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Cambios en el escenario, ¿ajustes en las políticas?

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Estamos ante un “shock externo negativo” sobre nuestro país, el conviene asumir como un fenómeno más permanente que transitorio, a efectos de minimizar el riesgo de equivocarse.

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El mundo y nuestro país se encaminan hacia una situación económica y financiera muy diferente a aquella desde la cual venimos transitando. En el mundo se suceden proyecciones que apuntan a un crecimiento económico cada vez menor. Se va hacia una normalización monetaria, tras la expansión producida en tiempos de crisis que alentó, ante un fuerte shock de oferta, que la inflación se acelerara a magnitudes desconocidas en décadas. El dólar se fortalece, los precios de las materias primas se reducen y los capitales, que hicieron “la América” en estas latitudes en tiempos de tasas bajas o nulas, comienzan a fluir hacia el hemisferio norte.

Estamos ante un “shock externo negativo” sobre nuestro país, que consiste en un cambio adverso en las condiciones externas. En esas circunstancias, conviene asumir que se trata de un fenómeno más permanente que transitorio, a efectos de minimizar el riesgo de equivocarse. Ese fenómeno debe dar lugar a una depreciación real de la moneda nacional del país receptor del shock o, en otras palabras, debe subir el precio del dólar relativo al promedio de los precios de la economía.

En nuestro país la economía también ha comenzado a desacelerar su crecimiento tras el rebote post pandemia, y ahora tiende a crecer a una tasa “más normal”, convergente a la que se ha estimado como la de tendencia de largo plazo (2,1% según el MEF). De hecho, en la primera mitad de este año el crecimiento fue un tercio del registrado en la segunda mitad del año pasado, y según las expectativas relevadas por el BCU entre colegas, se espera un crecimiento adicional nulo en la segunda mitad de este año (la proyección para el año, de 5%, es próxima a la que da lugar a ese resultado, 5,1%). Además, en lo que va del año, el empleo no ha vuelto a crecer.

Nuestro país, previsiblemente, ha empezado a “importar” desaceleración económica y deflación en dólares desde el resto del mundo y este proceso se habrá de profundizar en la medida en que la economía global avance por el camino que se espera para ella, que será más empinado que lo que el consenso esperaba al asumir que la inflación sería más transitoria.

Este cambio de escenario, bastante evidente y contundente, debe dar lugar a la reconsideración de los objetivos y los instrumentos de la política económica donde, como es habitual, el número de los primeros excede al de los segundos. Hablando en plata, en el nuevo escenario será muy difícil, al mismo tiempo, bajar la inflación a menos de 6% en 2024, subir el salario real al nivel de 2019 y retomar el crecimiento en la cantidad de personas ocupadas en un mercado de trabajo que se ha achicado, y que presenta un fuerte aumento en la cantidad de personas inactivas.

En particular, se debe propiciar la depreciación real del peso uruguayo, que se ha apreciado considerablemente, cualquiera sea la base que se quiera elegir para evaluarlo. Lo que, dicho sea de paso, permitió que en nuestro país la inflación no se haya acelerado en la medida en que lo ha hecho en general. Porque, como es notorio, el único camino hábil para frenar o bajar la inflación en nuestro país, es sujetar al dólar.

Veamos algunos números. Los indicadores del BCU sobre el tipo de cambio real (TCR) muestran que en los primeros ocho meses del año hubo un desplome del 16% versus fuera de la región, lo que empeoró más aún en septiembre/octubre dada la evolución de las paridades desde el mes pasado.

En ese breve lapso perdimos TCR con China (19%), con Europa (19-20%) y con los Estados Unidos (10%). No he encontrado ninguna explicación que permita fundamentar este fenómeno. ¿Será que nuestra productividad puede haber mejorado tanto con esos países y zonas en tan poco tiempo? ¿Qué habrá pasado que no nos enteramos?

Sin ir más lejos, sólo en los últimos cinco meses (entre la primera semana de mayo y la primera de octubre), el tipo de cambio se atrasó tres pesos en comparación con una canasta de 12 monedas representativas de nuestro resto del mundo, obviamente excluyendo al peso argentino. Estamos yendo a contramano del mundo.

Pero en el BCU y afines, parecen no asignar importancia a estos números y eligen seguir un mal indicador, llamado IEBU que, quienes conocen al sector manufacturero, han criticado fundadamente, críticas que se conocen en el BCU. El IEBU, sigla referida al “indicador de excedente bruto unitario de la industria exportadora”, es un mal indicador porque refiere a la rentabilidad bruta y no a la neta, excluyendo de la cuenta a los gastos de administración y ventas, los resultados financieros y los impuestos.

Además, entre los costos de los bienes vendidos sólo considera la evolución de la eficiencia en el factor mano de obra (que ha mejorado), atribuyendo a los otros factores similar comportamiento, lo que se trata de un supuesto muy forzado y sin sustento en la realidad. Finalmente, la base de la información que se debería utilizar para medir la rentabilidad son los balances de las empresas, que están disponibles desde hace años.

Desde mi punto de vista, no es momento de forzar la reducción de la inflación mientras se da un deterioro en el contexto externo que debe dar lugar a un cambio en los precios relativos y sin el respaldo de las necesarias consistencias entre las políticas económicas. En particular debe ajustarse la política monetaria, cesando el aumento de la tasa de política monetaria, que no logra torcer las expectativas, porque éstas se forman a partir de consideraciones que la exceden largamente en esta economía bimonetaria, pero que sí logrará enfriar la economía todavía más de lo que lo hará el cambio de escenario global.

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