internacionales— de otras disciplinas (sociólogos, psicólogos, académicos, clínicos…), estamos desarrollando un programa de parentalidad positiva. Consiste en brindar a los hogares de contextos desfavorables herramientas pedagógicas, psicológicas y de salud para que puedan criar mejor a sus niños. Buscamos aportar, a los distintos CAIF de Uruguay, un instrumento que potencie la labor que ya hacen esos centros educativos de la primera infancia, especialmente con niños de 0 a 2 años. Diseñamos un taller para las familias, altamente protocolizado, que contiene todos los descubrimientos científicos en el área, que contempla la distintas características de los hogares, y que tiene costos tan reducidos que posibilita que sea fácilmente escalable en contextos críticos. Lo acabamos de aplicar como plan piloto en varias instituciones y el resultado es muy esperanzador. Una de las características que tiene el programa que diseñamos es que busca mover todo el capital humano que ese niño tiene en su casa: es decir, queremos que el programa sea una bomba positiva para ese niño y, para eso, hay que poner en movimiento a todo el hogar: primero a los padres, pero también a los abuelos y otros adultos mayores que anden por allí.

No descartar a nadie.

En el centro de investigaciones de la universidad donde trabajo, estamos desarrollando un proyecto para mejorar las habilidades cognitivas y no cognitvas de los adultos mayores internados en el Hospital Piñeyro del Campo. Será a través de las Tablets del programa Ibirapitá y de software desarrollado ad hoc por ingenieros de mi universidad. No nos podemos descansar, nadie se puede quedar por el camino: si queremos cambiar Uruguay tenemos que mover a todos, sin descartar a nadie, para que, cuando nos toque morir, lo hagamos con las botas puestas.

*Economista, columnista invitado

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ALEJANDRO CID

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