Podría decirse que 2025 está bastante “jugado” en cuanto al desempeño económico de Uruguay, al estar transitando ya el último cuarto del año. ¿Cómo se perfila el cierre de la economía uruguaya? ¿Qué dicen los últimos indicadores? ¿Cuál es la base para 2026?
Previsiblemente, el entorno externo no fue muy favorable con los problemas e incertidumbres en la economía mundial, la debilidad —a excepción de la carne— de los precios de las materias primas, la desaceleración de Brasil y la pérdida de impulso para Uruguay desde Argentina.
También, previsiblemente, a nivel interno, el nuevo gobierno ratificó las principales políticas económicas, aunque con la discusión del proyecto de Ley de Presupuesto se retomó el foco en ajustes tributarios y la búsqueda de nuevas fuentes recaudatorias. Tanto esto como la elevada conflictividad sindical, generaron un incipiente deterioro en las expectativas empresariales y el clima de negocios, pese a las continuidades en políticas.
En materia fiscal, el nuevo gobierno ratificó la institucionalidad fiscal que antes había intentado derogar desde la oposición e incorporó modificaciones con implicancias mixtas sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas.
En materia monetaria, no sólo se reafirmó el esquema de Metas de Inflación y la conducción previa del Banco Central, sino que se ha planteado avanzar hacia objetivos más ambiciosos, con énfasis en la desdolarización y la plena flexibilidad cambiaria.
Por último, pese a las promesas electorales sobre elevar el crecimiento económico potencial, no se perciben en este primer año de gobierno cambios significativos de políticas en esa dirección. Al contrario. La reapertura de la iniciativa de ajustes tributarios y el deterioro de las expectativas empresariales hacen poco probable un rebote de la inversión, variable clave en el corto plazo para que eso ocurra. Tampoco se estiman grandes mejoras en capital humano y productividad. Por eso, estimo el crecimiento del PIB potencial cercano a 1,5% anual.
Con ese telón de fondo, la macroeconomía 2025 de Uruguay estuvo caracterizada por desaceleración de la actividad, moderación adicional de la inflación, fortaleza extendida del mercado laboral, mantención del alto déficit fiscal, ausencia de desequilibrios en las cuentas externas aunque con salida neta de inversión extranjera directa y mayor ajuste del sector privado, apreciación real del peso, relajamiento monetario y menores tasas de interés.
El aterrizaje económico quedó evidenciado en el cuasi estancamiento mostrado por el Indicador Mensual de Actividad Económica (IMAE) desde inicios del año. Más recientemente, el PIB se habría contraído en el tercer trimestre respecto al segundo, para perfilarse a un crecimiento promedio en el año del orden de 2%.
La inflación se moderó a lo largo del año desde 5,5% al cierre de 2024 a menos de la meta de 4,5% e incluso hacia menos de 4% previsto para fin de año. Para ello fue clave tanto la ratificación del enfoque de Metas de Inflación y política monetaria, como los factores cíclicos que propiciaron la desinflación adicional.
El mercado laboral, que suele mostrar rezagos respecto a la actividad económica, se mantuvo relativamente dinámico hasta mediados de año, pero ha mostrado algunos signos de desaceleración durante el tercer trimestre. Estos se explicitarían en este último trimestre del año. Con todo, la creación de empleos promedió nuevamente cerca de 30 mil personas y el desempleo cayó a un promedio alrededor de 7,5% en el año, en un contexto de caída en el margen de la participación laboral.
En materia fiscal, el déficit global —excluyendo los ingresos del Fideicomiso de la Seguridad Social (FSS) — se ha mantenido levemente por encima de 4% del PIB y la deuda neta cerca de 60% del PIB, sin que eso vaya a cambiar mucho en este cierre del año.
La apreciación real del peso uruguayo registrada durante 2025 obedeció mayoritariamente al debilitamiento experimentado por el dólar en el mundo y también en Brasil. Si bien el Banco Central ha sugerido que el Tipo de Cambio Real sigue algo por debajo de los fundamentos, los típicos indicadores de desalineamiento cambiario no parecen sugerirlo. A saber: el bajo déficit en cuenta corriente cercano a 1% del PIB, el buen desempeño del mercado laboral, la ausencia de grandes presiones deflacionarias, el dinamismo de las exportaciones en volumen y los mayores precios de algunos activos como la tierra.
Por último, la reducción de la inflación a menos de la meta de 4,5% y de sus expectativas a menos de 5%, junto con la desaceleración de la actividad, justificó el giro monetario del BCU desde alzas de la tasa referencial hasta 9,25% en abril, a recortes durante el segundo semestre hacia un nivel esperado por debajo de 8% en este diciembre.
En definitiva, 2025 consolida para Uruguay un año bisagra: aterrizaje de la actividad e inflación convergente hacia la meta, con un mercado laboral en transición, sin desequilibrios externos, pero con restricción fiscal persistente, crecimiento potencial limitado y problemas acentuados de competitividad. Esas son las bases para presupuestar 2026 y el resto de la década.
Con todo, habrá que delinear el complejo entorno externo y contemplar el cierre del proceso presupuestario para identificar si el próximo año será “más de lo mismo” o “menos de lo mismo”. Lo analizaremos en las próximas columnas.