Balance del año que pasó (II): el análisis

Resulta claro que el ajuste fiscal, muy necesario y eficaz, que se dio en la primera mitad del quinquenio, fue enteramente transitorio, nada estructural, como un resorte que se presiona y se suelta.

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Hace dos lunes vimos los números de 2023. Y el contexto, con numerosos factores extraordinarios que pesaron en el PIB en ambos sentidos. Algunos de ellos, además, con impacto fiscal también de los dos signos. A continuación, veremos, ya con la subjetividad de la opinión y el análisis, algunos aspectos que merecen ser destacados.

Mercado de trabajo. Primero, el mercado de trabajo ha mostrado en este período una forma de “V”, del mismo modo que lo ha hecho la actividad de la economía, pero desfasado. El PIB comenzó a recuperarse enseguida de la crisis sanitaria, mientras que la masa salarial tardó en hacerlo, especialmente por el lado de los salarios, ya que el empleo reaccionó de manera concomitante con el PIB.

La estrategia oficial, consistente en priorizar el empleo al inicio de la pandemia, fue acertada. Parte de ella consistió en la recuperación, al cabo del quinquenio, del salario real que se perdería. Lo que está a punto de cumplirse en el sector privado y ya se cumplió, con creces, en el público.

Lo que deja dudas al respecto es la elección del objetivo para la recuperación, al cabo de 2019 y tras un quinquenio en el cual se perdieron más de 50 mil puestos de trabajo, lo que denotaría salarios por encima de su nivel de equilibrio. De todos modos, cinco años después el PIB habrá crecido entre 7% y 8% (si no creció más se debió a los puntos perdidos e irrecuperables en ocasión de la pandemia) y los salarios poco más de cero, lo que en todo caso habrá permitido ajustar todo o parte de aquel desequilibrio.

Inflación y tipo de cambio real. Segundo, la inflación cerró el año en 5,1% dentro del rango meta. Pero que los economistas del sector privado esperan que vuelva a subir, como suele ocurrir, de modo que se ubique por encima de dicho rango, aunque entre uno y dos puntos por debajo del eje en 8% de la vieja “zona de confort”.

Varios factores fueron funcionales a la desaceleración del crecimiento de los precios y algunos de ellos se están revirtiendo ya mismo. Uno, el estancamiento está deviniendo en reactivación, si bien el “núcleo” del PIB o el PIB relevante desde el punto de vista fiscal y del empleo creció en 2023 y crecerá en 2024 en torno al 2%. Dos, el firme encarecimiento en dólares “blue” de Argentina, donde las expectativas (según el último REM) apuntan a que ello seguirá ocurriendo en los próximos meses, por lo que estamos pasando de importar deflación a importar inflación desde el vecino, lo que será relevante desde el punto de vista de la recaudación impositiva.

El tercer factor coadyuvante a la desaceleración de la inflación es lo ocurrido con el tipo de cambio, que continuó “sumergido” a lo largo del año. El divorcio entre el crecimiento de los precios de los bienes transables (1,9%) y los de los no transables (6,5%) lo dice todo. De este modo, el tipo de cambio real se ubica entre 25% y 30% por debajo de los promedios históricos con respecto a fuera de la región.

¿Puede repetirse esto en 2024? Claro que sí, en la medida en que se profundice la inconsistencia entre la política monetaria (contractiva) y las políticas fiscal y salarial (expansivas). Además, la variación interanual del IPC subirá entre mayo y agosto por una mera cuestión aritmética (una base muy exigua en 2023) lo que dará pasto a las fieras de la Diagonal Fabini y economistas afines.

Finanzas públicas. El tercer y último aspecto destacable de 2023 está en el frente fiscal. Es claro el deterioro posterior a septiembre de 2022, cuando se alcanzó el mejor resultado fiscal en muchos años: un déficit de 2,5% del PIB que, sin contar el “efecto COVID”, se ubicó en 1,9% del PIB. Al cierre de 2023, si no se repitió el llamativo salto del gasto público que se registró en diciembre de 2022, el déficit fiscal, con y sin dicho efecto, se habrá ubicado algo por debajo de 4% del producto. Y todo ese deterioro se habrá dado en los egresos primarios del sector público no financiero ya que sus ingresos no cayeron.

Transcurridos cuatro años del período de gobierno, resulta claro que el ajuste fiscal (muy necesario y eficaz, sin dudas) que se dio en la primera mitad del quinquenio fue enteramente transitorio, nada estructural, como un resorte que se presiona y se suelta. Se bajaron salarios y jubilaciones en términos reales y luego se los recuperó como vimos antes. Se contuvo la inversión y luego se la expandió. Una vez más se cumple con la vieja “regla fiscal” uruguaya que consiste en ajustar en la primera mitad de los períodos de gobierno y desajustar en la segunda mitad.

2024. Unas pocas palabras sobre este año. El frente externo será en principio más favorable, aunque hay riesgo de que aspectos geopolíticos traigan (una vez más) sorpresas negativas. Lo mejor será el encarecimiento argentino que se profundizará si el programa económico avanza con éxito. Argentina estará menos barata o más cara, pero en una fuerte recesión. Brasil seguirá encareciéndose, pero no crecerá demasiado.

En nuestro país el PIB crecerá en torno a 4% (2% su “núcleo”, despejando factores extraordinarios). La masa salarial volverá a crecer, por sus dos componentes, salario y empleo. La inflación terminará el año por encima de la segunda meta del MEF, 5,8% (la primera fue de 3,7%). No habrá cambios significativos en el tipo de cambio real. Y en el frente fiscal, por el lado de los ingresos, resultará clave cuánto de la recaudación perdida en los últimos años por el desvío de consumo hacia Argentina se podrá recuperar. Por el lado del gasto sólo cabe esperar la continuación de su crecimiento. El déficit fiscal debería quedar algunas décimas por debajo del heredado (4,4% del PIB en 2019) y bastante por arriba del 2,5% del PIB que es necesario para que la deuda pública se estabilice en términos del producto.

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